Morelia 17 (II de III)

- - Friday, 15 Nov 2019 18:09 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Lo que sigue es un comentario, breve por necesidad, acerca de cada uno de los nueve filmes que integraron la Sección de Largometraje Mexicano de ficción, de la competencia oficial del FICM19

Morelia 17 (II DE III) Lo que sigue es un comentario, breve por necesidad, acerca de cada uno de los nueve filmes –todos producidos este mismo año– que integraron la Sección de Largometraje Mexicano de ficción, de la competencia oficial del FICM19: Con su cuarto largoficción, titulado Esto no es Berlín, Hari Sama demuestra tres cosas cuando menos: la primera es doble, compuesta por continuidad y regularidad, con sus nueve producciones entre cortos, documentales y largoficciones, a razón de una cada dos años y medio en promedio. Segunda y tercera no son halagüeñas: entre una comedia inicial, un par de dramas meridianos y ahora una evocación del propio pasado, es imposible identificar en la trayectoria de Sama un discurso consistente en lo temático y formal. La tercera, evidentísima en Esto no es Berlín, huele a involución: engolosinamiento visual, malas hechuras narrativas y, a raíz de un casting menos que mediano, dirección de actores floja o permisiva en extremo, hablan de un cineasta que, curiosamente, pareciera satisfecho dando palos de ciego. En el extremo opuesto se ubica David Zonana con Mano de obra, su ópera prima largoficcionista, luego de dirigir tres cortometrajes que lo pusieron en la mira. Productor en Las hijas de Abril, 600 millas y Chronic: el último paciente, ahora Zonana escribe y dirige mientras Michel Franco –director de aquéllas– es productor. Sin importar la suerte que corra en cartelera, lo cual de seguro sucederá tarde y mal, Mano de obra es sin lugar a dudas una de las mejores películas mexicanas del presente año. Estupendamente actuada, con el protagonista Luis Alberti en plan sobresaliente y el resto del elenco en magnífico nivel, hay solidez en cada rubro para contar una historia de lucha entre/intra clases sociales, sin estridentismo y con gran eficiencia. Al regiomontano Sebastián Padilla, debutante con su Muerte al verano, le sobró y le faltó: en lo primero anótese sobre todo la postproducción –acabó dando una prueba más de que película mal concebida y peor filmada no se salva en la post–, pero también un exceso de manos y, quizá, voces opinantes, entre el guionista Alexandro Aldrete, los productores Alejandro Durán, Gabriel Nuncio y de nuevo Aldrete, el fotógrafo Edwin Jaquez y los editores –¡tres!– Israel Cárdenas, Gilberto González Penilla y Juan Pablo Celis. Siete personas apoyando/influyendo en un exdiseñador gráfico al que pudo venirle bien un poco de soledad creativa para no hacer un filme olvidable al primer minuto de haberlo visto. En lo segundo –lo que le faltó– hay varios aspectos, pero amén de una trama digna de ese nombre y no el manidísimo banda-roquera-juvenil-dará-primer-concierto-y-tiene-pedos, el más grave fue histriónico: qué bien le habrían venido actores siquiera solventes al filme, no el conjunto de muy limitados chavales entusiastas del que se echó mano. También regiomontano, Carlos Lenin Treviño Rodríguez, egresado del CUEC y autor del estupendo cortometraje de ficción 24°51’ Latitud Norte, filmado hace cuatro años y merecedor de numerosos premios, escribió con Jorge Guerrero Zotano La Paloma y el Lobo, en el que por desgracia todas las virtudes mostradas en el corto se le volvieron defectos, comenzando por el casting –con ser actor de buen nivel, Armando Hernández ha demostrado no poder llevar él solo encima todo el peso dramático de un filme, y aquí no le ayuda sino todo lo contrario su copartícipe Paloma Petra–, siguiendo con las decisiones formales de pretendida contribución estética o atmosférica, vaya uno a saber, verbigracia su primer y muy tedioso plano secuencia, y terminando con las terriblemente flojas ataduras de una trama de suyo desleída y endeble: érase una vez una pareja de jóvenes obreros pobres que vivían en un lugar donde hace muchísimo calor, que sueñan con irse a un lugar donde haya agua, cuyos días transcurren uno igual al anterior, sólo puntuados por un piquete de estudiantes de secundaria que los bullean. Créase o no, eso es todo. (Continuará.)

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