Cinexcusas

- Luis Tovar - Sunday, 17 Nov 2019 11:33 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Las presentes líneas deben comenzar con una confesión, de seguro compartida con el noventa y nueve punto nueve por ciento de la población mexicana: este juntapalabras confiesa conocer menos que un puñado de películas producidas o coproducidas por Bolivia.

Bolivia y el cine

 

Las presentes líneas deben comenzar con una confesión, de seguro compartida con el noventa y nueve punto nueve por ciento de la población mexicana: este juntapalabras confiesa conocer menos que un puñado de películas producidas o coproducidas por Bolivia, cuya filmografía, como la de la mayoría de países latinoamericanos –para no hablar de otras regiones del mundo–, es un misterio de origen tan claro como lamentable: pasamos tanto tiempo mirando hacia el norte, en muchos sentidos que no excluyen, sino todo lo contrario, al cinematográfico, que el resto del universo fílmico nos pasa de noche y pensamos, opinamos y procedemos como si decenas de filmografías no existieran. A fuer de sinceridad, a la primera confesión agréguese esta otra: si ahora se habla del tema en este espacio, se debe al contexto político actual, que obliga a pensar en un país en particular –Bolivia, en este caso–, y a confrontarse con la propia ignorancia, en desabono de la cual, y en apoyo microscópico a la defensa de la legalidad y el estado de derecho, se hablará aquí de algo apenas, entre lo escaso conocido de una filmografía que se construye, como prácticamente todas las radicadas en América Latina, a fuerza de precariedad económica y enorme tesón.

 

Tres filmes tres

 

Por su calidad de coproducción entre Bolivia y México, y debido a la consiguiente participación de dos actores mexicanos en los papeles protagónicos –Demián Bichir y Kate del Castillo–, American Visa debe ser la producción boliviana más –si no que la única– relativamente conocida a nivel masivo en estos lares. Escrita y dirigida por Juan Carlos Valdivia en 2005, la historia que cuenta no es mejor ni peor, ni más o menos original que muchas otras procedentes, por ejemplo, de Cuba, Ecuador, Perú, Colombia o Venezuela: érase una vez un aspirante a migrar a Estados Unidos –por las razones que sean–, cuyo deseo se ve frustrado por diversas adversidades, que termina por hallar no necesariamente consuelo sino razones que acaban siendo consideradas válidas para permanecer en su tierra.

Realizada en 2006 por el guionista, productor y director boliviano Rodrigo Bellot, ¿Quién mató a la llamita blanca? es una comedia absolutamente hilarante, protagonizada por Jacinto y Domitila, únicos integrantes de una banda delincuencial insólita en muchos sentidos, llamada Los Tortolitos, que deberán transportar un costosísimo cargamento de drogas a Brasil. Concebida como un falso documental que se sirve profusamente del formato televisivo, la trama le permite a Bellot desplegar no sólo una gran diversidad de territorios y paisajes bolivianos, de El Alto a Riberalta pasando por La Paz, sino sobre todo un paisaje sociocultural en el que todo cabe: lo mismo esa clase alta, blanca y mestiza, que hoy se considera propietaria única –por gracia de Dios y de las balas– del gas, el litio y hasta de las almas y los destinos bolivianos, que las naciones originarias, aymaras y más, sumariamente confinadas al despectivo y profundamente racista término “cholo”. Cholos son Jacinto y Domitila, y en esa calidad atraviesan, literal y simbólicamente, al país del lago Titicaca y la pachamama.

Producido en 2007, con guión y dirección del periodista, así como productor, guionista y director cinematográfico colombiano Alejandro Lainez Echavarría, el filme documental Cocalero es lo primero que deberían ver todos aquellos desavisados que hoy, con evidentísimo desconocimiento de causa, se llenan la boca de clasismo vergonzante al repetir y propalar despropósitos de todo tipo en torno a Evo Morales, el constitucional y ahora depuesto presidente del Estado Plurinacional de Bolivia, que es el verdadero nombre actual de ese país hermano, cuyo máximo símbolo de los tiempos recientes, el otrora líder cocalero Evo, llegado a presidente de su patria hace poco más de una década, hoy es asilado político en México. Ese buen documento fílmico llamado Cocalero debería ser repuesto en la cartelera mexicana, así fuese sólo para el desasnamiento personal de Muchagente.

 

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