Cinexcusas

- Luis Tovar - Sunday, 24 Nov 2019 08:03 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Reúnanse en un solo momento, es decir en una sola persona y circunstancia, unos cuantos “ismos”; aplíquese la desinencia, potencialmente tan infausta, en conceptos como lo fundamental, lo extremo y la actitud fanática...

De reducciones y otros ismos

 

 

 

What if God was one of us?

Joan Osborne

 

Reúnanse en un solo momento, es decir en una sola persona y circunstancia, unos cuantos “ismos”; aplíquese la desinencia, potencialmente tan infausta, en conceptos como lo fundamental, lo extremo y la actitud fanática, y el resultado ya no es potencial sino, en definitivo acto, explosivo por necesidad: el fanatismo al que suele llegar todo fundamentalismo desemboca en extremismo.

Que la cacofonía no genere confusión; que definir una postura no implique reducirla por más que, incluso en este último caso, los “ismos” anteriores puedan caber en uno solo: reduccionismo. (Viene a la mente, como de rebote, lo que “reducir” significa en términos marinos: se reduce el agua dentro de una barca para que ésta no zozobre, cuando el casco de la misma es incapaz de mantener al agua fuera, para que la barca flote. Reducir, entonces, es algo positivo, pues redunda en la sobrevivencia de quienes bogan, junto a muchas otras que son sus semejantes, en su propia barca.)

Añádase razón de fondo –ultima ratio, pues– al extremo fanatismo fundamentalista y se tendrá completo el cóctel molotov: si dios está detrás, si es el que insufla ánimo a los “ismos”, es poco lo que puede hacerse para evitar el estallido. Las razones, infinitas, desembocan todas en sí mismas: inapelable, insondable, incontestable, sólo dios sabe por qué hace las cosas, y el que en su nombre se siente llamado a ejecutarlas no cuestiona nada; todo es como es, irremediable, destino manifiesto, y estar en contra de Su voluntad es garantía de ostracismo cuando no de infierno, y de la quema no se salvan ni siquiera los que ignoran, los que niegan, los que no fueron informados de Su plan divino; mucho menos, sino todo lo contrario, los que apostasían o blasfeman, que acaso son los peores pues, sabiendo, desdicen, contradicen y a sí mismos se maldicen. Reducción, reduccionismo: como dicen que alguien dijo, cuando le dijeron que en Alejandría había una biblioteca inmensa: “Si los libros en ella contenidos hablan del Corán, quémenlos por innecesarios; y si no hablan del Libro, quémenlos también, pues son blasfemos.”

Ahora hágase de cuenta que todo lo anterior es puesto a interactuar en la mente de un muchacho, casi un niño que, con sus trece años y según la perspectiva por donde se vea, es tierra fértil, semilla germinada apenas, esponja que absorbe el agua circundante, crisol en donde se reúnen las materias más disímbolas, pero lo mismo aprendiz de ideologías, agente de misiones o, en palabras más directas, inopinada carne de cañón, soldado de la causa –la que sea–, que no requiere demasiado para convertirse en aquello que de él se espera, e inclusive motu proprio, por ejemplo, puede ir a la calle con cuchillo en mano para hacer justicia, cualquier cosa que eso le parezca, para lanzarse en contra de la profesora a quien conoce desde párvulo pero a quien ya no puede dar la mano pues, debido al simple hecho de ser una mujer, lo contamina. A estas alturas ya totalmente confundido entre la superestructura religiosa y la base de pulsiones estrictamente biológicas que, muy a su pesar, aún lo gobiernan –y lo gobernarán, diría el otro, por mucho imán que le interpongan–, por ejemplo, exigiéndole a la muchachita naturalmente atraída y buscadora de su beso, que se convierta al islamismo y no porque la quiera sino porque, habiéndola besado, se tiene que casar con ella para evitar que se condene su alma.

Decía otro alguien por ahí que si un caballo pudiera imaginarse a dios, por supuesto lo imaginaría con cabeza de caballo… en idéntica simbiosis, Ahmed, el joven, convencido de que dios habita en su alma, está seguro de que no es que Alá tenga sino que es sus manos y sus ojos; debe pensar igual que él y hacer lo que él hace; por lo tanto, no puede ser sino muy bueno. Que su madre, su maestra y los demás no se den cuenta, es otra cosa.

El joven Ahmed, Jean-Pierre Dardenne/Luc Dardenne, Bélgica-Francia, 2019.

 

Versión PDF