Bemol sostenido

- Alonso Arreola - Saturday, 18 Jan 2020 20:53 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
“Se murió Neil Peart”, anunciaban. Aun ahora, mientras escribimos la frase, nos parece imposible asimilarla. “Se murió Neil Peart”… y tecleándola tratamos de entender el porqué de esta negación, la más fuerte que hayamos sentido tratándose de alguien a quien no conocimos personalmente.
------------------------------

Ha muerto Neil Peart

Llevamos días evadiendo la responsabilidad de escribir esta columna. La noticia nos tomó por sorpresa, como a todo el mundo, por la enorme discreción con la que este hombre vivió su vida, tan llena de tragedias familiares y, hoy lo sabemos, de una enfermedad propia y muerte terribles.

Estábamos fuera de México. Era de noche. Acabábamos de soltar una buena carcajada, lo recordamos bien. Algo nos dijeron que culminaba con cierre dorado el día memorable. Entonces comenzaron a entrar los mensajes. Las caritas tristes y los corazones partidos; las frases entrecortadas de viejos amigos con quienes la complicidad musical se halla en la primera línea de fuego. “Se murió Neil Peart”, anunciaban. Aun ahora, mientras escribimos la frase, nos parece imposible asimilarla. “Se murió Neil Peart”… y tecleándola tratamos de entender el porqué de esta negación, la más fuerte que hayamos sentido tratándose de alguien a quien no conocimos personalmente.

Y perdone el sobreentendido, lectora, lector: Neil Peart fue el baterista del trío de rock canadiense llamado Rush, probablemente el más popular y longevo grupo –con una misma alineación– en la historia del género. Allí este artista reinventó el discurso de su instrumento acústico combinándolo con toda posibilidad tecnológica, pero también con esa enorme e incomparable conciencia poética. Porque sí, además de motor rítmico Neil Peart fue el letrista del conjunto en más de veinte álbumes (casi treinta, entre estudio y en vivo); una obra titánica y sin parangón, pues ningún otro encargado de tambores ha dado tanta literatura al aire.

Por otro lado, Neil escribió varios libros de viaje en los que narraba sus experiencias como ciclista y motociclista en los cinco continentes, pues allí donde Rush se presentaba él se desprendía de la caravana para llenarse ojos y cabeza con paisajes que fueran dejando a un lado el dolor que lo inundara tras el accidente fatal de una hija adolescente y el deceso posterior de su primera esposa. Golpes que lo convirtieron en un fantasma errante en la búsqueda de sí mismo, sobreponiéndose luego a la artritis que lo asedió en las últimas giras y, finalmente, sucumbiendo a un cáncer de cerebro que lo disminuyó hasta extinguirlo a lo largo de tres años.

Miembro del Salón de la Fama del Rock and Roll en una ceremonia emotiva que lleva rato haciéndonos llorar, la muerte de el Profesor –como tantos colegas le decían– causó un terremoto pocas veces visto en el ánimo global. Y es que debemos decirlo: además de que Rush era banda legendaria, él en particular fue el responsable de que incontables de los más destacados bateristas del planeta se dedicaran a la música desde una perspectiva nueva, sin miedo, allí donde podían convivir la energía adolescente de Keith Moon (The Who), con la primitiva creatividad de John Bonham (Led Zeppelin), con el atrevimiento de Stewart Copeland (The Police), con la elegancia y elocuencia de Gene Krupa más, por supuesto, un abordaje absolutamente personal en el que cabía el África entera, la música clásica europea, el reggae caribeño y cualquier pájaro caliente que visitara la jaula de su cabeza mientras se abría al entorno que lo contuviera.

Alejado permanentemente de los medios, era el único del trío que no daba entrevistas, el único que no se sentía a gusto rodeado por sus fanáticos, el único que se sabía feliz descansando anónimamente en un lago europeo o dentro de la Catedral de Ciudad de México, allí donde leía y pensaba –según dijo alguna vez– en la capacidad humana para sintetizar sabiduría.

Así pues, destrozados como estamos por su partida y cumpliendo pobremente con este adiós escrito, le pedimos a quien nos lee que busque el video de “Leave That Thing Alone” en vivo para que, a partir de allí, abra la ventana poderosa de Rush y vuele toda una noche sin detenerse. Así le dirá adiós a un rey que permanecerá inmóvil en el tiempo, entre relojes, flechas y dos aliados de inigualable estirpe. Buen domingo. Buena semana. Buen viaje querido, respetado, inolvidable Neil Peart .

 

Versión PDF