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- Luis Tovar - Saturday, 18 Jan 2020 20:57 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
El pasado lunes 13 de enero murió Jaime Humberto Hermosillo y, con él, se fue uno de los realizadores más relevantes de la cinematografía mexicana de los años sesenta, setenta y ochenta del siglo pasado.
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El insustituible Jaime Humberto

El pasado lunes 13 de enero murió Jaime Humberto Hermosillo y, con él, se fue uno de los realizadores más relevantes de la cinematografía mexicana de los años sesenta, setenta y ochenta del siglo pasado.

Nacido en Aguascalientes en 1942 –estaba a punto de cumplir setenta y ocho años– pero avecindado en Guadalajara, Hermosillo formó parte de las primeras generaciones del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos –el exCUEC, hoy ENAC– y, paralelamente a su prolongada trayectoria como cineasta, fue también catedrático en la Escuela de Artes Audiovisuales de la Universidad de Guadalajara.

Apenas dos años después de fundado el CUEC, Hermosillo dirigió su primer cortometraje de ficción, titulado Homesick (1965), del cual también fue guionista. Esa sería la tónica que mantuvo a lo largo de una nutrida filmografía, compuesta por unas cuatro decenas de títulos entre cortos y largos: siempre prefirió ser el autor de las historias que dirigía, fue un ocasional adaptador, por ejemplo, de García Márquez o de Luis González de Alba, muchas veces fungió también como editor, y por lo regular participaba de manera significativa en la producción de sus filmes, sobre todo en los tiempos recientes, cuando por cuestiones en un principio económicas más que técnicas, migró al formato digital.

El transgresor

Considerando las circunstancias de tiempo y lugar, a Hermosillo le tocó no sólo vivir sino más bien sufrir un entorno sociocultural pacato, moralino e hipócrita, poco o nada dispuesto a “tolerar” de buen grado la presencia, propuesta y voz de un cineasta declaradamente gay. La obra temprana de Hermosillo no refleja de manera palmaria su orientación sexual; sin embargo, la naturaleza transgresora de su mirada ya está presente, al menos, desde su debut largometrajista, La verdadera vocación de Magdalena, filmada en un 1971 pleno de machismo, conservadurismo y otros prejuicios. Apenas cuatro años y dos largos después, Hermosillo entregaría la que para muchos significa su irrupción como cineasta insoslayable: además de significar su primer Premio Ariel, La pasión según Berenice (1975) contiene muchas de las constantes argumentales del cineasta: provincianismo en tela de juicio –ya sea geográfico o espiritual–, un espíritu libre en busca de romper las ataduras sociales que lo sujetan, así como una infinita variedad de “castigos” al transgresor, quien algunas veces resulta vencedor y otras vencido pero que, invariablemente, alcanza un elevado nivel de empatía con el espectador.

Con Las apariencias engañan (1983), un Hermosillo bien maduro se consolida en tanto cineasta más que capaz, talentoso, osado y transgresor: la trama del filme incluye ambiciones económicas, miseria moral, suplantación de identidades, homosexualismo reprimido, transexualismo revelado y otros tabúes, que lo ubican acaso como el más incómodo de los directores a la sazón activos. Tan sólo un año después, con Doña Herlinda y su hijo (1984), rubricaría ese talante añadiéndole una vocación festiva seguramente más provocadora todavía, misma que, un lustro más tarde, bien puede calificarse de auténtica fiesta: Intimidades de un cuarto de baño y El aprendiz de pornógrafo, ambas de 1989, así como su célebre La tarea (1990) –con su derivación La tarea prohibida (1992)–, son la rienda suelta a los intereses, las preocupaciones, las pulsiones y las posturas más personales de quien, para ese entonces, ya era considerado como “el cineasta mexicano gay” por excelencia.

Quizá la causa sea una disminución en los niveles de doble moral colectiva, o una morigeración del propio director en su discurso, pero el último tramo de su carrera es claramente menos luminosa que su rutilante irrupción en un medio que, gracias a él en grandísima medida, se deshizo de una capacidad de autocensura todavía hoy mucho muy capaz de patalear. No importa. La relevancia de Jaime Humberto Hermosillo para la cinematografía mexicana es de todo punto innegable.

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