Tomar la palabra

- Agustín Ramos - Saturday, 18 Jan 2020 20:41 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
La propuesta artística de Primo Mendoza, acorde con una tradición de resistencia cultural marginada, se cristaliza en el título de dos libros propios, "Nezahualcóyotl de los últimos días" y "Territorios", y uno colectivo "Netamorfosis".
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Desde el lado oscuro: Primo Mendoza (III y última)

Primo Mendoza ha llegado a la luz desde el lado oscuro fundiendo la palabra del [compa]ñero efe[ctivo], pescando la densidad de la vida del barrio en un idioma nuevo y maduro, matrimoniando al lenguaje utilitario con el lenguaje elaborado “en poemas de un amor distinto, al que jamás había oído mencionar, habitado por mujeres, hombres y niños de colonias hechizas y paisajes urbanos de tianguis y tacos de cabeza y tepache anaranjado en bolsas de plástico con popote y de bandas trasnochadas gritándole a la luna desde la caja de una destartalada guitarra de cuerdas vivas”. Su propuesta artística, acorde con una tradición de resistencia cultural marginada, cristaliza en el título de dos libros propios, Nezahualcóyotl de los últimos días y Territorios, y uno colectivo Netamorfosis. Para él, territorio “no es sólo un espacio geográfico”, sino también, “a veces, un cuerpo, parte de una utopía”. Y como poeta es proveedor ubicuo y atemporal de identidad que unifica tanto al grupo como al territorio mismo. “Tepito, Neza, la ciudad toda, el paisito que se nos escapa de la mano; el corazón en condominio, la venta de garaje de ilusiones usadas, la perestroika del pueblito.” Por ser nómada el territorio es sombra del personaje que va “tristeando entre las oscuras veredas de los filds de Rosarito o de San Ysidro. No se sabe. A veces la vida elige cuerpos más que lugares”.

Ese territorio impulsa y retiene al narrador: “Ay Callao, carajo, cómo me hubiera gustado que vieras este amanecer de Minezota, desde el Bronx del Agua Azul. Andar por estos lares de bardas pintadas por cholos y punketos… Te decían El Callao porque nada más te quedabas mirando, como si no te alcanzara la razón para descubrir el origen de las diferencias de aquellos que llegaban acompañados por la jefa con sus tortas y besos y sus frutas pal recreo.” El territorio, edén o averno, merecido o involuntario, es frontera entre lo propio, lo ajeno, lo expulsado y lo deseado: “Alguna vez pensaste en serio que la vida debía ser más que eso: el dinero cotidiano que todos hurtaban a todos, el desayuno sin variantes de café con canela y el sabor a centavo, pocillos de peltre y plástico, las moronas disputadas por las moscas, los días de fiesta sin motivos aparentes donde el amor fluía irreverente y solidario… Butiveces, carnal, chingo de veces que me he dejado ir colgado de los vagones. A visitar, tú sabes, a los vales de otros campamentos. Lo mismo en Ixtacala, en Vallejo que en Ixtapaluca. Conozco los más efes…, desde donde miras, en algún oscuro rincón de tu memoria ecológica, tu pretérito mundo te jalonea.”

En los territorios de Primo Mendoza las almas, los espacios y los tiempos se universalizan. Como el lector habrá visto, en los textos de arriba se fusionan lo directo de la voz común con la mira y el disparo del cazador. Esta fusión de ritmos del habla popular y figuras retóricas, de neologismos y códigos aceptados a regañadientes en el diccionario, adensa las palabras del territorio para expresar en crónicas-ensayos-cuentos-poesía lo que el juglar siente y sabe. “¿Que qué más? ¡Ah, sí! Pus crucé Reforma buscando la Ciudadela y ahí tuve de nuevo las ganas de hablarle y sopesarla de cuerpo entero con la mirada. Así, beber cervezas es chelear un rato, arroparte en la noche del chante descubriendo tiernos paisajes sensoriales de un reino alejado de este mundo.” Así, la bebida en envases grandes nacidos con la marca Caguama se abrevia en wama y se conjuga como “Wameábamos en la esquina, con un gotear inmenso de palabras que a la larga se conjuntó con el canto de los gallos, el bramar del aeropuerto y el zurear mañanero de las tórtolas”. Así, las derivas sin fin nacen de un apócope entre cariñoso y brusco: lo apodan el Guarache y le dicen el Wara, la tocada es el “toquín onde el Sonido Vagaundo, El Forastero… más que los madrazos tronando en las costillas y las patadas mecas y el apañe de la greña y el rodillazo…”.

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