Biblioteca fantasma

- Eve Gil - Sunday, 16 Feb 2020 11:36 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp

En busca de Jane Austen

Anna Casanovas (Calella, Barcelona, 1975) solía ser la ruda abogada de una importante entidad financiera. Quienes veían a aquella joven rubia, sin maquillaje, ataviada con opacos trajes sastre, no imaginaban que por las noches la abogada leía, ¡y escribía!, novelas románticas, el género estigmatizado por excelencia. La publicación de su primera novela, Nadie como tú, la sacó del closet. A partir de ese momento, Anna se consagró a la escritura de novelas románticas y a traducir obras del mismo género. Según ha declarado, su mayor inspiración son sus cinco hermanos, siendo ella una de cuatro hembras. Y es feminista, y sus novelas lo reflejan, por increíble que resulte a quienes se toman al pie de la letra los estereotipos en torno a la literatura romántica: “La nueva y buena literatura romántica es importante y feminista […] es el único sector dominado por mujeres y dirigido principalmente a mujeres sin ser nunca excluyente hacia los hombres. El primer sector donde se reclamó y reclama el poder de decidir de la mujer.”

Buenas intenciones (Umbriel, 2018), una de sus más recientes novelas que pueden conseguirse en México, no sólo es un excelente botón de muestra de la evolución del vilipendiado género; es además un homenaje a una de las más grandes escritoras de la literatura universal que, de publicar en nuestros tiempos, sería menospreciada por la “crítica especializada”: Jane Austen. La protagonista, Anne Elliot, que lleva el nombre de la heroína de Persuasión, es una treintañera contemporánea que abandonó la carrera de Derecho, con la que pretendió complacer a su egoísta e indiferente padre, un ambicioso restaurantero, y busca hacer realidad su sueño de ser bióloga marina, aunque de momento, y aún viviendo en la casa paterna, una mansión en Bath, con su enigmática hermana menor, trabaja como camarera en un modesto café. Pero Anne trae cargando un dolor que no ha compartido con nadie, ni siquiera con sus hermanas. Nueve años atrás, siendo estudiante de Derecho y auxiliar en el restaurante gourmet del padre, se enamoró profundamente de un joven español de nombre Manel que también servía allí, pero rechazó su propuesta de marcharse juntos de Inglaterra para hacer realidad sus respectivos sueños –el de Manel era trabajar algún día en Silicon Valley–, por consejo de su madrina, Russell, que la convence de que semejante aventura acabaría muy mal pues Manel apuntaba demasiado alto. Tras la ruptura, Manel desaparece por completo. No existe ni en las redes sociales.

Narrada desde ambas perspectivas, la de ella y la de él, descubriremos que el joven ha sufrido tanto o más que Anne; que el dolor lo ha hecho refugiarse en la tecnología, logrando su propósito de trabajar en Silicon Valley. No sólo eso: es el creador de una impresionante inteligencia artificial a la que ha dado el nombre de Jane, en honor, claro, a la Austen, y entre la abundante información con que la ha alimentado se encuentran documentos de la vida y obra de la amada escritora que solía ser la favorita de la mujer que le rompió el alma. A punto de cerrar la venta de otro de sus inventos llamado Buenas intenciones, cuya principal función es mantener a los usuarios a salvo de recuerdos dolorosos, impidiéndoles establecer contacto con personas del pasado que los han lastimado (razón por la que Anne no ha podido encontrarlo en internet), y que hará de él un millonario más de su entorno, se ve obligado a trasladarse a Inglaterra donde el reencuentro con Anne parece inevitable. Y la miserable vida de Anne, que ella pretende vivir lo mejor que puede, contrasta con el éxito alcanzado por Manel, aunque en el fondo ambos arrastran el mismo fardo del amor irrealizable. El mayor encanto de Buenas intenciones radica, sin embargo, en esta precisa radiografía de sus almas, por llamarle de algún modo a la asombrosa habilidad de Anna Casanovas para perfilar psicológicamente a sus personajes. Los prototípicos villanos son reemplazados por un enconado temor de volver a sufrir y, en el caso de Anne, de no realizarse profesionalmente.

 

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