Cinexcusas

- Luis Tovar - Sunday, 23 Feb 2020 11:00 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp

Del rencor a la reconstrucción (I de II)

Lo mismo en términos estéticos que temáticos, a lo largo de su ya numerosa producción –alrededor de treinta títulos entre cortometrajes, medios y largos, de ficción y documentales–, el mexicano Julián Hernández ha sido un cineasta de constantes: antes de egresar del ex cuec, hoy enac, escribió y dirigió los cortometrajes Lenta mirada en torno a la búsqueda de seres afines (1992) y La sombra inútil de quien ha nacido para un solo destino (1993), e inmediatamente graduado presentó Por encima del abismo de la desesperación (1996).

Esas tres primeras incursiones, lo mismo que otros cuatro cortometrajes registrados en 2000, y sobre todo su debut largometrajista Mil nubes de paz cercan el cielo amor, jamás acabarás de ser amor (2003), pusieron de manifiesto las constantes arriba aludidas: en primer lugar, que la de Julián Hernández es una mirada extremadamente cuidadosa, que encuentra deleite en el detalle, el detenimiento e incluso la morosidad visual, expresada en el evidente gusto por una composición de cuadro armoniosa, plásticamente muy elaborada e incluso elegante –de a ratos, incluso en perjuicio del desarrollo temático y el avance argumental.

En segundo lugar, que sus intereses temáticos no sólo preferentes sino casi exclusivos se concentran, dicho sumariamente, en el universo gay, que en su cine se despliega, digamos que bachianamente, como variaciones de un mismo tema: el deseo, la búsqueda, el encuentro, la posibilidad, la vivencia, el desencanto, el abandono, la reincidencia, la ausencia, el exceso, la resaca y la resurrección, todo en clave amorosa/homosexual, es la materia argumental de Hernández, cuya tercera constante –hasta antes de Rencor tatuado (2018), su largometraje más reciente– ha consistido en ser el autor, invariable casi al cien por ciento, de las historias que lleva a la pantalla.

Cambiar de constantes

Visto en esa perspectiva, para el cineasta nacido en Ciudad de México en 1972, Rencor tatuado significa transformar su cine, al tratarse de una primera incursión en ámbitos diferentes, si bien aledaños, a los que habitualmente ha hollado. El primer cambio es de origen: lo que se cuenta en la cinta no es producto de la imaginación de Hernández sino de la novelista, dramaturga y guionista mexicana Malú Huacuja del Toro – quien ha publicado, entre otros títulos, Un Dios para Cordelia (1995) y Crueldad en subasta (2005)–, que rescató de entre sus papeles un argumento concebido hacia mediados de los años noventa del siglo pasado y lo convirtió en el guión utilizado por Hernández.

El segundo cambio es de tipo formal: en entrevista, el propio director contó que, al finalizar el periplo exhibidor de Rabioso sol, rabioso cielo (2009), se dio cuenta de que “todos comentaban que efectuaba siempre la misma cinta”, y que por su parte “sentía que era el momento de darme la oportunidad de probar otros géneros cinematográficos. Quizá realizar una película de género”. Y lo hizo, pues –con todas las posibles reservas de hibridación genérica que se quiera– Rencor tatuado es esencialmente un thriller, es decir, lo más alejado quizá del cine cuasi-contemplativo, astringente al máximo en materia dialógica, volcado preferentemente en la imagen y no en el mantenimiento y el manejo de la tensión dramática, el desenvolvimiento eficaz de un trama y otros aspectos narrativos, que desde siempre ha sido la especialidad de Julián.

Empero, el dos veces ganador del Premio Teddy en la Berlinale ha conservado una de sus más caras constantes en Rencor tatuado: precisamente todo lo dicho al final del párrafo anterior, desde “volcado preferentemente…” Realizado en blanco y negro impecable con irrupciones de color efectistas, dicho sea en el mejor sentido del término, el filme posee –hay quienes dirían “padece”– otra preferencia hernandesiana: el largo, de a ratos quizá excesivamente largo aliento.

El tercer cambio es temático y, sin lugar a dudas, es donde radica la novedad más saludable de un cineasta que, por lo demás, se muestra como dueño absoluto de sus muchos recursos creativos. (Continuará.)

 

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