De la nieve y sus texturas / Entrevista con Pedro Serrano

- Alejandro García Abreu - Saturday, 04 Apr 2020 18:12 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
El traductor, editor y poeta Pedro Serrano, nacido en Montreal en 1957, conversa sobre el desarrollo de 'Lo que falta' –su título más reciente– y evoca a la nieve con serenidad afectiva. 'Lo que falta' es un libro de poemas sobre la nieve como espacio literario y lugar de afectos. El autor creó piezas que entremezclan las fotografías de la nieve que él mismo capturó con los poemas dispuestos en la página con su propia caligrafía. Estas características convierten a la poesía de Serrano en un deleite caligráfico y fotográfico.

Los poemas y las fotografías incluidos en Lo que falta poseen la misma textura en imagen visual y en imagen lingüística. Las fotos no son ilustraciones ni los textos meros complementos. Son una misma pieza. ¿Cómo fue el desarrollo del libro?

Me gusta que les digas “piezas”. Eso son. Lo escribí y fotografié en cinco sentadas, durante cinco años, siempre en el mes de marzo, en Banff, Canadá, de 2014 a 2018. Marzo es el inicio del deshielo y la
nieve tiende entonces a adquirir incipientes texturas. Todavía no se deshace pero ya empieza a soltarse y a perder rigidez. Al mismo tiempo, puede caer una nueva nevada que recompone todo, como un polvo nuevo. La primera serie fue la matriz de lo que sería todo el libro, por eso es “La llegada”. Tomé fotos y escribí poemas que surgen de un mismo momento y una única emoción. Las fotos no son ilustraciones de los poemas ni los poemas descripciones de las fotos. Son una misma emoción suspendida en dos medios. Pensé al principio escribir un tríptico que capturara el estado emocional de cada mes de marzo, durante tres años. Repetí la acción poética y fotográfica en 2015 y 2016. Paralelamente me pidieron que escribiera un poema sobre un cuadro que se titula
Hielo negro, de José María Larrondo. La cuarta serie surge así. La quinta es una condensación de las cuatro anteriores, y cierra mi tiempo en Banff, donde dirigí su Centro Internacional de Traducción Literaria. El libro es la bitácora de cinco años de trabajo con traductores de todo el mundo.

 

La figura del padre resulta esencial en la serie “Desprendidas”:“Pienso en mi padre/ y lo acerco,/ huesos/ y esqueletos en furor,/ piel en calor humana,/ abandono y amor,/ sus pies,/ la nieve.” ¿Qué propició la inclusión de la figura paterna?

–Cuando mi padre murió, en el Hospital Nacional de Cardiología, había ido yo a recogerlo, por la mañana, para que lo checaran. Antes de salir, la persona que lo cuidaba le preguntó quién era yo y él contestó: “Mi hijo Pedro.” Fueron sus últimas palabras. Nos subimos al coche, llegamos a Cardiología, lo subieron en una camilla y lo metieron. Iba dormido. Al poco rato salió un par de doctores jóvenes a decirnos a mi madre y a mí que ya no había nada que hacer. Como en las películas. Mi padre había sido uno de los fundadores de Cardiología, pero estos jóvenes médicos no tenían ni la menor idea de quién era. Fue un momento de transición vertiginosa. Ese era su espacio y el lugar en el que él se sentía más parte del mundo, parte de la vida. Ahora lo recogía en su muerte, extraño y familiar al mismo tiempo. Estuve largo rato con él, tocándolo, todavía cálido. Le tocaba los pies, la frente, el pelo. Fue un lapso de quietud y de paz inimaginables, de una cercanía inconmensurable.

 

–“La nieve lo cubre todo,/ lo desaparece”, afirmaste en “Desprendidas”.¿De qué manera relacionas a la nieve con la desaparición?

Hay una escena de la película La balada de Narayama, de Shôhei Imamura en la que un hombre sube una montaña cargando a su madre, todavía viva, y la deposita en una hondonada, un espacio pelón y vacío, lleno de huesos y aves de rapiña. La deja y se va, desgarrado. Empieza a descender la montaña. Al poco rato se detiene y regresa corriendo. Ha empezado a nevar. Su madre está en el lugar en el que él la había dejado, quieta. Pero ahora ese espacio es blanco y puro. Un lugar de quietud inimaginable, espiritual. Esa escena la tengo conmigo desde hace más de treinta años, mucho antes de que muriera mi padre, por supuesto. Creo que esas dos experiencias surgieron juntas a la hora de escribir esa serie.

 

En la serie “Alientos en el hielo negro” te refieres a la tristeza “en los desfiladeros y escarpaduras,/ un desamparo inexpugnable”. ¿Cómo distingues el desamparo existencial, contrapuesto al “campo verde de mi infancia”?

–Supongo que tiene que ver con lo que sucede cuando uno va subiendo una montaña. Al principio hay muchos espacios verdes. Hay agua corriente, conejos, urracas. Luego todo, poco a poco, empieza a volverse cada vez más blanco, sólo los pinos crecen. Más arriba también los árboles empiezan a escasear, y el paisaje se vuelve cada vez más ralo. Finalmente en la cumbre ya no hay nada, sólo escarpaduras y extensiones blancas. Desfiladeros de un lado y planicies del otro. De ambas cosas estamos hechos nosotros.

 

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