Las rayas de la cebra

- Verónica Murguía - Saturday, 04 Apr 2020 18:39 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp

Mínimo recordatorio

 

Al momento de escribir estos renglones México entra en la Fase 2 del plan para contener la expansión del Covid-19. A estas alturas todos hemos visto que estamos frente a una crisis extraordinaria, aunque no inédita. En los últimos años hubo avisos: en 1996 la propagación de la encefalopatía espongiforme o síndrome de Creutzfeld-Jakobs, el mal de las vacas locas, enfermedad causada por la alimentación y manejo de hormonas del ganado en el ámbito de su cruel explotación industrial. El consumo de la carne de las vacas enfermas provocó esta encefalopatía espongiforme que afectó a 220 personas en once países, lo que llevó al sacrificio de más de dos millones de reses. ¡Dos millones de reses! Por ambición, por indiferencia al sufrimiento animal y, perdón, humano.

Después, en 2009, apareció la mal llamada gripe porcina en Medio Oriente. Una enfermedad que, aparentemente, saltó de los cerdos a los humanos. El problema es que, entre humanos, demostró ser muy contagiosa, hecho que aprovecharon las autoridades egipcias para ordenar el sacrificio de 300 mil cerdos, criados por la minoría copta, de orientación cristiana, ya que el cerdo es considerado impuro y su consumo está prohibido a los musulmanes. Aquí, lo único claro fue el descaro cruel del gobierno egipcio. La orden de sacrificar a los cerdos no tuvo una base científica, sino política y religiosa.

En ese mismo lapso una variante de la gripe aviar h5n1, cuyos primeros casos fueron detectados en Hong Kong en 1997, hizo su aparición. Esta variante, más agresiva, es el h1n1 o sars. También tuvo su origen en China. Saltó de las civetas, mamíferos civérridos parecidos a los gatos y que tuvieron la desgracia de volverse populares debido a que, si consumen granos de café, él café adquiere un sabor “exquisito”, pues se impregna del almizcle que estos animales segregan desde unos pequeños receptáculos ubicados alrededor del ano. He probado ese café –en cierto supermercado gourmet– y me pareció bueno, pero no tanto. Esto fue antes de que yo viera las fotos de las pobres civetas sin pelo, esqueléticas y ciegas, debido a los laxantes que se les obliga a tomar para que expulsen continuamente el café.

Ahora se sabe que lo más probable es que el Covid-19 haya saltado de los murciélagos a los humanos. Comer murciélagos no es una costumbre extendida en China; es muy elitista, carísima. El tráfico y sacrificio de animales exóticos es un vicio exorbitante, así como el consumo de pene de tigre, cuerno de rinoceronte, de totoaba, cuya vejiga natatoria llega a valer 9 mil dólares en el mercado negro por sus dizque propiedades afrodisíacas. ¿Por qué estos señores no toman viagra, como la mayoría de los hombres? Ni el pene de tigre, ni el cuerno de rinoceronte, ni la vejiga de totoaba sirven para nada, como no sea para enriquecer a los cazadores furtivos y hacer que los consumidores se sientan momentáneamente poderosos.

Si estos señores desean presumir, ¿por qué no mandan bañar la pastilla de viagra con oro de hoja? Así, hasta sus heces tendrán cierto valor. Más valor que el resto de sus cuerpos, seguro.

La doctora Grace Ge Gabriel, directora regional encargada de Asia de la Fundación Internacional para el Bienestar Animal, afirma que el mercado negro chino ha puesto en peligro de extinción a varias especies: pangolines, murciélagos, osos, elefantes, civetas y un largo etcétera. Este no es un problema de supervivencia animal, sino de la supervivencia de los ecosistemas de la zona. Yo diría que no sólo los de la zona y que no nada más los chinos han explotado inmisericordemente a los animales.

Los murciélagos son animales esenciales. Mantienen a raya las poblaciones de mosquitos, el animal que más muertes causa entre los seres humanos, y polinizan miles de especies vegetales.

¿Cuándo vamos a comprender que nuestras vidas están insertas en la extraordinaria complejidad de los ecosistemas?

 

 

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