Cinexcusas

- Luis Tovar | @luistovars - Sunday, 24 May 2020 07:49 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp

Dos cartas de (no) despedida

 

Señora Pellicer:

 

Como el título indica, esta es una carta de no despedida, escrita a los pocos días de que sus ochenta y dos años de edad sucumbieran ante la pandemia que hoy padecemos y que –posiblemente usted ya no alcanzó a saberlo– se ha llevado también a otras personalidades del que fue su mundo, es decir el de la actuación y los escenarios, pero sobre todo el cine.

Pienso en usted, en su extensa y envidiable trayectoria profesional, y le confieso que me resulta difícil evadir los lugares comunes más socorridos cuando alguien de su talla –aquí tiene el primero– se extingue físicamente. Difícil, pues el hecho de que suene a frase hecha no le quita lo cierto: con usted muere un poco más ese cada vez más poco que nos va quedando del período espléndido, cinematográficamente hablando, del que usted formó parte o, dicho mucho mejor, al que usted le dio rostro y perfil junto con una enorme pléyade –aquí tiene el tercer lugar común– de mujeres y hombres que nos dieron identidad, al menos iconográfica pero, en realidad, bastante más que sólo eso.

Para lo anterior, a usted le habría bastado –he aquí el cuarto– con su primer papel relevante, luego de haber figurado en calidad apenas superior a la de una extra indistinguible: ¿cómo olvidarla, es decir desde que se le descubre, siendo la Lucía que sigue a Nazarín? Usted ya lo sabía pero nosotros estábamos por descubrir que esa mujer de rostro y figura que imponían, y aquí va el quinto lugar común, “había nacido para actuar”. Era 1959, de modo que usted apenas contaba con veintiún años, pero su talento habría de darle para eso y muchísimo más, como usted no dejó de poner de manifiesto desde aquellos ayeres: incontables temporadas teatrales, una cifra abundante de programas de televisión y más de cuarenta filmes son el testimonio de su siempre irreprochable presencia.

Y qué filmes, señora Pellicer; para no extender demasiado la enorme lista, me concentro en los esenciales después de Nazarín: esa pieza rarísima y bella que Juan José Gurrola tituló Tajimara, como el cuento del que procede la historia; Las visitaciones del diablo, de un Alberto Isaac en plena forma; más tarde usted fue la Susana San Juan del que con toda seguridad es el mejor (o el menos malo como película) Pedro Páramo que ha dado el cine; fue también, cómo olvidarlo, protagonista de La Choca, y le dio al Indio Fernández uno de sus desempeños más sobresalientes, e inmediatamente después fue parte fundamental del elenco de Las poquianchis, ese filme de Felipe Cazals que aún hoy en día estremece, de tan crudo, y terminaré este mínimo recuento con Tres mujeres en la hoguera, la osadía de Abel Salazar que usted, Maricruz Olivier y Maritza Olivares le ayudaron tan determinantemente a llevar a buen puerto, y aquí el último lugar común que me permito, para dar paso al agradecimiento absoluto por todo lo que le dio al cine mexicano, del cual uno nunca podría despedirse y, por lo tanto, tampoco de usted.

 

Querida Chaneca:

 

Hablábamos de tantas cosas, sobre todo de libros y sus autores, muchos de los cuales fueron tus amigos, que en este momento no recuerdo si alguna vez tocamos, y que no fuera sólo de pasada, algún tema cinematográfico, pero doy por hecho que sí porque contigo podía, y era un placer inmenso, hablar de cualquier asunto. Ahora que ya no estás, querida Chaneca, no me queda sino lamentar no haber aprovechado más el tiempo, la palabra, la anécdota, el comentario, todos generosos, que me dabas cualquier tarde o noche de las tantas que compartimos en el mismo piso de nuestra casa común.

Te lo digo aquí, aunque bien podría sólo pensar en silencio estas palabras –lo hago desde que supe que te fuiste– pero quería que otros las leyeran, así fuese por la única razón de que aparecerán en este suplemento que tú tanto querías.

Sé que te chocaba la cursilería, querida Chane, de modo que no sigo; sólo déjame decirte que, ni ahora ni después, voy a escribirte a manera de despedida, y estas líneas son para decir simplemente, como acostumbrábamos, “nos vemos”.

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