Las rayas de la cebra

- Verónica Murguía - Sunday, 31 May 2020 07:33 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp

Crónicas del milagro rutinario

 

En su espléndido ensayo autobiográfico sobre el embarazo, titulado Linea nigra, la escritora Jazmina Barrera escribe: “Mi hijo me está convirtiendo en lo que nunca quise ser: novelista.” Esto se deriva, quizás, de una preocupación con la estructura lineal que la novela suele imponer. Es semejante a la del embarazo y el parto sería el clímax.

Linea nigra, sin embargo, es al mismo tiempo un texto lineal y rizomático: comienza por ser un “cuaderno de embarazo” que se amplía y enriquece conforme Barrera reflexiona sobre la maternidad, la pareja, la escritura y las artes plásticas. Linea nigra es, sobre todo, un elocuente alegato acerca del lugar que la maternidad ocupa en la tradición literaria, pictórica, fotográfica y médica.

Nuestra historia personal es parte de la urdimbre de la especie, aunque ciertas zonas de la experiencia femenina estén ocultas, desplegadas en el envés del tapiz que retrata la vida humana. La historia, señala Barrera, no termina cuando el niño llega al mundo, ni
concluirá mientras haya seres humanos sobre la Tierra: somos y fuimos parte de alguien más y esta condición,
este formar parte de algo mayor, es irrenunciable.

“Estamos hechos de los otros”, cita y se regocija porque, al menos durante un tiempo, fue simultáneamente una mujer y un niño. El feto, nos informa, también mezcla sus células con las
de la madre, creando un nuevo lazo entre la mujer y el padre. En Linea nigra los tres acompañantes de la mujer embarazada son su madre, su esposo y su hijo. Una suerte de conjugación de la vida: el pasado de la embarazada es posible gracias a la madre, quien le dio la vida. En el caso de Barrera, la madre también cultiva en la hija la pasión por la pintura, la ritualización de los gestos cotidianos
y la enseñanza de los cuidados.

Hay en este libro un retrato amoroso y realista de ese vínculo: la madre emerge como una figura sensata y por momentos extravagante, al mismo tiempo frágil y poderosa. Con el humor lacónico que caracteriza su escritura, Barrera consigna su experiencia de mujer embarazada, del temblor de 2017, la conducta casi criminal del médico que la atendió, dizque adalid del parto humanizado, y la enfermedad de su madre. Las sucintas descripciones del alumbramiento son muy conmovedoras, así como los retratos del dolor físico, el miedo y la debilidad. Barrera abre sin tapujos su experiencia. Decide no encubrirla, no usar eufemismos, ni avergonzarse. Esto puede parecer un deseo natural, pero ha sido minuciosamente reprimido, tanto en el canon literario como en la vida.

Barrera lo muestra con mordaz economía. Un ejemplo es la descripción de cómo un hombre, en el público durante una plática sobre el libro Pequeñas labores, de Rivka Galchen, afirma que “no le ve el chiste” a un libro sobre la maternidad. Añade a esto una lista de los comentarios que las mujeres que amamantan en público tienen que escuchar en este país, en el que la vista de un pecho femenino es mucho más alarmante que la acostumbrada foto en el periódico del asesinado, y un breve comentario sobre la escasez de autorretratos de mujeres preñadas hasta el siglo xx.

A la tradición de los relatos sobre temas “importantes”, la guerra, la violencia y la muerte, Jazmina Barrera propone añadir otra, escrita también con sangre. No la sangre de la herida, de la crueldad, de la muerte; la sangre del parto, de la menstruación, de la vida.

Un canon, dice, una literatura del embarazo y el parto, opuesta a la de sólo el coito; del alumbramiento en contrapunto con la agonía; del cuidado en lugar de la explotación.

Lejos de beatificar el parto, lo humaniza; lo hace compatible con la experiencia de la escritura y el diálogo con hombres y mujeres que no tienen hijos.

Ante la falsa disyuntiva de escribir libros o tener hijos, Barrera contesta con un burlón y afirmativo ¿por qué no las dos cosas? Linea nigra es la demostración de que es posible.

 

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