Carlos Monsiváis: diez años después: autobiografía, ficción y poética narrativa

- Gustavo Ogarrio - Sunday, 21 Jun 2020 07:30 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Una década después, y seguramente durante muchas más, de la desaparición física del gran ‘Monsi’, su obra, en especial ‘Nuevo catecismo para indios remisos’ (1982) da pie a este espléndido ensayo para sugerir nuevos caminos de investigación y dejar claro y bien documentado lo mucho que la mente y el talento de Carlos Monsiváis, a no dudarlo, como la buena mata del dicho popular, sigue y seguirá dando.

 

En la obra del Carlos Monsiváis (1938-2010), en ese “repertorio infinito”, como la identifica Jezreel Salazar, “los temas y problemas que hace falta explorar […] se multiplican sin cesar” (“Carlos Monsiváis. Un repertorio infinito”, en La conciencia imprescindible. Ensayos sobre Carlos Monsiváis, Jezreel Salazar [introducción y compilación], FETA, 2009). Esta multiplicación vertiginosa del significado de su obra se conjuga con la perseverancia de sus lectores: se insiste en leerlo desde un presente en el que, a diez años de su fallecimiento, se hace más dramático el vacío de su voz. Monsiváis era el narrador crítico, irónico y paródico, omnipresente y fugaz, de todos esos “conteos regresivos” donde la Humanidad y el país y la colonia y/o el barrio y/o el pueblo entraban supuestamente en fase terminal: un narrador postapocalíptico, esta última noción propuesta por él mismo.

Sin embargo, al consolidarse como el gran cronista de la ciudad, el de las desventuras y aportaciones democratizadoras de la sociedad que permanentemente se organiza, y con esto contribuir como nadie en el proceso de reconocimiento y consolidación de la crónica como uno de los grandes géneros, periodístico y literario, social y artístico, en la historia de México y de América Latina, algunos de sus textos más arriesgados quedaron a la espera de una lectura e interpretación de su poética, de su dimensión artística como relatos.

Quizás es el momento de un regreso a la heterogeneidad textual de la obra de Carlos Monsiváis. Por ejemplo, ¿qué pasaría si leyéramos las conexiones entre obras como la autobiografía precoz Carlos Monsiváis (Empresas Editoriales, Nuevos escritores mexicanos del siglo XX presentados por sí mismos, 1966) y el Nuevo catecismo para indios remisos (Siglo XXI, 1982; Era, 1996) en su condición de poética narrativa? Es decir, desde cierta continuidad estética en la que se escenifica el montaje de un narrador secularizado ante la doctrina religiosa y el proceso de evangelización, cuya perspectiva es siempre crítica, paródica e histórica, pero también profundamente poética y política.

 

La autobiografía de un feligrés secularizado

¿Hasta dónde la autobiografía precoz de Carlos Monsiváis ya prefigura algunos modos de narrar, así como uno de los comienzos del proceso de formación de una perspectiva artística e ideológica de sus relatos y un punto de partida irónico y crítico consigo mismo y que atraerá, conforme avanza, a otras perspectivas para construir sus futuras narraciones? ¿Qué hay en este texto que nos pueda ayudar a comprender el crecimiento de otras ramificaciones narrativas que se decantan, por ejemplo, en el Nuevo catecismo para indios remisos?

Escribe Monsiváis: “Mi infancia transcurrió en la dorada época de los pioneers, en los albores de la Conquista del Viaducto […] Las razones migratorias de mi familia, en ese éxodo atroz de los cuarentas, fueron religiosas.” Lo autobiográfico en Monsiváis es desde el comienzo absolutamente político… y es crónica articulada al ensayo de un yo desplazándose constantemente hacia un nosotros, entre la infancia despojada de comportamientos comunes y la familia en desplazamiento significativo, entre una juventud de “politización indirecta” y una tensión entre atmósferas contradictorias que enriquecen el currículum secularizador del cronista, es decir, entre el ferviente protestantismo de su familia y su “militancia” temprana, gracias a un tío suyo, en el henriquismo, en 1951, cuando el general Miguel Henríquez Guzmán rompe con el PRI e inicia su trayectoria como candidato por la presidencia, aplastada en julio de 1952 mediante la represión. No es la pasión por el henriquismo lo que define al imberbe Monsiváis, es más bien la indignación contra un gobierno que aplasta y reprime lo que produce el sentido político de esta temprana pero intensa experiencia: “La derrota y la represión de julio de 1952 representan mi ingreso al escepticismo y al desencanto.”

La lista de “ocupaciones formativas” que sostienen el relato autobiográfico de Monsiváis es muy amplia y quizás el acento sobre la articulación compleja de sus lecturas, así como su configuración de testigo de una tendencia democratizadora de la sociedad mexicana y de los gobiernos despóticos y unificados por el nacionalismo revolucionario, son los énfasis que muchos de sus grandes lectores han propuesto. Por ejemplo, debemos a Linda Egan uno de los trabajos más completos y ambiciosos sobre la obra de Monsiváis (Carlos Monsiváis. Cultura y crónica en el México contemporáneo, FCE, 2004): “Cuando recuerda una infancia que pasó adquiriendo libros y asimilando su contenido, Carlos Monsiváis indica que él siempre se sintió de los más cómodo entre ‘los vouyeristas sociales’; se convirtió en un observador que era testigo de la vida nacional a una distancia que iba a ser moral en la medida que era intelectual.” A lo anterior es posible agregar: con su temprano relato autobiográfico, Monsiváis se convierte también en un protagonista del proceso de transformación literaria que va a salir de los géneros literarios consolidados en ese momento, como la novela o la poesía, para encaminarse hacia la crónica, el ensayo y hacia esa forma tan compleja como difícil de definir que está ya en estado de latencia en la autobiografía y que se va a expresar en toda su complejidad artística y política en el Nuevo catecismo para indios remisos.

Me explico: además de contar con elementos de crónica y ensayo, la autobiografía de Monsiváis arriesga a un narrador que ya experimenta con un modo de relatar que recuerda la estructura de pregunta-respuesta propia de un catecismo secularizado y/o de un moderno reporter que indaga en clave irónica y paródica sobre su propio pasado. Esto implica hacer no sólo una lectura “temática” de este libro, es necesario comprender e interpretar este rasgo de su poética narrativa: la configuración política y artística del narrador.

¿Qué interpretación hace posible rastrear en textos como la autobiografía al narrador del Nuevo catecismo? El capítulo II de la autobiografía, titulado “Viaje al corazón de Monsiváis”, es un magnífico ejemplo de la conexión entre estos dos textos. Las cuatro preguntas/cuestiones que detonan el relato de ese breve capítulo permiten que
el yo de Monsiváis sea obligado a definirse, de una manera autoritaria y paródica, por la instancia cuestionadora: “¿Cuál es su máxima aspiración?”, “Resuma su infancia”, “Su iniciación en la Cultura”, “¿Seguro no se está usted adornando?” Es un interrogatorio efímero pero intenso que se responde desde la primera persona del singular; el Monsiváis autointerrogado va a ensayar ya el tono que se ampliará y que se desbordará narrativamente en el Nuevo catecismo. En una de sus respuestas autobiográficas, Monsiváis escribe: “Ya que no tuve niñez, déjeme tener currículum. Y con su venia, como diría la China Mendoza, prosigo: las fuentes primordiales de mi infancia fueron la mitología griega y la literatura policial.” En el Nuevo catecismo, Monsiváis radicaliza esta enunciación herética que se esconde, para atacar mejor, en el permiso para responder a esa instancia todopoderosa que pregunta e interroga con su sola presencia cultural: “¡Permíteme, oh Señor, que enfrente a las Verdaderas Tentaciones! Soy tu siervo, divulgador de tu doctrina, vasallo de tus profecías, sujeto del error y el escarmiento, y quiero acrisolarme ante tus ojos honrando tu hermosura.” El yo formativo se desplaza hacia el yo secularizado, esto último siempre en el ámbito discursivo de la enunciación religiosa, mediante su imitación burlesca y una inversión ideológica de la doctrina, al tiempo que construye el gran retablo del deseo de pecar en las mejores condiciones espirituales, modernizando el alma devota que se narra a sí misma ya sin culpa: “Restablece los derechos de tu hijo, Señor, oblígalo a imaginar tentaciones que lo sean de modo inobjetable, que de veras inciten mi deseo, que me hagan olvidar cuán fácil es mantener la virtud si nadie nos asedia como es debido.”

 

El Nuevo catecismo: ficción y poética narrativa

Un libro pionero en la lectura e interpretación de la poética del Nuevo catecismo para indios remisos es sin duda el que coordinó Raquel Serur, La excentricidad del texto. El carácter poético del Nuevo catecismo para indios remisos (Dirección de Literatura/UNAM, 2010), publicado justo en el año de la muerte de Monsiváis. La contribución de este libro colectivo a la lectura de la obra de Monsiváis parte del haberse tomado muy en serio el análisis de la especificidad poética-narrativa y del estatus de ficción del Nuevo catecismo. Afirma Serur: “de todos los Monsiváis posibles, el menos conocido y menos frecuentado es el escritor de ficción. Hasta donde he logrado averiguar, la crítica literaria –en nuestro país y en el extranjero– menciona el Nuevo catecismo para indios remisos como uno de sus libros importantes, pero lo ha dejado prácticamente intocado”.

Adolfo Castañón describe el Nuevo catecismo como “la subterránea cripta ardiente dentro de la capilla de la crónica y el atrio del ensayo”; cincuenta y un “nichos paródicos” cuya hibridez radica en esa tensión poética entre su definición paródica de catecismo y su autonomía de ficción ante la crónica o el ensayo, en sus rasgos integradores de fábula, homilía edificante, herejía, confesión y sátira. Castañón también identifica la modernidad transgresora de los textos: circense, carnavalesca, corrosiva, mordaz; perplejidad, escarnio e ironía.

Además, su condición de catecismo postvirreinal entraña una dimensión histórica particular como género evangelizador y político. Aunque no guarde la estructura de pregunta-respuesta que sí presentaba el pasaje que citamos de la autobiografía de Monsiváis, el hecho de definirse como catecismo ya recarga las narraciones de una especificidad discursiva: el catecismo fue la forma por excelencia de la transmisión y comportamiento doctrinales y religiosos durante la larga duración de la colonización y que permanece de manera precaria hasta nuestros días, pero también fue un género reconfigurado por las luchas de independencia con los célebres catecismos políticos y patrióticos, como el de José María Luis Mora y mediante el cual transmitía la doctrina constitucional que acompañaría a la configuración del Estado-nación. Como afirma Rafael Sagredo Baeza: “los llamados catecismos políticos constituyeron una de las formas fundamentales a través de las cuales trascendieron hacia la sociedad las ideas y conceptos políticos liberales y republicanos” (“Actores políticos en los catecismos patriotas y republicanos americanos, 1810-1827”, revista Historia, 1994).

El Nuevo catecismo de Monsiváis también lleva a cabo un proceso narrativo de sublimación de la retórica evangelizadora, en el sentido que Freud da al termino: la desvía hacia una finalidad no doctrinaria, la invierte en su función dogmática mediante ese subterfugio político e irónico que se lee entre líneas en cada texto.

En el Nuevo catecismo, Monsiváis también escenifica de manera alegórica, indirecta, ciertos rasgos autobiográficos, sólo que ahora en la tercera persona del singular: “Ubicuo, a quien Dios no escatime comodidad alguna a su vera, no fue en la vida terrenal muy avispado, presa como estaba de la obsesión por la cultura popular, que lo hacía descubrir esencias y rasgos perdurables donde sólo existen tristezas del músico ambulante o garabatos de aficionado.” Esto para después describir el papel postvirreinal de Ubicuo, el Monsiváis encubierto en este demiurgo secularizado: “Él fue feliz comparando las variedades de la experiencia musical, describiendo las alzas y bajas de las creencias, cronicando exaltado a las celebridades del momento: curanderos, príncipes disipados, verdugos que de improviso ejercían su oficio contra sí mismos, tañedores de laúd, cortesanas, cinceladores del verso alejandrino.”

“Un catecismo para descreídos”, lo llama Raquel Serur, cuya estrategia barroca radica en su horror al vacío, pero también en su arte de contraconquista, como lo describe Carmen Galindo: “es el barroco tendido contra el dogma, el irreverente barroco de un reformista protestante”. Y es este barroco, en permanente relación con otras poéticas de nuestra historia, lo que también le da su dimensión estética al Nuevo catecismo: en su centro vacío y en ese retablo de recargamiento narrativo, en la pregunta: ¿quién va a narrar ahora nuestros purgatorios?, están estos textos de Carlos Monsiváis y su poética trenzada con los grabados de Francisco Toledo, en contrapunto eterno y como el lugar en el que se bate a muerte la dimensión libidinal de todas nuestras libertades y derechos conquistados contra el pecado y la culpa virreinales.

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