1930-2020 Mi nombre es Connery, Sean Connery

- Rafael Aviña - Saturday, 14 Nov 2020 19:35 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
La famosa saga de espionaje y acción basada en las novelas de Ian Fleming fue protagonizada por primera vez en el cine por Sean Connery, en 'Dr. No', en 1962. Vinieron otras más y también varios actores que representaron al personaje James Bond con mayor o menor fortuna. Sin embargo, en el gusto mundial, el más memorable sin duda fue el actor escocés nacido en Edimburgo en 1930 y fallecido el pasado 31 de octubre. La semblanza que sigue es apenas un breve homenaje a su carisma y buenos oficios actorales.

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Un viernes santo en abril de 1971, Roberto Correa, compañero de sexto de primaria, hoy cinefotógrafo en Los Ángeles, California, mi carnal desde 1969 a la fecha, y yo, nos escapamos de casa –como era Semana Santa, no había permiso de ir al cine– para asistir a la proyección de Sólo se vive dos veces (Lewis Gilbert, 1967) con Sean Connery como James Bond, en el extinto Cine Ópera. Al salir de la función nada fue igual y, desde entonces, las misiones fílmicas y literarias de 007 nunca se desprenderían de aquellos niños de once años.

En esa demencial carrera fílmica comercial, sólo una saga consiguió renovarse a pesar de la excesiva repetición de sus esquemas. Con veinticinco títulos oficiales, más un trío de curiosas cintas apócrifas -Casino Royale (1954), Casino Royale (1967) y Nunca digas nunca jamás (1983)–, la serie dedicada a James Bond fue capaz de adaptarse a los tiempos que corrían, obteniendo verdaderas joyas a partir de un género de simple explotación y entretenimiento.

“El servicio secreto concede licencia para matar a ciertos agentes especiales, otorgándoles como identificación el prefijo doble cero. Esta gran responsabilidad la había ganado arduamente James Bond, agente 007, llevando a cabo las misiones más peligrosas, que eran en realidad las únicas que le atraían.” El texto de presentación que acompañaba a las novelas de Ian Fleming en los años sesenta (Editorial Albón, Medellín, Colombia), enmarcan la síntesis de un mito universal: tal vez, el mayor héroe de ficción de la literatura de la guerra fría.

Cínico, mujeriego, atleta consumado, experto en todo tipo de disciplinas de combate y gran catador de vinos, James Bond se trastocaría en una de las grandes leyendas del cine contemporáneo. Concebido originalmente por Fleming en doce volúmenes, más dos colecciones de cuentos que dieron la vuelta al mundo, el 007 cinematográfico se convirtió en el héroe capaz de entablar enfebrecidas batallas en cielo, mar, tierra y cama, en nombre de Su Majestad británica. Un personaje capaz de hacer realidad los deseos más íntimos: destreza en el manejo de armas –desde una Walter PPK hasta armamento nuclear–, y un poder de seducción e improvisación que hacen de su vida una violenta aventura que conduce siempre a una fuerte descarga de adrenalina y otras secreciones. Nadie mejor que Sean Connery para representarlo en la pantalla…

 

Nacido para ser Bond, James Bond

Se dice que Dana, la mujer de Albert Cubby Broccoli –productor de la saga junto con Harry Saltzman–, quien observaba en rushes las pruebas de actores para elegir al futuro protagonista de El satánico Dr. No (Terence Young, 1962), se sobresaltó al observar al joven y apuesto Sean Connery, un exlechero, exobrero, actor secundario y villano en algunas producciones mediocres. El actor escocés, nacido en Edimburgo en 1930, había aparecido en pequeños papeles en La última noche del Titanic o La gran aventura de Tarzán, como el malvado que enfrentaba al héroe encarnado por Gordon Scott.

De hecho, Fleming rechazó la elección de Connery. Para el escritor, el perfecto protagonista de su personaje era David Niven –propósito cumplido en Casino Royale del ’67–; no obstante, el éxito fue arrollador y el primer filme de 007 con Connery desencadenó una histeria colectiva. Y es que Sean Connery había nacido para interpretar a Bond, superando a todos sus sucesores, aun cuando éstos, por cierto, realizarían un trabajo muy bueno.

Connery dio vida a las fantasías escapistas de adolescentes y adultos, en una saga políticamente incorrecta hoy en día, que incluía a espectaculares bellezas como Ursula Andress, Daniela Bianchi, Shirley Eaton, Honor Blackman, Mie Hama y más. Con la aventura exotista de Dr. No, ambientada en Jamaica, contrastaba la paranoia violenta y la sexualidad descarnada que rodeó al actor en El regreso del agente 007/Desde Rusia con amor (t. Young, 1963), que incluía una memorable banda sonora de John Barry.

En Goldfinger (Guy Hamilton, 1964), Connery mostró sus dotes seductoras y un feroz humor negro que aparece a su vez en aquella célebre secuencia en la que el obeso villano Gert Fröbe amenaza con quemar sus genitales con un rayo láser. En Operación trueno (T. Young, 1965), cuyo tema musical corrió a cargo de Tom Jones, el héroe surca el aire con un cinturón volador y luce a cabalidad su figura al lado de las hermosas Claudine Auger y Luciana Paluzzi. Notable a su vez resulta la escena del jacuzzi donde varias chicas japonesas bañan y rasuran al agente 007 para convertirlo en un asiático, en un filme de acción espectacular como Sólo se vive dos veces.

 

Más allá de Bond

Connery decide dejar la saga por temor al encasillamiento en Al servicio secreto de su majestad (Peter Hunt, 1969), protagonizada por George Lazenby, y regresa una vez más con Los diamantes son eternos (G. Hamilton, 1971), usando un bisoñé, ocultando canas y algunos kilos de más. Por supuesto, su escalada en un hotel de Las Vegas, la persecución automovilística a bordo de un Mustang 71, o la manera en que coloca el reemplazo del casette de computadora del archicriminal Blofeld (Charles Gray), en el bajo bikini de Tiffany Case (Jill St. John), no daban oportunidad al respiro.

Protagonista de cintas notables como La colina de la deshonra, Zardoz, El hombre que sería rey, El nombre de la rosa, Robin y Marian, Atmósfera cero o Los intocables, Sean Connery abandonaría al personaje de 007 para, más tarde, autoparodiarse en su regreso como James Bond en Nunca digas nunca jamás (Irvin Kershner, 1983). Su muerte coincide con la doble moral del cine comercial actual, sus correcciones políticas e inclusiones forzadas, como la elección de la actriz británica afrodescendiente Lashana Lynch como la nueva 007.

Con Sean Connery se va una leyenda que jamás olvidaremos.

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