Alemania. Un cuento de verano

- José Aníbal Campos - Sunday, 22 Nov 2020 07:26 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
En 1844 apareció el librito ‘Alemania. Un cuento de invierno’, de Heinrich Heine. Se trataba de una sátira, poética y en clave de crónica de viaje. El título recordaba una comedia llamada ‘Sueño de una noche de verano…’ ¿Homenajes literarios? ¿Rebelión a la ortodoxia de los géneros para exhibir la necedad humana? Aquí, José Aníbal Campos muestra la doble moral de la sociedad y ensaya un falso reportaje a partir de los contenidos del ‘Süddeutsche Zeitung Magazin’ del 3 de junio del 2016.

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Espantapájaros

Campo de refugiados cerca de la frontera sirio-turca: un niño kurdo salta una alargada barrera de llamas, rodeado por el coro de otros niños entusiastas que lo animan. Lleva camisa blanca, jersey oscuro, abrigo ligero, pero bien podríamos imaginarlo vistiendo la camiseta de la selección alemana de futbol con el número de su ídolo, Mesut Özil. Un pañuelo le tapa el rostro durante el salto. La tela blanca da a su cara un aspecto inquietante, como si llevara ya el vendaje de un mutilado de guerra; se pliega en la parte inferior de la cabeza, abriendo una rajadura que va de la barbilla a la nariz, como un enorme labio leporino. Una cara borrada por un desidioso brochazo de cal grisácea.

Están en territorio turco, cerca de Kobane, una ciudad siria fronteriza, ahora casi borrada del mapa por las detergentes operaciones de limpieza de dos bandos en pugna. Una ciudad fantasma. Según cuentan, hace apenas un siglo sólo había en el lugar tres casas.

Fue la ansiedad expansionista de Guillermo II y su rezagado Segundo Imperio la que, con la construcción de una estación ferrioviaria destinada a formar parte de la soñada línea Berlín-Bagdad, impulsó el crecimiento del exiguo caserío, que en poco tiempo se convirtió en un villorrio de miles de habitantes. Ko-Ba-Ni, cuenta la leyenda, sería el acróstico de Konya-Baghdad Railway Company, la empresa alemana que financió parte del proyecto antes de la debacle de la Gran Guerra. Una caricatura de 1900 muestra al industrial Georg von Siemens con casaca de jefe de estación ferroviaria, bombachos y fez turcos. Y un titular: “¡A toda máquina hasta Bagdad!”

Apenas se ven pájaros en las fotos actuales de esas zonas del noroeste sirio dominadas por el Estado Islámico. Abundan, eso sí, las composiciones escultóricas en forma de espantapájaros: hombres crucificados como peleles de trapo, cabezas de mujeres en un palo, como muñecas decapitadas. Sobre todo estas últimas se asemejan a las improvisadas medidas de protección de pequeñas cosechas domésticas que se ven desde los trenes en las huertas suburbanas de Alemania. También las hay en los alrededores del lago Starnberg (el distrito con los mayores ingresos per cápita del país), donde los adinerados vecinos esperan con inquietud, como cada año, la llegada intempestiva de miles y miles de gansos salvajes.

 

Goose vs. Human

El señor K. (llamémosle Herr Kothals) no tiene buena cara a las 06.45 horas de esa mañana soleada. Desde que en Alemania hay diez veces más gansos salvajes que hace treinta años, su jornada laboral la determinan los ciclos intestinales de unas aves que, según estudios ornitológicos recientes, cagan ciento setenta veces al día, con un monto medio de dos kilos de excrementos diarios. Herr Kothals detenta el cargo oficial de Landschaftspfleger (preservador del paisaje; es decir, jardinero municipal) en una comarca turística a orillas del lago Starnberg, donde también tiene su casa, entre tantos otros millonarios alemanes, Patrick Süskind, el afamado autor de El perfume. Una de las funciones prioritarias de Herr Kothals consiste en limpiar cada mañana de excrementos el impecable césped donde decenas de bañistas ponen a asolear sus piernas de color larvario.

El afán de los gansos por asentarse en sus predios es, lógicamente, motivo de disgusto permanente para Kothals cada verano. Las aves acuden gustosas a sitios con afluencia de humanos sensibles que, conmovidos por el destino de los alados inmigrantes llegados desde tan lejos, les arrojan sobras de comida: trozos de lechuga veteados de mayonesa, migas de pan y frutas mordisqueadas o con partes en mal estado.

Por suerte, nuestro Kothals (descendiente de una larga genealogía de “preservadores paisajísticos” cuyo rastro puede seguirse hasta su bisabuelo, el Gran Kothals, uno de aquellos pioneros bávaros que, a principios del siglo xx, partieron hacia el Oriente Medio para trabajar como mano de obra eficiente y barata en la construcción de uno de los ramales de la línea Berlín-Bagdad, la cual conectaría la capital del pujante Reich con las costas del Golfo Pérsico) no tiene ya que palear a mano, como hizo su abuelo –o incluso su padre, en los años posteriores a la guerra– los varios kilos de caca de ganso que blanquean cada mañana el verde de brillo casi plástico de “su” playa. El Ayuntamiento le ha entregado una Gänsekotreinigungsmaschine (máquina para limpiar caca de ganso), una enorme aspiradora concebida en su origen para el mantenimiento de campos de golf, capaz, en pocas horas, de absorber kilos de caca gansaria (o colillas, restos de vidrios y bolsas de plástico o latas abolladas). La tecnología es Kärcher (de la Alfred Kärcher GmbH & Co., fundada en 1935 y especializada, en sus inicios, en la fabricación de hornos industriales y equipos para la Luftwaffe, y más tarde, tras la oportuna desnazificación, empresa puntera en la producción de todo tipo de equipos de limpieza: al vapor, por alta presión, por barrido, por aspiración… En fin, que su divisa es la pulcritud).

Entre la muchedumbre desaliñada del campo de refugiados próximo a Kobane destaca la imagen de una joven con camiseta de color amarillo yema de huevo que hace promoción de los productos Kärcher: en la foto impresa sobre la prenda, un grupo de pingüinos observa con curiosidad una aspiradora manual de esa marca, cuyo aerodinámico cuerpo, en posición vertical, se les asemeja sospechosamente.

La camiseta llegó al campo en un gran donativo organizado por bañistas habituales del lago Starnberg que, una tarde de verano, leyeron algo acerca de las condiciones en este campamento turco en las hojas sueltas de una revista que revoloteaba sobre el prado donde tomaban el sol. De vuelta en la ciudad, metieron en unas cajas varias limpiadoras de cristales (técnica al vapor), máquinas de limpieza a presión con arena, camisetas, bolígrafos amarillos como yema de huevo y lápices y blocs de dibujo, se pusieron en contacto con una ong y despacharon al desierto todas esas cosillas que aliviarían la vida de los acampados. Esa noche durmieron la mar de tranquilos.

Kothals, que cuando no está ocupado limpiando excrementos de ganso emplea su escaso tiempo libre en pintar acuarelas con motivos románticos (castillitos en ruinas, quillas de barcos alzadas en plena tormenta, idilios lacustres con bandadas de patos salvajes en despegue), menea la cabeza con indulgencia al ver a algunos de sus bañistas acelerar el proceso digestivo de los hasta ahora tolerados huéspedes. Lo cierto es que Kothals no siente odio alguno hacia los gansos. “Visualmente es un espectáculo único por su belleza, un sueño”, nos dice. No obstante, entiende que el asueto de unos bañistas no debe verse afectado por el falso concepto de humanitarismo ornitológico cultivado por otros. Por ello preside la comisión municipal que adoptará próximamente una medida ya aplicada con éxito en muchos otros balnearios europeos y en comarcas colindantes con aeropuertos: la muerte por gas, en los próximos años, de hasta cuatrocientos mil gansos.

 

Ecologismo

En su propósito, Herr Kothals cuenta con el apoyo especializado de Roswitha, una de las bañistas más asiduas.

Roswitha es ornitóloga de carrera, ecologista en sus ratos libres (“¡Moderada!”, nos aclara) y trabaja como asesora del departamento de Riesgos Laborales de una multinacional especializada en la fabricación de turbinas de avión. Ella sabe todo lo que se puede saber sobre los peligros que implican las aves para el buen desenvolvimiento de la vida humana.

“¡Nosotros somos los culpables!”, nos dice, apasionada. “El incremento desmedido de las poblaciones de gansos, su modo de vida cada vez más sedentario es resultado directo de nuestro bienestar. El desarrollo agrícola ha propiciado el asentamiento de grandes poblaciones de unas aves que, en otros tiempos, cuando predominaban las malas cosechas y las hambrunas, emigraban hacia latitudes situadas más al sur. ¡Y no hablemos ya de los daños que pueden causar en la aviación civil o militar! Las turbinas de los aviones son cada vez más silenciosas, y los pájaros no se apartan cuando un aparato despega o aterriza. Sólo en Estados Unidos se registraron, en un período de veinticuatro años (entre 1990 y 2014), 150 mil colisiones de aviones con pájaros… O de pájaros con aviones, según se mire. Es cierto que menos de un 1 por ciento de los casos tiene consecuencias fatales u ocasiona daños irreparables en las turbinas. En nuestra multinacional se las prepara entretanto para que el motor no pierda fuerza de empuje tras una colisión con pájaros de tamaño medio. Nuestro departamento de pruebas cuenta con una brigada de curiosos artilleros que, con unos cañones especiales, lanzan gallinas muertas a las turbinas en rotación para poner a prueba su capacidad de resistencia. De las aves sólo queda un lustroso chorro rojo que las turbinas expulsan por su parte trasera.”

 

Ejercitando las artes

Volvemos al campo de Kobane. Nuestro niño sirio (llamémosle Khaled) se dispone a dar su siguiente salto sobre una barrera de brasas ahora más larga. De rodillas, en un extremo de la foto, se ve a otro niño de espaldas dando color al dibujo de una de las páginas del libro que les llegó en donación desde Alemania y que lleva el logotipo amarillo huevo de Kärcher: una bandada de gansos salvajes levantando el vuelo. Algo más al fondo, una niña sonriente intenta levantar una especie de escultura con los brazos y las piernas desmembradas de una muñeca de la que sólo han quedado una cabeza pelirroja y un torso de color asalmonado.

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