Cuando se abre una mano desaparece un puño: 90 años de El Halcón Maltés, de Dashiell Hammett

- Alejandro Toledo* - Sunday, 13 Dec 2020 07:19 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
En la obra emblemática del genial escritor Dashiell Hammett (1894-1961), 'El Halcón Maltés', la historia y la ciudad de San Francisco están imbricadas e involucradas profundamente: la ciudad alienta a los personajes y ellos dan cuerpo a la ciudad. En esta glosa de la novela y de la vida de su autor, se señalan los derroteros esenciales de lo mejor del relato policíaco del siglo XX.

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Por décadas, durante el siglo XX, la ciudad de San Francisco fue un foro natural para la novela y el relato policíacos o el thriller. ¿Cuándo comienza esto? Acaso con Dashiell Hammett (1894-1961), quien llega a esa ciudad luego de su estancia en un hospital público en Tacoma, en el estado de Washington, por haber contraído la influenza o gripe española, lo que afectó sus pulmones y degeneró en tuberculosis (enfermedad que lo aquejó siempre y que él decía curarse con whisky). En el hospital conoce a la enfermera Josephine Annis Dolan, con quien se casa el 7 de julio de 1921 en San Francisco, en la catedral de St. Mary. Hammett vivirá ocho años en esa urbe, donde vuelve a colaborar como detective con la Agencia Pinkerton, para la que había trabajado en Baltimore.

En San Francisco escribe sus primeros relatos, que aparecen en las revistas The Smart Set y Black Mask. Luego se diversifica en cuanto a los medios en que colabora e inventa al Agente de la Continental (protagonista de algunos cuentos y de su primera novela, germen de Sam Spade, Ned Beaumont y Nick Charles), así descrito por Javier Alfaya y Alberto Manguel: “es un hombre realista y un tanto cínico, que no se extraña de nada, y quien tiene su peculiar código ético, basado fundamentalmente en el principio de que cuando uno ha sido contratado para hacer un trabajo, debe cumplirlo”.

Dice Steven Marcus que San Francisco le proporcionó a Hammett “el marco y el material de gran parte de sus escritos”. Lo cierto es que su carrera literaria dura poco más de lo que fue su estancia en esa ciudad; y que el cierre, su despedida de la ficción, El hombre delgado (The Thin Man, 1934), ya estará situado en Nueva York. Sus novelas anteriores son: Cosecha roja (Red Harvest, 1929), La maldición de los Dain (The Dain Curse, 1929), El Halcón Maltés (The Maltese Falcon, 1930) y La llave de cristal (The Glass Key, 1931). No sé si pueda establecerse a San Francisco como la identidad oculta de Personville (o Poisonville, como es rebautizada esa urbe entregada al crimen), en Cosecha roja; explícitamente, San Francisco es el espacio geográfico en el que ocurre la más célebre de sus novelas: El Halcón Maltés.

Por el texto y su adaptación cinematográfica a cargo de John Huston se creó una suerte de simbiosis entre la metrópoli y ese libro. En Burrit Street hay una placa de bronce que dice: “Aproximadamente en este punto Miles Archer, socio de Sam Spade, fue asesinado por Brigid O’Shaughnessy”, acaso como una confirmación de que en ocasiones la ficción, cuando es muy poderosa, invade a la realidad. El mismo Spade recrea, al final de la novela, ese instante de la muerte de su socio; según sus deducciones, relata a Brigid, que pasa por una mujer frágil e inocente, cómo ella cometió el crimen:

Tú eras su cliente, y Miles no tendría ningún inconveniente en dejar de seguir a Thursby si tú se lo dijiste; y si le alcanzaste y le invitaste a meterse contigo en aquel callejón, seguro que lo hizo encantado. Para eso sí era lo suficientemente estúpido. Te miraría de arriba abajo, se relamería y te acompañaría con una sonrisa de oreja a oreja. Y entonces te resultó fácil acercarte a él todo lo que quisiste en la oscuridad y agujerearle la piel con el revólver que le habías cogido a Thursby aquella tarde.

Como el Ulises de Joyce, La señora Dalloway (1925), de Virginia Woolf, o Manhattan Transfer (1925), de John Dos Passos, por citar otras tres obras narrativas de comienzos del siglo XX, El Halcón Maltés es uno de esos libros que puede leerse con mapa en mano. No es casual que cuando Sam Spade noquea en su despacho a Joel Cairo, al revisar sus pertenencias le encuentre una pequeña guía de las calles de San Francisco. La urbe no es sólo el telón de fondo sino, además, funge como protagonista.

¿Cuáles son los sitios de interés de la novela? Además del callejón ya indicado, están la farmacia en la esquina de Bush y Taylor desde la que Spade llama a su secretaria para que le comunique a la esposa de Miles que ha enviudado; el hotel en el que se hospedaba Floyd Thursby, en Geary cerca de Leavenworth, en cuyas cercanías es ajusticiado (en la segunda muerte de esa madrugada); los edificios Coronet, en California Street, refugio de Brigid O’Shaughnessy; las parrillas de Herbert, en Powell Street, o la de John, en Ellis Street, frecuentadas por Spade; el hotel Palace, en Geary Street, los hoteles Belvedere y Alexandria… y el ámbito final, donde todo se concentra, sitio de reunión de Spade con la tribu que busca apoderarse del Halcón Maltés: el departamento de Sam Spade, en Post Street.

 

La parábola de Flitcraft

Hay una historia incrustada en El Halcón Maltés en la que pocos se han detenido, pues no tiene mucho que ver con los sucesos centrales. Es algo que acude repentinamente a la memoria de Sam Spade, una historia de Tacoma, y que éste relata a una distraída Brigid O’Shaughnessy, quien sólo la calificará como subyugadora. En algo recuerda al “Wakefield” (1842) de Nathaniel Hawthorne, “fantasía de la conducta”, como la llama Borges, que anticipa, para el escritor argentino, el Bartleby (1856) de Melville y las invenciones de Kafka, en tanto que tratan, el cuento de Hawthorne y el recuerdo de Spade, de hombres que sin razones muy claras abandonan el lecho conyugal para desaparecer por un tiempo. En uno, el más antiguo, el marido se instala en un apartamento cercano a su casa para observar desde ahí cómo avanza la vida sin él; en el otro, el esposo vagabundea por años hasta ubicarse en una ciudad vecina, en la que reconstruye, con una nueva pareja, su vida anterior. Concluye Hawthorne:

Entre la aparente confusión de nuestro misterioso mundo, los individuos están bien ajustados a un sistema, y los sistemas a otros sistemas y a un conjunto, en el que, por apartarse un momento, un hombre corre el riesgo de perder su sitio para siempre. Igual que Wakefield, puede convertirse en algo así como el Paria del Universo.

Hawthorne deja a su protagonista en el umbral de la casa, cuando ha decidido su regreso. ¿Qué ocurrirá? ¿Cómo será recibido por la esposa abandonada que ya asumió incluso su viudez? En Hammett, el cuento empieza así: “Un hombre llamado Flitcraft salió un día de su oficina de corredor de fincas para ir a comer. Salió y jamás volvió.” Spade concentra el caso en esta imagen poderosa: “Desapareció […] como desaparece un puño cuando se abre la mano.”

Cinco años más tarde de ese hecho, en Seattle, la señora Flitcraft acude a Spade para contarle del suceso y porque alguien le ha dicho que vio en Spokane a un hombre muy parecido a su marido. Spade lo busca, se entera de que lleva un par de años instalado en esa ciudad bajo otras señas, que es propietario de un negocio de automóviles, tiene esposa, un hijo de menos de un año… Conversa tranquilamente con él. “Flitcraft no sentía remordimientos de ninguna clase. Había dejado a su familia en posición desahogada, y su conducta le parecía completamente razonable.” ¿Qué fue lo que le ocurrió?:

Cuando salió a comer pasó por una casa aún en obras. Todavía estaban poniendo los andamios. Uno de los andamios cayó a la calle desde una altura de ocho o diez pisos y se estrelló en la acera. Le cayó bastante cerca; no llegó a tocarle, pero sí arrancó de la acera un pedazo de cemento que fue a darle en la mejilla. Aunque sólo le produjo una raspadura, todavía se le notaba la cicatriz cuando le vi. Al hablarme de ella se la acarició, se la acarició con cariño. Naturalmente, el susto que se llevó fue grande, me dijo; pero la verdad es que sintió más sorpresa que miedo. Me contó que fue como si alguien hubiera levantado la tapa de la vida para mostrarle su mecanismo.

El mecanismo de Hammett hallado en la historia de Flitcraft es, tal vez, el sistema de Hawthorne o su contraparte. Sigue Spade:

Él, el buen ciudadano, esposo y padre, podía ser quitado de en medio entre su oficina y el restaurante por una viga caída de lo alto. Comprendió que los hombres mueren así, por azar, y que viven sólo mientras el ciego azar los respeta. […] Si una viga al caer accidentalmente podía acabar con su vida, entonces él cambiaría su vida, entregándola al azar, por el sencillo procedimiento de irse a otro lado.

La paradoja está en que esa vida entregada al azar no dura mucho tiempo, y que al final Flitcraft construye algo similar a lo que tenía. Concluye Spade: “Se acostumbró primero a la caída de vigas desde lo alto; y no cayeron más vigas; y entonces se acostumbró, se ajustó, a que no cayeran.” Como Wakefield, corrió el riesgo de convertirse en un Paria del Universo, aunque salió bien librado del asunto: la primera esposa de Flitcraft comprendió todo, le concedió el divorcio y lo dejó libre.

Steven Marcus ve en esta historia una parábola. Presume Spade que su método para averiguar las cosas es arrojar, violenta e impredeciblemente, una barra de hierro en medio de la maquinaria, y quizá la historia de Flitcraft sea, en El Halcón Maltés, esa barra.

Flitcraft no regresa a su casa directamente, como si lo hará Wakefield, pero construye algo muy similar a lo que ya tenía. Es otra forma del retorno. Cierra Marcus: “El hombre, a pesar de todo lo que ha aprendido, de todo lo que sabe, persiste en comportarse y esforzarse en actuar de un modo cuerdo, racional y responsable, y continuará persistiendo en ello aun a sabiendas de que no existe razón lógica, ni metafísica, ni demostrable para hacerlo” (El agente de la Continental, Dashiell Hammett).

Para Hammett, Spade y el agente de la Continental, dice Marcus, “mantener conscientemente tales contradicciones constituye parte indispensable de su existencia y del placer que ésta les proporciona”.

He ahí el meollo del asunto, por lo menos en cuanto a la obra de Dashiell Hammett.

 

*Alejandro Toledo es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte.

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