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Crónicas para volver a casa

"¿En qué país estamos, Agripina?", Gustavo Ogarrio, Nitro/Press, México, 2020.
Valentina Quaresma Rodríguez

 

Un libro es el resultado de muchos días de caminar. En el caso de Gustavo Ogarrio, este libro de crónicas nace del caminar metafórico desde su infancia, pasando por una revisión de varios iconos de la cultura popular, hasta los más dolorosos y recientes acontecimientos que observa en eso que a veces llamamos México. ¿En qué país estamos, Agripina?, editado por Nitro/Press bajo el cuidadoso mirar de Mauricio Bares y Lilia Barajas, se presentó al público de manera virtual a finales de 2020, uno de los años más caóticos y dolorosos que la humanidad ha experimentado en los últimos tiempos.

Es justamente en ese cruce existente entre el dolor y el horror, la esperanza y la permanencia, que Gustavo Ogarrio reconstruye sus pasos y su mirada por entre las calles de Ciudad de México, de América Latina toda, del universo televisivo y de la radio que llenan de voces el ambiente; construye un modo del decir, de nombrar aquello que está en la cotidianidad, pero también de aquello que podría no estar. Ese juego de posibilidades permite al lector entender el puente que su autor crea entre su propia voz como periodista y caminante, con las otras voces que habitan sus textos y las realidades extratextuales con las que dialoga.

El libro se muestra entonces como una narrativa periodística que es a la vez testimonio, homenaje y nostalgia de una expresión del periodismo premultimedia, reivindicación del encuentro como forma de resistencia, denuncia de las atrocidades de un país que se desploma. El lector encontrará en estas crónicas un mosaico afectivo que transita entre la rabia y el dolor, pero también entre la esperanza y una radical afirmación de la memoria como bálsamo contra el desarraigo y la ignominia.

La edición del libro consigue organizar lúcida y elocuentemente los textos, de manera que puedan leerse los lazos simbólicos entre éstos. Por ejemplo: la sección “Absurda es la materia que se desploma” refiere a los días intensos de los sismos de 2017. La metáfora de lo que se fractura y se viene abajo, le permite a Ogarrio reflexionar también sobre otras estructuras que se caen, sobre fracturas que atraviesan territorios irreconocibles por el desamparo en que la falaz imagen del Estado mexicano los sitúa. La piel de sus textos parece quedar en llamas al hablar de Ayotzinapa.

En estas crónicas se muestra una necesidad explícita por escribir en el momento mismo del acontecimiento. Una voluntad de inmediatez que lo conecta con lo cotidiano, con lo que ocurre del otro lado del mundo, pero también con lo íntimo, con la experiencia personal de esas voces que se integran como rumores. Ogarrio nos ofrece sus crónicas del mismo modo en que propone habitar los días, el tiempo, el espacio desde una densa y nutrida percepción de lo diverso: una natural curiosidad por lo que está ocurriendo al mismo tiempo, por estar en muchos sitios en simultáneo, y eso es también un elemento de conexión entre sus textos: la simultaneidad. Al mismo tiempo que representa la figura de Chabelo como conductor sensacionalista de un momento clave de su infancia, ironiza la conexión del ídolo de la catafixia con su versión adulta, ríspida y hostil, metáfora decante del Estado mexicano priista y televisero. La ironía sobre la imagen de un país que se desploma se conecta también con la operación descriptiva del sismo, pero sin ironía: en el terror del relato del terremoto, la crónica se convierte en duelo colectivo.

A pesar de señalar el horror y ser valiente para hacerlo, Gustavo Ogarrio escribe desde una esperanza muy grande. Contempla no uno, sino muchos países posibles. Rechaza la dimensión hipócrita del Estado y elige situarse en la potencia de las personas. En ese punto uno encuentra el sentido que como cronista da a lo cotidiano, a la conversa, al chisme popular, al murmullo.

Heredero de una forma de mirar el mundo que se reconoce admiradora de la palabra de Juan Rulfo, Gustavo Ogarrio afirma la potencia de la brevedad colosal, del murmullo que somos, de las voces deshilachadas, de los fantasmas en que nos vamos convirtiendo, en un país que duele narrar, pero que es indispensable nombrar para transformarlo en vida.

En las crónicas de ¿En qué país estamos, Agripina? las palabras y la memoria podrían estar indicándonos el camino de vuelta a casa.

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