Tomar la palabra

- Agustín Ramos - Sunday, 14 Feb 2021 10:55 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
El Dr. Sputnik y Mr. Berlín

 

Enrique Krauze y Héctor Aguilar Camín pasaron de ideólogos repulsivos a botargas de propaganda. En 2006 Krauze aventuró en Letras Libres que la “actitud mesiánica” del entonces aspirante presidencial López Obrador se debía al remordimiento. Según él, en términos sociológicos la “misión providencial” de AMLO provenía “del redentorismo garridista”, empero –proseguía– “el resorte psicológico de su actitud” era “un hecho anterior, íntimo, que tuvo lugar en Tabasco [cuando José Ramón López Obrador fallece de muerte involuntaria y autoinfligida, aunque]: “Versiones distintas consignaban que a Andrés Manuel, accidentalmente, se le había escapado un tiro. La declaración ministerial desapareció de los archivos. Cabe conjeturar que [ante] la muerte de su hermano […] López Obrador pudo haber encontrado su forma de expiación…” Así como pudo aventurar esto, Krauze pudo pedir el voto por Felipe Calderón en pleno 2 de julio de 2006, en el diario Reforma.

Eterno segundón frente a la monolítica y nada ambivalente derecha pacista, con menos clase, Aguilar Camín califica de pendejo al presidente López Obrador en 2020 durante una discusión como de cantina o de sala de redacción. El empresario intelectual no estaba contra la revocación de mandato por falta de ganas sino por temor al fracaso. Conviene más –argumentó–, esperar a 2021 “en donde hay que derrotar a Morena y a López. Y luego, en el 22, muy probablemente, si perdió las elecciones del 21, estará tan jodido todo el país, porque no se va a recuperar muy rápido, que probablemente pierda también la revocación del mandato por pendejo y por petulante”.

Este par comenzó lucrando por intereses y ambiciones personales a la sombra de Octavio Paz y Carlos Monsiváis, respectivamente. Ya como capellanes y no sólo representándose a sí mismos, Krauze por defunción del Poeta y Aguilar Camín por abdicación meditada del Cronista, constituyeron los polos de la mafia detentadora y productora de la ideología hegemónica: casillas blancas y negras, derechas e izquierdas oscilantes con grisuras cómodas y centros confortables. En cuatro décadas, conforme el tiempo lo fue exigiendo, ambos capos reformularon su prédica hasta aliarse estratégicamente contra el peligro para ese México que los mantuvo con magnificencia, que solapó sus atracos en despoblado y beatificó su “discurso”, sus “ideas”, su obra. Finalmente, con un gobierno electo por auténtica mayoría, estos pícaros antidemocráticos perdieron algo de poder y ganaron senilidad, sus órganos de propaganda se depreciaron y sus voces dejaron de pronunciar la última palabra, la más fuerte.

El descubrimiento de la guerra sucia financiada por empresarios y denominada Operación Berlín mostró al espécimen Enrique Krauze lavándose las manos ante López Obrador, intentando igualarse a Carmen Aristegui y dejando morir solo a su escudero. Otra estafa mediocre también puso en evidencia a Aguilar Camín; pero ser falsificador de documentos no le pareció suficiente y perdió la oportunidad de quedarse callado cuando la vacuna rusa Sputnik V aprobó la tercera fase. En este despeñadero, los otrora amos y señores de la “alta cultura”, quedan como lo que siempre han sido: caciques premodernos, rateros in fraganti, corsarios del naufragio narcoprianista: agentes aduanales de la cultura y el pensamiento. [Soy México https://www.youtube.com/watch?v=kFCZp2C3M00].

La libertad de expresión es la puesta en acción (Crítica de la razón práctica) de fuerzas e intereses contrapuestos; es un hecho político propio de quien puede ejecutarlo más allá del bien y del mal. Oponerse a las embestidas del Instituto Nacional Electoral y defender al sujeto más representativo –si no es que el único– de doña Cuatroté, no implica incondicionalidad ni fanatismo ni –menos aún– simpatía alguna con entes antes repugnantes que hoy apenas son voceros de supremacismos golpistas, pautadores de anuncios ridículos, cabezas de abajofirmantes.

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