Prosaismos

- Orlando Ortiz - Sunday, 04 Apr 2021 07:59 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Laura la de Acuña (I de II)

 

Es posible que quienes se han tomado la molestia de leer mis más recientes columnas, hayan detectado que están orientadas a rescatar del olvido a algunos cuentistas, la mayoría del siglo XIX y principios del siglo XX. Autores que siendo joven, o no tanto, leí, me gustaron y guardé un grato recuerdo de sus letras. Ahora saqué de mi librero esos libros y, además de releer esos cuentos, he procurado documentarme un poco más sobre la vida de tales autores. Y es que tengo la malísima costumbre de leer las obras y no procurarme más información sobre los escritores. Como que en eso tengo el mal hábito de quedarme con la impresión de las letras, gustarlas y no pasar más allá, tal vez por un absurdo temor de enterarme de que era un hijo de la chingada o algo similar, lo que podría restarle sabor a lo leído.

En esta ocasión me propuse escribir a propósito de Simplezas, cuentos de Laura Méndez de Cuenca. Me llevé el primer chasco cuando consulté el Diccionario de escritores mexicanos editado por la UNAM y no encontré ninguna entrada para Laura Méndez de Cuenca. Fui al Diccionario Porrúa de historia, biografía y geografía de México, la edición que tengo es de 1964, y a Laura Méndez de Cuenca le dedican un párrafo de más o menos veinte líneas, en las que consignan su labor educativa y desempeño periodístico, pero de su obra literaria sólo consignan su novela Espejo de Amarilis (publicada por entregas), Simplezas y “Cuentos cortos en periódicos de la época”. No más. Ningún comentario que orientara sobre las características de su obra, su matrimonio con Agustín F. Cuenca, al que se considera uno de los precursores del modernismo.

En opinión de José Emilio Pacheco, la poesía de esta mujer tiene tal grado de perfección que puede decirse que es la única discípula de Ignacio Ramírez. ¿Por qué el vacío en torno a su literatura? Al parecer, porque fue “novia” de Manuel Acuña, con el cual tuvo un hijo que murió de pulmonía pocos días después del suicidio del poeta. No fue “Rosario la de Acuña”, eso está más que comprobado, pero entonces ¿por qué ese bloqueo a su persona y su obra? La verdad es que procuré averiguar más al respecto, pero no he podido despejar la interrogante. Sí, fue una precursora del feminismo en nuestro país, también fue muy importante su papel en la educación, sobre todo de párvulos, pero no menos lo fue su ejercicio en la poesía y la narrativa.

Para mí prevalece la incógnita, a pesar de los espléndidos trabajos de Leticia Romero Chumacero, Ana Rosa Domenella y Luzelena Gutiérrez de Velasco, Pablo Mora y otros investigadores de “peso completo”. También hay estudios e investigaciones sobre sus aportes a la educación y su desempeño en encuentros internacionales de pedagogía, incluso a propósito de sus epístolas y otros escritos. Sin embargo, insisto, para mí no queda claro el motivo de haber sido ignorada por muchos años. En fin, eso quedará para mentes más audaces y agudas que se empeñen en desentrañar el enigma.

¿Por qué rescaté de mi librero Simplezas? Porque tenía muy vivo el recuerdo de esa lectura, la fluidez de los relatos, su economía, la perfección estructural, la engañosa “simplicidad” y su lenguaje espléndido mas nunca afectado o retorcido, más bien de una tersura asombrosa en su complejidad. Porque hay textos que se deslizan con suavidad asombrosa y te envuelven con su ritmo y armonía. Al releer los cuentos confirmé aquella impresión y también que no se quedan ahí sus virtudes. De inmediato me remitió a otra gran escritora española, la Condesa de Pardo Bazán, también de alguna manera relegada en su momento por sus contemporáneos y también precursora del feminismo.

Hasta donde sé, nunca perteneció a ninguna capilla; tal vez sea ese el motivo de su marginación. Nunca asistió a las tertulias en casa de don Juan de la Peña y Margarita Llerena, padres de Rosario la de Acuña, aunque ahí estaban todos los vates de la época que aspiraban a sus encantos, desde los más jóvenes hasta los más viejos. Pero esa es otra historia y de los cuentos de Laura Méndez de Cuenca escribiré en mi próxima columna.

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