Biblioteca fantasma

- Eve Gil - Sunday, 11 Apr 2021 07:53 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Historias tatuadas

 

Adela Salinas es, me atrevo a afirmar, una de las mentes más lúcidas y reflexivas de la cultura mexicana. Ensayista y periodista, incesante estudiosa de la influencia de la divinidad en el quehacer literario; de Dios como presencia pero también como Idea –su libro de entrevistas Dios y los escritores mexicanos es una verdadera joya del género–, realiza una deslumbrante incursión en el terreno de la novela a través de Piel viva, publicada en 2016 por Ediciones b, sin el impacto que cabría esperar en una obra con todos los atributos para alcanzar la estatura de un clásico.

Salinas aborda desde el pasado un tema de gran actualidad: el tatuaje. Muchos llevamos uno o varios en la piel sin que esto nos perjudique socialmente, pero sabemos que no siempre fue así; que hubo un momento en que la presencia de tatuajes se asumía como un rasgo antisocial. Alma Torres, protagonista de Piel viva, es una mujer tatuada de pies a cabeza… en los años ochenta. Naturalmente, para alcanzar ese estatus de Canvas viviente, incursionó en este arte desde muy jovencita –década de los sesenta del siglo xx– y le cuenta su vida a un joven periodista que, de entrada, la contempla como a un fenómeno, impresión que va menguando conforme progresa la historia narrada con sosiego y sabiduría. Tercera de cuatro hermanas, hijas de una madre viuda, afectuosa pero sumamente estricta respecto a la moralidad y la religión, Alma, traviesa y desbordada en imaginación, es remitida a un internado de monjas. Lejos de “enderezarse”, como aspira su madre, la niña despierta precozmente a la sexualidad y pierde la poca fe que pudiera albergar. Tras su expulsión, ha de lidiar con el descontento de su progenitora y la agonía de su hermana mayor, la más querida, a consecuencia de la tuberculosis. Inmersa en diversas circunstancias traumáticas, sintiéndose especialmente vulnerable, la jovencita Alma conoce a un experimentado tatuador llamado Pulso que, apenas verla, le propone raparla para tatuarle unas hadas en el cráneo. Dar ese paso tan radical supondrá desertar de su familia y empezar una nueva vida que le permitirá reinventarse; transformarse en un ser libre de ataduras y prejuicios: un museo viviente donde cada imagen cuenta una historia o representa a alguien concreto. Pulso resulta ser el “alma gemela” que todos sueñan encontrar, su primer y único amor y su Pigmalión.

Pertenecer a un mundo aislado, casi proscrito, desvinculado de la hipocresía social y de las imposiciones al sexo femenino que le permitirá ser enteramente ella, tendrá un precio demasiado alto que implica el desprecio, el prejuicio y la soledad. Y sin embargo, Alma es un ser de suprema espiritualidad, a reserva de su descreimiento en el Dios sádico que adoraban las monjas: “La respuesta de todo está en el más pequeño detalle de la vida, así como en cada punto del tatuaje.” La obsesión de la autora por lo sagrado, desde la brutal represión sexual de las monjas, cuya libido ha de encontrar, necesariamente, una vía de escape a través del flagelo o el abuso sexual de niñas disfrazado de imposición disciplinaria, hasta el asumido martirio que representa tatuarse hasta el último resquicio del cuerpo, vagina incluida, en una época en que era impensable. Tatuar la parte más íntima de su pareja representa para Pulso, lo mismo que para Alma, una ejecución suprema –y extrema– del arte y una ceremonia nupcial, más que algo relacionado con el sexo o el erotismo. Las posibilidades de una infección mortal parecían más elevadas que en la actualidad y el riesgo de sacrificarse “por amor al arte” le otorgaba una visión idealista, heroica. Alma aprende el oficio de Pulso que, como cualquier otro, exige partir de un talento nato que la joven posee. Escribirse uno al otro sobre el gran cuaderno del cuerpo, vastos conocedores de sus respectivas historias y gustos parece ser la culminación de un compromiso de amor que han contraído con la naturalidad de las almas viejas y cansadas: “El tatuaje es secreto porque guarda lo más íntimo de uno. Es arte porque los demás lo ven, pero nadie sabe lo que significa…”.

 

 

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