Cinexcusas

- Luis Tovar | @luistovars - Sunday, 11 Apr 2021 07:57 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
La saliva y el pinole o no me toquen ese vals (II de III)

 

El mensaje abierto que los autodenominados “Distribuidores Independientes de Películas” dirigieron al Senado de la República para manifestar su enorme preocupación por la iniciativa de Ley que ahí se discute, abunda en imprecisiones convenencieras, tiros en el propio pie y conclusiones temerarias, por llamarlas de modo decente. Van algunas muestras: al ponderar que en una década han distribuido 118 filmes nacionales, ejemplifican con esperpentos tipo Hasta que la boda nos separe, No sé si cortarme las venas o dejármelas largas y, háganme el favor, Qué culpa tiene el niño… matizan añadiendo Sueño en otro idioma y La camarista, entre otros pocos, pero con los primeros basta para entender qué clase de cine mexicano les interesa distribuir y, de nuevo, se trata de filmes cuya naturaleza dista de cualquier aire “independiente” o “cultural”; quien las vio lo sabe.

Lo que sigue es una perla de inferencia desaforada, cuando literalmente dicen que “no entendemos cómo es que, siendo empresas mexicanas, se pretende afectarnos” (el subrayado es de mi cosecha); luego entonces, la iniciativa de Ley se hizo toditita con el malévolo propósito de fastidiar, y sólo a ellos. Ah, qué legisladores tan perversos, que nomás quieres apoyar a “un pequeño número de productores nacionales que califica como independientes […] a costa del resto de la industria”. Es decir, independientes, lo que se dice independientes, sólo ellos; los demás, en particular los productores, ni ese derecho tienen, y eso sin mencionar lo del “pequeño número”, como si doce abajofirmantes fueran una muchedumbre, o como si aquel otro “pequeño número” no pudiera, igualmente, sacar las cuentas del número de empleos y ganancias que genera, para justificar la pertinencia de la Iniciativa de marras.

Mas no para ahí la retahíla de despropósitos y afirmaciones temerarias, pues al hablar de “un mercado que funciona de manera eficiente”, parecen no darse cuenta de que se refieren a un sistema producción-distribución-exhibición profunda –y peor: legalmente– injusto; tanto, que de las ganancias cinematográficas suele quedarle, si acaso, diez por ciento al primero y auténtico “arriesgador” de su inversión, es decir al productor.

El resto, de plano, es de risa loca: encarreradísimos en su lógica centavera y desde la perspectiva de aquel a quien le ha ido bastante bien con el actual estado de las cosas, por lo cual naturalmente lo último que quisiera es que las reglas del juego cambien en favor de alguien que no sean ellos, sostienen que el “mercado” –son incapaces de ver al mundo de otro modo– está “regido por la preferencia del cliente en cuanto a la película que desea ver”. Vaya joya: instalados en un presente que desean eterno soslayan, por honesta ignorancia o por deshonesta conveniencia, que las cosas no siempre fueron así. Tan cerca como en los años ochenta, la proporción relativa de cine mexicano, estadunidense y del resto del mundo que se exhibía en salas mexicanas era mucho muy diferente a como es hoy día, y el que lo dude, échese un clavado a los registros.

 

Desdistorsionando la distorsión

Justo es reconocer que a los “Distribuidores Independientes de Películas” les asiste la razón cuando dicen que “obligar a los cines, de manera artificial, a destinar un cierto porcentaje de sus salas para ciertas películas no significa que el público las vaya a consumir [nótese: no a ver, disfrutar, conocer; nada de eso: a consumir, igual que a las palomitas y los nachos]. Vale, pero donde conviene hilar no fino sino finísimo es en el argumento previo, de acuerdo con el cual les “preocupa que la Iniciativa presentada incorpora medidas que distorsionan el mercado al imponer cuotas para películas, y establecer limitantes a la oferta de funciones y salas”.

Sobre esta chulada de argumentación sin mayor sustento se hablará en la tercera entrega. (Continuará.)

Versión PDF