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Corrupción, crimen y buena trama

'La judicatura', Fernando T. Mendoza, l. d. Books, México, 2020.
Orlando Ortiz

 

La organización de La judicatura me llamó poderosamente la atención porque, al hojear el libro, pensé que tenía mucho de guión cinematográfico. Cada capítulo inicia especificando el lugar y momento de la escena que leeremos (ejemplo: “Bajo puente 20 de noviembre. Centro de la ciudad”, o “Interior del coche de Cárdenas. Mediodía”). Supuse que habría sido escrito por un recién egresado de la carrera de comunicación que se había especializado en guionismo y por ocurrencia había escrito una novela. Me equivoqué. Posteriormente me percaté de que era una estrategia narrativa que le funcionó muy bien al autor.

Inicié su lectura y en la segunda o tercera página aparece un agente del Ministerio Público. Los desmanes, abusos y similares que se dice o leemos que cometen algunos –no todos, supongo, sí tal vez la mayoría, sobre todo si se trata de mal trato, acoso, violaciones, feminicidios, etcétera– me impulsaron a seguir leyendo. ¿Era posible que un MP fuera el protagonista y héroe del relato?

El caso es que la aparición en un pasaje céntrico del cadáver desfigurado de una jovencita muy bella, que no fue violada ni le robaron sus valiosas pertenencias, es el arranque de estas novela extraordinaria, pues muestra sin tapujos el poder y lujo de las altas esferas sociales y los vericuetos judiciales, la sordidez de algunos barrios, colonias y rumbos de CDMX y de nuestras nauseabundas cárceles. Los contrastes son tremendos y crueles. Desde el inicio se plantean varias interrogantes cuya resolución costará la vida y desvelos de muchos personajes.

La judicatura podría considerarse una novela documental sin concesiones, pero es más que eso: una novela intensa y cruel, con personajes y situaciones verosímiles a pesar de su brutalidad. Y no es novela documental, pero son tan vivas las escenas que nos presenta, que lo parece. Las referencias de calles y las descripciones de lugares, sitios, costumbres, colonias y actitudes de sus personajes son tan vivos que fácilmente podemos creer que nos están contando algo que sucedió y callaron los diarios. Por otra parte, los personajes son redondos, creíbles y se parecen a los que vemos a diario (antes de la pandemia) en la calle y el Metro, o en los cafés y chelerías.

Valiéndose de una prosa que fluye y nos presenta escenas crueles, perversas, sagacidad y momentos de humor negro, la novela avanza por vericuetos insospechados, mundos contrapuestos, polarizaciones sociales y desigualdades que, al menos para mí, fueron nuevas en la literatura negra. Personajes inolvidables los hay, y muy logrados, como por ejemplo las señoras de la sala de informática de la pgr, que al principio tenemos la impresión de que son como las secretarias de cualquier oficina burocrática, que se la pasan en el chisme, comiendo tamales, quesadillas, etcétera, en lugar de trabajar. Pero no, en realidad son muy hábiles en su tarea.

El catálogo de personajes, situaciones, ambientes y “mundos” es muy amplio y variado. Y en todos los casos se resuelven con fortuna, no se sienten estereotipados, mucho menos falsos o remotos. Bastaría con darse una vuelta por Polanco, la San Rafael, la Condesa o en Centro histórico para registrar que el autor conoce muy bien tales rumbos y su gente. Y también la esfera judicial y los tejes y manejes que se dan en ella. Es, en pocas palabras, una novela muy rica e interesante. Aunque al final se aclare que todos los personajes y situaciones son de ficción, uno queda convencido de que todo fue verdad, porque todo es verosímil, todo pudo haber ocurrido o, es más, todo ocurrió. A esto contribuye, sin lugar a dudas, el tramado excelente.

Vladimir Nabokov opinaba que los libros que valen la pena son los que nos escandalizan, asquean o incomodan, porque muestran la realidad sin tapujos. Por otra parte, Alfonso Reyes pensaba que la fuerza de algunos libros nos obliga a leerlos de pie. La judicatura, estoy seguro, lo leerás de pie pero, valga la paradoja, de una sentada. Tal es su fluidez y su creciente tensión, pues cuando parece haberse resuelto el caso, siempre surgen nuevos elementos que investigar.

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