Tomar la palabra

- Agustín Ramos - Sunday, 11 Apr 2021 07:54 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Los intocables y el mismo saco

 

El abajofirmantismo mexicano es un género narrativo en el cual destaca, como fundacional y paradigmático, el desplegado de enero de 1989 para apoyar la legitimación de Carlos Salinas vía el derrocamiento del líder charro La Quina y para, de paso, hacer méritos políticos y culturales. En una proclama más reciente, articulada en la saga del golpe de Estado blando (Gene Sharp), aparece alguien a quien no fui yo quien tuvo “el mal tino” de meter en “el mismo saco” de “varios intelectuales opuestos al actual gobierno”, sino él mismo al firmar el manifiesto en “defensa de la libertad de expresión” publicado para denunciar a quien –según los términos precisos que ahí se leen– estigmatiza y difama permanentemente a sus adversarios; profiere juicios y propala falsedades contra sus críticos, con los efectos consiguientes de censura, sanciones administrativas y amagos judiciales; desprecia luchas y dolor, ignora reclamos, lesiona autonomías, intenta humillar al poder judicial y golpea instituciones culturales, científicas y académicas. Estos y peores agravios –como amenazar la democracia, acallar voces y poner en riesgo a personas físicas y morales– denunciaron y firmaron 650 ciudadanos, él entre ellos. La cereza de la proclama fue la frase “Esto tiene que parar”, que puede interpretarse como consigna golpista, dado que el objeto de tanta denuncia, el sujeto denunciado, Andrés Manuel López Obrador, ocupa el cargo principal en el “actual gobierno”.

Por supuesto, para mí nada sería más congruente que votar por Morena sin dejar de “ejercer la función crítica que exige el periodismo”. Pero no lo es en absoluto firmar con la derecha, bien pensando que ese redituable contrato político pasará desapercibido, bien argumentando –tantito peor tratándose de intelectuales– el no haber leído lo que se firmó. Antes de salir del saco, el firmante me responde con la lección magistral de que entre los mejores y los imprescindibles de Bertolt Brecht (y del grupo Botellita de Jerez) están los intocables que lucharon un día, un año o cada ocho días y que además, por vocación y destino, siempre quedaron bien, cual pantano que las aves cruzan sin mancharse, o algo así. Esos hombres de apariencia intachable mueren en olor de santidad, listos para la beatificación súbita que los consagra como santos patronos laicos de –por sólo poner unos ejemplos– la literatura (Paz), la alta política (Reyes Heroles), la alta cultura (Reyes-Benítez), la economía (Gurría), la democracia (Woldenberg) y el periodismo (Granados Chapa). Por lo tanto, tildar “de centrista” a uno de ellos provocó que un devoto se pusiera el sine qua no huarache antes de dar el paso para evidenciar mi blasfemia y, alabando el “rigor y profunda visión social” del santo de su devoción, se lavara la carita con agua de “función crítica” y jabón de “diversidad de enfoques”… Pero que yo sepa la buena fama no hace intocable a nadie ni, mucho menos, lo lleva al altar para ponerlo “más  a la izquierda que quienes necesitan ponerse camiseta roja con la hoz y el martillo” (¿como el converso Roger Bartra, o menos?).

Hoy por hoy la carta abierta más fresca la corean más de dos mil gargantas animando a un referee tan acreditado y bien querido como El Tirantes. Y aunque a quien sin buscar encontré en el mismo saco no firma esta carta –¿por autoexclusión, por exclusión?–, en otra que sí firmó el 31 de marzo, ver El Correo Ilustrado, reafirma su toma de partido cuando sólo califica de inaceptable al “presunto violador Salgado Macedonio” pero no mienta al cosificador misógino Víctor Trujillo, así como cuando reprueba “la guerra declarada al Instituto Nacional Electoral” pero, en coincidencia con la porra salinista de los dos mil y tantos, omite precisar que la confrontación y los cuestionamientos no necesariamente se dirigen a todo el INE sino únicamente a dos consejeros, Córdova el Pequeño y Ciro Murayama.

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