La poesía, una especie en extinción

- Davide Brullo - Saturday, 17 Apr 2021 23:11 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
En esta conversación sobre la poesía, la fidelidad a la palabra y el suicidio, Milo de Angelis aborda su más reciente libro, 'Línea entera, línea quebrada' (Mondadori, 2021), en el que se recogen versos tan punzantes como éstos: “Les dejo/ mi nombre abreviado para acabar con este calvario/ para entrar súbitamente en el oscuro seno del sueño/ les dejo esta hoja vacía, esta/ boca sin voz, esta/ pena infinita que no tiene origen y me ha elegido.” Nacido en Milán, Italia, en 1951, Milo de Angelis es autor de siete libros de poesía, uno de ensayos y uno de narrativa, y ha traducido a Blanchot, Baudelaire, De Vigny, Maesterlink y del latín a Lucrecio, Horacio y Virgilio, entre otros. Recibió el Premio Viareggio-Rèpaci en 2005.

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Entrevista con Milo de Angelis

 

¿Qué sentido tiene aún la poesía? ¿Qué es: un ejercicio narcisista, una bendición, una agnición, sólo polvo? ¿A quién se destina?

–¿Cuál es el sentido de la poesía? ¿Qué es? Mil respuestas y ni una sola a la vez. Pero ciertamente agnición y polvo son las palabras justas: nos insinúan un gesto lleno de vida y de muerte, como el abrazo de Electra y Orestes tras el prodigioso reconocimiento. ¿A quién se destina? A una especie en extinción, a unas cuantas criaturas capaces de detenerse en la palabra, en una sola palabra, y de consagrarse a su belleza, que puede ser la última, y a su interrogatorio, que puede ser de tercer grado, y finalmente, al juicio, que puede ser definitivo.

 

Este año usted cumplirá setenta. Su primer libro, Somiglianze (Semejanzas), salió hace cuarenta y cinco años. ¿Cómo hacer para no volverse un esteta de sí mismo, un estilista estiloso, alguien que siempre escribe lo mismo? ¿Cómo arreglárselas, quiero decir, para derrotarse a uno mismo?

–Es simple: para no convertirse en un esteta o un “estilista estiloso”, basta con no haberlo sido nunca. Nunca, ni por un segundo. Si alguien se vuelve un estilista –un escritor que hace del estilo su fuente de ingresos– significa que ya era así desde el principio y merece quedarse en silencio indefinidamente, ya que tuvo la arrogancia de conjugar la verdad con sus propias artimañas y la poesía con su propia destreza, esto es, ganar de todas, todas.

 

–“Morir joven, esto fue lo que siempre quise”, arroja uno de sus poemas, “Exodus (II)”. No murió joven. ¿Qué queda, entonces, para el resto de la vida? ¿Los pantanos de la nostalgia, los flujos melancólicos, cierta gloria?

–Debo decir que yo soy el autor del poema, pero no el personaje que habla, el cual se suicidó a los diecinueve años, tal como lo había anticipado. En cuanto a mí, he conocido la muerte y la desaparición de mí mismo y puedo hablar de ello con conocimiento de causa. Lo que queda tras la juventud no es pantano ni nostalgia ni un mísero rastro de gloria. Lo que queda es lo que existía también antes, es decir, la poesía, que recoge en sí misma ambas estaciones: es el lugar integral donde las imágenes históricas del tiempo transcurrido y las proféticas del tiempo por venir se bañan en el río actual del infinito presente. Toda la sección a la que pertenecen aquellos versos está dedicada a quienes han decidido quitarse la vida. Se llama “Aurora con rasoio” [Aurora con navaja] y es un pálido carrusel de criaturas concluidas que han abreviado su existencia, que han roto la línea por mil motivos: angustia, venganza, coherencia, rito, deber, fracaso, entusiasmo, desesperación, éxtasis, manía, conocimiento, enseñanza, sarcasmo, vergüenza, demostración, reproche, condena, liberación. Séneca, que de esto sabía bastante, siempre celebró la nobleza del suicidio y lo calificó como una grandiosa via libertatis: “Para el hombre sólo hay una forma de entrar a la vida, pero son infinitas sus salidas. ¿Me preguntas cuál es el camino a la libertad? Mira aquel precipicio: el camino continúa por ahí. Pero cualquiera de tus venas puede volverse ese camino” (Cartas a Lucilio 70 -14-19).

 

También en esta colección de poemas vuelve la ética atlética, el deporte y su dogma. ¿Por qué? ¿Qué representa?

–En el gesto atlético se cumple la perfección del hombre, como bien sabían los griegos, un destello de eternidad que hoy vemos resplandecer en el salto de Valery Brumel, en el revés cruzado de Simona Halep o en la impredecible gambeta de Dejan Savićević. Las odas de Píndaro a los ganadores de los Juegos están entre los versos más altos del mundo antiguo y celebran las bodas entre la belleza humana y divina, entre el gesto contingente de un atleta y la gloriosa permanencia de una civilización.

 

¿Por qué ese título, Línea entera, línea quebrada?

–Viene del libro chino de las mutaciones, I Ching, pero aquí se vuelve una metáfora de la existencia humana, su fractura o su término.

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