La otra escena

- Miguel Ángel Quemain - Sunday, 18 Apr 2021 00:52 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Las formas proliferantes de la violencia en escena

 

Mía, de Amaranta Leyva, bajo la dirección de Lourdes Pérez Gay, es un trabajo híbrido, presencial y en las pantallas, que coloca nuevamente a Marionetas de la Esquina en una actualidad sobrecogedora pero esperanzada. El tema del abuso y de una parentalidad sumamente cuestionada y en franco fracaso, en caída libre, es representado aquí por una imaginación que no hace ni acepta concesiones.

Cuando tuve oportunidad de ver el montaje sentí un profundo impulso de retirarme y mucho enojo. Sin embargo, frente a lo que en realidad estaba era ante un proceso de digestión y elaboración de un duelo resuelto con las herramientas de una interioridad que, sin embargo, posee el personaje vulnerado: Mía tiene justo eso, identidad entre el nombre que la cobija y la presenta.

Hay un par de actores y un muñeco, Sinforoso, que actualizan un texto que la autora, Leyva, escribió hace diecisiete años y no tuvo que desempolvar porque ahí estaba, fresco, y la estaba esperando para ver cuándo tenía oportunidad de volver a decir ese universo doloroso y necesario. Su actualidad desgraciadamente está en relación con la permanencia del problema que enfrentan nuestras infancias, hoy de manera subrayada.

Entre la vida en la pantalla y la vida in situ, Gabriel Pascal ha bordado un mundo con altas dosis de monocromatismo, contrastante con la vida anímica de un personaje que convoca permanentemente al color de la memoria, al rescate de esa identidad en trizas pero que puede armarse en una especie de pedagogía del dolor, a través de un relato de sí mismo como el que se logra en horizontes terapéuticos psicoanalíticos.

El escenario de Pascal es de una belleza espectral como el mundo interno de Mía, pleno de olvidos, emociones congeladas y trebejos que han devenido inútiles a fuerza del desuso. En ese paisaje plástico, onírico, emocional de la escenografía, aparece Mía, en la corporalidad estudiada y precisa de Leilani Ramírez, quien habita ese juguete escénico, esa caja de resonancia con un viejo cómplice de su pasado.

Dicho cómplice es Sinforoso (“ridículamente andrógino. No se sabe a ciencia cierta si es un animal, un insecto, una mala réplica de un humano, un payaso o un extraterrestre”), manipulado por ese gran actor/manipulador/tiriritero que es Jonathan Dai, quien dota a ese elemento tan fascinante, a esa especie de amoroso pajarraco, de una familiaridad extrema que recuerda el concepto de objeto transicional tan caro al psicoanálisis y herencia winicotiana, y se define como un dispositivo que ni se extraña ni se olvida pero trae en el horizonte inconsciente las articulaciones de lo materno, como un espacio de la mente que el niño logra conquistar para salvarse de las lacanianas vicisitudes de lo real.

Mía forma parte del acervo de la Colección de Teatro ASSITEJ (Asociación Española de Teatro para la Infancia y la Juventud), por sus siglas, y puede consultarse en formato PDF en la biblioteca Cervantes Virtual. Lo consigno aquí porque se trata de un texto que es importante conocer y acompañar, si es posible, con esta puesta, pues permitirá interiorizar muchas de las claves que están en la poética de sus acotaciones.

Con todo y que la lectura de Lourdes Pérez Gay y todo el acompañamiento escénico bastan, la lectura de la dramaturga frente a sus propias imágenes enriquece una posibilidad que continúa en lectura (“Mía, una niña de 8 años, cuya vida ha cambiado, se la cambiaron”). Es algo que pasa con las obras que poseen una solidez literaria, como sucede con esa gran maestra que es Berta Hiriart, y con Jaime Chabaud, otro de nuestros dramaturgos importantes para el teatro escrito para niños y adolescentes.

Mía formó parte del primer festival Lo Femenino, que organizó la Titería y que, en el marco de la pandemia, se suspendió en marzo pasado pero ahora vuelve a poblar las tardes de viernes y sábados de abril y mayo (www.latiteria.mx).

 

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