Carta sobre el trabajo y la armonía

- Sean Bonney - Sunday, 13 Jun 2021 07:36 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Sean Bonney, uno de los poetas ingleses más importantes de nuestro tiempo, nació en 1969 y murió en 2019. El impulso político contestatario en su obra inventa, desde el disturbio callejero, formas nuevas tejidas con la reflexión y la prosa poética, para una poesía innovadora y comprometida con la realidad social, sobre todo a partir de la violencia neoliberal en el Reino Unido con el gobierno de Margaret Thatcher. Agradecemos a Frances Kruk, heredera de Sean Bonney, que nos haya permitido la traducción y publicación de este material.

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Me he estado levantando temprano todas las mañanas, recorro las cortinas y regreso a la cama. Han circulado rumores de escuadrone antidesempleados y no quiero a uno de esos hijos de la chingada arrojando su recibo de sueldo contra mi ventana. Especialmente cuando estoy dormido. Aunque no espero poder engañarlos por mucho tiempo, mis investigaciones recientes incluyen un estudio intenso de ciertas notas individuales tocadas en el álbum de Cecil Taylor de 1966, Unit Structures, así que obviamente cuando logro aislarlas, tengo que escuchar esas notas una y otra vez a todo volumen. Alguien del centro de búsqueda de empleos seguramente las va a escuchar un día y entonces, aunque no recibo prestaciones, me va a tocar ser, como dicen, el siguiente en la lista. Taylor parece decir, en el poema impreso en la contraportada del álbum, que cada nota incluye los datos comprimidos de trayectorias históricas específicas, y que las combinaciones de notas forman algo así como una cadena de presidiarios, algo así como un análisis musical de la historia burguesa como articulación de la no-libertad cultural y económica. Obviamente tuve que filtrar esta idea a través de mi propia posición: una combinación estereotípica de no-trabajo, sarcasmo, hambre y el rencoroso alcance de un miedo absoluto. Imagino que ese alcance puede interpretarse como la negación de cada una de las notas de Taylor, pero no estoy seguro: es, al menos, representativo de cada una de las horas perfectamente circulares que se espera que yo venda para poder seguir viviendo. Fuerza de trabajo, claro. Toda esa mierda repugnante del siglo XIX. La clase de mierda que Taylor parece refutar con cada una de las notas que toca. Como si cada nota pudiera, magnéticamente, atraer hacia el centro de una hora todo lo que no está bien en esa hora, produciendo una especie de media-vida negativa donde las zonas horarias seleccionadas por el centro de búsqueda de empleos como representante de la totalidad de la vida humana son dañadas irrevocablemente. Pero no hay nada que celebrar en todo esto. No hay razón para pensar que cada hora de trabajo no será expandida de forma infinita, o de igual manera, que será clausurada permanentemente, con nosotros adentro llevando a cabo alguna tarea interminable. Esa tarea podría tratarse de cualquier cosa, no importa, porque su mecanismo básico es siempre el mismo e involucra la inyección de alguna emulsión innovadora dentro de cada una de esas horas, transformando cada una en un disco de resina bituminosa, brillante, fascinante y siempre idéntico. Obviamente, lo más repulsivo de todo es lo que contiene esa resina y en lo que consiste. Es complicado. El contenido de cada hora está fijo, sí, pero al mismo tiempo ha sido evacuado. ¿A dónde se va?

Bueno, se materializa en otro lugar, usualmente en la forma de un grupo de gánsteres de derecha, que intentarán venderte de vuelta esas horas de trabajo ahora bajo la forma de, pues, CD, DVD, comida, etcétera. En realidad, todo, incluidas esas notas que toca Cecil Taylor. Encerradas en CD a precio rebajado, o en boletos de concierto a precio inflado para ir al Royal Festival Hall, cada una de las notas que toca se convierte en un fraccionamiento privado, al cual no podemos entrar, y los ya mencionados gángsters de derecha –sin importar que sean capaces de entender la música de Taylor, y en todo caso les es indiferente– se encuentran felizmente, y sin darse cuenta, en su interior. Se comen toda la comida en el planeta que, obviamente, nos incluye a ti y a mí. Es decir, todos los días somos deglutidos, con todo y huesos, sólo para ser formados de nuevo mientras dormimos, y al siguiente día el mismo proceso ocurre otra vez. Prometeo, ¿no? Espera un segundo, algo pasa afuera en la calle, tengo que asomarme a ver qué es. Uno de esos desfiles tontos que ocurre cada seis meses, imagino. Una de esas insípidas celebraciones de nuestra absoluta invisibilidad. Caray, siento que están triturando, como en esos grabados medievales, o una de esas fantásticas películas b que solían poner en la tele muy tarde en la noche, hace años. Desfiles. Los no-muertos. Cadena de presidiarios. BANG “Inglaterra sigue hundiéndose en el tiempo, mientras otro tablón del Estado benefactor es removido”. BANG nuestros jefes emergen de zonas horarias del futuro y ocupan nuestros cuerpos, los cuales han sido, en todo caso, momificados en índices bursátiles y el tipo de cambio BANG malditos planetas interestelares BANG tomo como un insulto personal el hecho de que Iain Duncan Smith siga vivo, ok BANG, todas las mañanas él sigue vivo, BANG BANG BANG, creo que estoy divagando. En todo caso, en algún lugar leí una entrevista con Cecil Taylor en la que decía que él no tocaba notas, tocaba alfabetos. Eso cambia las cosas. Al diablo con obligar a los desempleados a trabajar.

 

Traducción de Hugo García Manríquez

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