La otra escena

- Miguel Ángel Quemain - Sunday, 13 Jun 2021 07:46 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
'Bozal' o la imaginación del utopista

 

Bozal, escrita y dirigida por Richard Viqueira, es una obra interesante y compleja. Atrae e interesa porque se erige en medio de una situación pandémica que ha lastimado al teatro mexicano y su periferia productiva a un grado difícil de imaginar y medir, porque todo lo teatral fue tocado por parálisis múltiples: de funcionarios y organismos culturales, de estrategas, de protagonistas del hecho teatral; por miedo, porque confiaron en que todo esto pasaría pronto.

Bozal es una apuesta presupuestal pospuesta que ahora cobra dimensiones faraónicas en relación con los presupuestos culturales actuales. De esa situación Viqueira no tiene responsabilidad alguna: el proyecto se presentó, se aprobó, la Secretaría de Cultura hizo la difusión y mostró que el personal técnico (un sector con la piel muy sensible si se les tocan sus privilegios o prestaciones, todavía no queda claro) es capaz de mantenerse despierto lo que dura una función y, lo mejor de todo, ponerse a movilizar una escenografía también compleja, que involucra la seguridad del público y el viaje a buen puerto de este sueño materializado.

Dije que es compleja porque es una obra atravesada por múltiples lecturas. Una de ellas es el cuidado que recibe un público protegido con algodones, para evitar que sus propias emociones lo lastimen y las sorpresas escénicas le disparen el azúcar. Bozal se presenta como un trabajo a media res entre el espectáculo y la meditación escénica sobre el espacio, el lugar del actor, la colocación de lo textual y el espacio de observación/interacción/inmersión del espectador en el propio escenario del Cenart, que nos recuerda la grandiosidad de las obras arquitectónicas para la escena, así como la contrastante pobreza y maltrato contra sus protagonistas, semejantes a los seres que, según Walter Percy, limosnean alrededor de las catedrales.

Pienso en el proyecto que sostiene esta obra y, ahora que se celebra a Ramón López Velarde, recuerdo la conmemoración de su centenario en el 1987 de Miguel de la Madrid, instalando la Comisión millonaria que permitió conmemorar al poeta de Jerez como Porfirio Díaz, con sus fiestas del Centenario, le enseñó al Estado revolucionario a agasajar a sus héroes culturales. En el caso del teatro, Novedad en la patria fue el fasto teatral que llevó a los caballos a la escena y que muchos teatristas sarcásticos, cuando se refieren a Luis de Tavira, dicen: “Ahhh, el de los caballos.”

Algo tiene de esa fastuosidad este montaje estupendo que se produce en el sexenio de la austeridad, donde una obra teatral tiene casi tantos créditos como la película de Los intocables. Debe ser muy divertido para el gran escenógrafo e iluminador Gabriel Pascal, iluminar en esta producción y regresar a El Milagro, donde las luces de la superproducción de El Mercader de Venecia tienen el mismo poder de sugestión y evocación. Es un lujo que puede tener y desde luego merece este imaginador que es Richard Viqueira.

Viqueira es un gran artista de la escena mexicana. Dicen más sus puestas en escena que su currículum, tan lleno de aeropuertos. No exagero si afirmo que sus proyecciones tienen la audacia y el riesgo de una imaginador renacentista y las de un utopista del siglo XIX, un juguetero, un expresionista a lo Méliès y Murnau. Creo que el talento de Viqueira es posible en más de una geografía. Definitivamente no es un artista local.

En los últimos tiempos, creo que lo define una idea y una palabra que, para muchos, puede estar en desuso pero contiene un poderoso espíritu diferenciador en medio del discurso homogeneizante de la diversidad. Esa palabra es “virilidad” (incluso si sobre la escena está una mujer construida con las hormonas beligerantes del director). Sí, esa cualidad de las representaciones de la masculinidad, ligada a esa sustancia poderosa y tóxica también, la testosterona. Vaya paradoja, el reconocimiento de lo diverso en una narrativa ortodoxa con etiquetas sin matices.

No basta una entrega, el trabajo actoral está movilizado en esa esfera de masculinidad que hace de su actuación un conjunto de hallazgos sobre el que vale la pena explorar.

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