Biblioteca fantasma

- Eve Gil - Sunday, 18 Jul 2021 08:00 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Una novela zen

 

Nacida en Casablanca, Marruecos, en 1969, de nacionalidad francesa y radicada durante muchos años en Kioto, Japón, Muriel Barbery alcanzó gran éxito de ventas con su entrañable segunda novela La elegancia del erizo, sobria y bellamente adaptada al cine por Mona Achache. Sin haber repetido tal hazaña, no al menos en lengua española, Barbery retorna con una peculiar novela titulada Una rosa sola (Seix Barral, 2021), en la que, pareciera, su verdadera protagonista es la ciudad que conoce como a la palma de su mano, Kioto, mientras que los personajes que por ella transcurren son algo así como representaciones simbólicas, simbióticas, incluso psicológicas de cada paisaje, descrito al detalle e invariablemente vinculados a los ánimos.

Es la historia de Rose, una botánica cuarentona y altanera, aunque muy atractiva, que se traslada desde su Francia natal hasta Kioto para reclamar la herencia de un padre japonés, corredor de arte, del que sólo ha escuchado hablar. Su actitud es de rencor contenido, de desdén hacia aquella cultura en que se ve inmersa de la noche a la mañana, aunque lo que experimenta en realidad es una fascinación abrumadora: “El sentido de la tierra embriaga a Rose, el espacio se había dilatado, el aire exhalaba un aroma a violetas.” No está dispuesta a exhibirlo, sin embargo, ante quienes percibe como antagónicos por haber sido incondicionales del padre que jamás la procuró, como Sayoko, leal sirvienta de aquél que pasa a ser suya (temporal, piensa Rose, resuelta a regresar a su país en cuanto finiquite aquello, a pesar de que nada ni nadie la espera, ni la echa de menos) y, más adelante, Paul, socio y mejor amigo del difunto, francés como ella misma y la madre suicida a quien Rose percibe como víctima de su progenitor. Pese a tratarse de un tipo austero y profundamente melancólico debido a una trágica viudez, Rose parece ensañarse con él, como si se tratara de una representación del padre fantasma, hasta que él le devuelve las pullas y la lastima con mucha clase. Personalmente me cansó esta parte, sabía que se avecinaba un romance que demoraba demasiado por privilegiar detalladas descripciones de lugares y paseos y charlas repetitivas. La súbita aparición de un personaje magnífico, que termina por intrigarme mucho más que la pareja en pugna, vuelve memorable ese tramo de la historia: Keisuke Shibata, un artista borracho cuya vida es una asombrosa cadena de tragedias, equiparable al del bíblico Job, que sin embargo no deja de reír ni de burlarse de la máscara de indiferencia de Rose. Shibata, además, fue también un gran amigo de su mítico padre, el cual comienza a cobrar forma y esencia a través de las versiones de los diversos personajes que va conociendo en su recorrido por aquella onírica ciudad de un país que uno de los personajes define como “el infierno vuelto belleza”.

El título de la novela está tomado de un verso de Rilke, todas las rosas son una rosa sola, y cada capítulo abre con un pasaje poético o fabula de origen japonés o chino relacionado con las flores, y ese tono se integra espontáneamente al esquema narrativo. La reseña de la revista Elle es muy justa al señalar que “entrelaza el esplendor de Japón con la desolación del duelo, siembra belleza en cada página”, aunque frecuentemente esa belleza interfiere con la narrativa, la vuelve lenta, exasperante por momentos, de manera que la relación entre Rose y Paul adolece de desenvoltura y de pasión. se resuelve de manera apresurada, como si de último momento la autora hubiera sido atacada por un acceso de pudor. La exuberancia poética no permite florecer al erotismo; la espiritualidad lo envuelve todo, incluida a la varada Rose, cuya vida ha estado inmersa en la vacuidad. Ha sido muy activa sexualmente sin disfrutar del sexo, por pasar un tiempo que no sabe cómo llenar, que ni siquiera las flores alcanzan a abarcar. Fuera de ese detalle, considero que Una rosa sola puede llegar a ser un banquete paroxístico para quienes adoramos a Japón, mirándolo desde afuera.

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