La otra escena

- Miguel Ángel Quemain - Sunday, 05 Sep 2021 07:49 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Trayectos, el voyerismo de la escena virtual

 

Óscar Urrutia me distingue con el privilegio de una interpretación y una mirada de acompañamiento creativo sobre Pícnic: “las ideas de Raquel proponen proyectos muy difíciles de predecir, siempre son obras en proceso que nunca están del todo terminadas”. La idea originaria aparece como una necesidad de replantearnos nuestra visión antropocéntrica del mundo.

El pensamiento de Raquel parte de la reflexión sobre la importancia de desplazar del centro al individuo y, más específicamente, al ser humano como especie, y situarnos en una posición de iguales dentro de un contexto donde lo “otro”, todo aquello distinto a lo humano, tiene la misma relevancia que el individuo.

De entrada el planteamiento es muy complejo y podríamos decir paradójico, puesto que la mirada, en el caso del proyecto Pícnic, va a ser una mirada tecnologizada y, por lo mismo desapegada u “objetiva”, pero siempre una mirada desde el “ser” humano. Teniendo en cuenta esta primera dificultad de arranque, la propuesta consistió en la posibilidad de considerar una experiencia individual y convertirla en una experiencia colectiva.

Se trata de intentar que el espectador presencial, emplazado in situ dentro del Pícnic, se convierta en el vehículo para compartir su vivencia inmediata con el colectivo en línea -sin que necesariamente sea consciente de este intercambio-, a través de una cámara colocada en su pecho, independiente de su mirada, otorgándole la libertad de acción y movimiento natural que desee realizar, mientras sigue las instrucciones que les son enviadas mediante la transmisión en vivo de la cual forma parte.

Por otro lado, la misma experiencia que habita el espectador in situ es observada por un sistema de cámaras de circuito cerrado, autónomas de la vivencia misma. Este sistema voyerista de miradas ajenas no participativas, no pretende controlar en ninguna medida la experiencia del espectador, sino solamente convertirse en testigo de aquello que presencia; en esencia se trataría de una “n” mirada”, la mirada de nadie que, sin embargo, se convierte en la mirada del espectador virtual que comparte la experiencia desde las plataformas digitales.

La interacción entre estas dos formas de observar la escena, tanto la mirada ajena del sistema de circuito cerrado, como la mirada personalizada de la cámara emplazada en el espectador presencial, se convierte en un conjunto de miradas transmitidas en vivo que serán testigo del encuentro entre un pícnic abandonado y la experiencia de aquel que lo recorre guiado por la reflexión de su propia presencia en este ámbito, que al principio puede parecerle ajeno pero del cual acabará formando parte, en una extraña fusión de iguales.

Hay una paradoja entre el deseo de desincorporar la mirada del individuo observando su propia vivencia, para lograr convertirla en la mirada de lo “otro”, que presencia la intervención del espectador in situ en lo que reconocemos como un entorno extraño a él, que se integra voluntariamente con su participación, siguiendo el relato que escucha junto con los espectadores virtuales.

Hay varios aspectos interesantes que surgen en la relación del espectador presencial con el virtual. Por un lado, hay un punto en el que el espectador in situ se da cuenta de que tiene la capacidad de hacerle ver al espectador virtual aquello que experimenta y busca compartir con él, su propia experiencia; por otro lado, la misma forma de transmisión con la que empezamos a trabajar propicia un interesante desfase temporal, conocido como delay, en el cual vemos que las imágenes y las acciones transmitidas a través de las cámaras de circuito cerrado están desfasadas en el tiempo respecto de las acciones que realiza el espectador in situ.

Esto suma a la reflexión la noción de nuestra percepción del tiempo, intrínsecamente relacionada con la forma en cómo experimentamos aquello que denominamos “realidad”. Al final, la pregunta que queda abunda sobre lo que verdaderamente experimentamos: la experiencia del otro, la experiencia de lo “otro”, o nuestra propia experiencia.

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