Sussy Santana, Gloria Anzaldúa y Joy Harjo: tres poetas cruzadas por la frontera

- Alessandra Galimberti - Sunday, 05 Sep 2021 07:36 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Sussy Santana, de República Dominicana; Gloria Anzaldúa, de ascendencia mexicana, y Joy Harjo, nacida en Oklahoma, de la nación amerindia de los muscogee creek, son tres poetas signadas por el difícil ámbito de la frontera física y cultural ante la hegemonía de los Wasp ('White, Anglo-Saxon and Protestant').

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Sussy Santana, Gloria Anzaldúa y Joy Harjo son tres poetas que abordan en sus creaciones la experiencia de la frontera. No es de extrañar: las tres pertenecen a minorías étnicas de Estados Unidos. Y la pertenencia a una minoría implica, per se, vivir en la costura entre dos mundos, la mayoría de las veces, imposibles de conciliar.

Contrariamente a lo que pueda pensarse, el antónimo de “minoría” no es –políticamente hablando– “mayoría”, sino más bien “hegemonía”; término que remite al grupo social que, en el contexto de un Estado nacional y pluricultural, detenta el poder y, por ende, la palabra. No importa, en realidad, cuán grande sea el número de sus integrantes. Su cultura es la dominante, la oficial, la que se normaliza y formaliza, la que se autoerige como mayoritaria y es validada por las instituciones en todos los fueros de la vida colectiva. Sus integrantes viven tranquilamente, sin mayores conflictos de identidad.

La minoría, en cambio, se encuentra en una posición de subordinación y desventaja. Carece de poder. Sus integrantes –tampoco importa cuántos sean numéricamente– sobreviven replegados al interior de su propio grupo étnico, muchas veces en guetos, sin posibilidades serias de expansión. Resisten a los encasillamientos en estereotipos y prejuicios elaborados y difundidos por la “mayoría”. Viven en el desgarro entre la cultura hegemónica y de prestigio, a la que han de integrarse forzosamente para sobrevivir, y su cultura propia, constantemente vilipendiada o, inclusive, ninguneada; entre la cultura del espacio público donde han de desenvolverse y la cultura del espacio privado donde se nutren de memoria.

La relación de desigualdad entre ambos grupos no es ociosa. Se sustenta, no ya en atributos naturales de superioridad o inferioridad de una u otra cultura (eso no existe), sino en estrictos mecanismos sociales de opresión y discriminación.

En el caso de Estados Unidos, la cultura hegemónica corresponde históricamente a la de los WASP (White, Anglo-Saxon and Protestant). Sus valores han servido de base para legitimar prácticas como la esclavitud de la población negra, el confinamiento de los pueblos originarios en reservas acordonadas o, también, la actual ilegalización de los migrantes procedentes del sur.

Este mismo país es el lugar desde donde escriben Sussy Santana, Gloria Anzaldúa y Joy Harjo. Las tres poetas cuentan con trayectorias vitales totalmente distintas, pero hermanadas por una voz poética que ahonda en la herida de la frontera y en el devenir de las identidades múltiples y las pertenencias simultáneas. Sus versos denotan la tensión permanente entre horizontes culturales diferenciados que ora se atraen, ora se rechazan en una danza continua de significados y sentimientos encontrados.

Sussy Santana es una poeta dominicana, que llegó a Nueva York a principios de siglo. A través de su poesía hace eco de la experiencia migratoria desde su isla natal, en el caluroso y estruendoso Caribe, a la gran manzana del mundo, explorando los miedos, los sueños y, sobre todo, el desarraigo que permea la vida y la misma muerte en el exilio: “Morir en Nueva York tiene su gloria/ Eternizada en un altar callejero/ Morir en Nueva York lejos del Ensanche tal/ Recordada por borrachos de esquina ex políticos en sus países.”

Gloria Anzaldúa, fallecida en 2014, es una poeta de ascendencia mexicana y una de las voces emblemáticas del movimiento chicano feminista. Nació en un poblado de Texas, una región que, tras la firma del Tratado de Guadalupe-Hidalgo en 1846, pasó de ser una provincia de México a una entidad más de Estados Unidos, inaugurando así una fractura identitaria aún vigente hoy en día. La poeta hurga en esta realidad dual que la jalonea entre la Coatlicue de sus antepasados y la fast food del sueño americano: “Vivir en la Frontera significa que tú// no eres ni hispana india negra española/ ni gabacha; eres mestiza, mulata, híbrida/ atrapada en el fuego cruzado entre los bandos/ mientras llevas las cinco razas sobre tu espalda/ sin saber para qué lado volverte o de cuál escapar…”

Por último, Joy Harjo, originaria del vasto estado de Oklahoma, pertenece a la nación amerindia  de los Muscogee Creek. Su cordón umbilical la conecta con los silentes bosques de su tierra y, más antes, con la reminiscencia de las políticas de usurpación de los territorios ancestrales por los colonos ingleses. Su poesía se mueve en la frontera entre su vida despreocupada en la actual sociedad estadunidense y la conciencia histórica de sangre y despojo:

“Estoy feliz de oler el mar,/ de caminar por las calles estrechas y sinuosas de tiendas y restaurantes,/ de deleitarme en compañía de amigos, árboles y pequeños/ vientos./ Preferiría no hablar con la historia, pero la historia vino a mí./ Estaba oscuro antes del amanecer cuando se encendió el fuego./ Los hombres salieron de cacería desde el pueblo de Pequot donde yo estoy parada./ Las mujeres y los niños que quedaron fueron incendiados./ No quiero saber esto, pero mis vísceras conocen el lenguaje/ del derramamiento de sangre./ Más de seiscientos fueron asesinados con el fin de establecer un hogar para el pueblo de Dios, graznaban los líderes puritanos en sus sermones dominicales.”

En las tres voces hay, sin lugar a dudas, un dolor que se pasea ufanamente entre los versos, pero se trata de un sentimiento con un color más cercano a la luz que a la sombra. Es más, pareciera, en el fondo, un canto de libertad que se eleva por encima de los esquemas esencialistas de la “mayoría”, ampliando así las formas de estar y escribir en este mundo. Así también le hacía Billie Holiday, otra mujer de frontera, cuando, en su quebranto, cantaba ante extraños… pero esa es otra historia.

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