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El escritor que volvió del frío

'El regreso de Münchhausen', Sigizmund Krzhizhanovsky, traducción de Alejandro Reza Rodríguez y Alfredo Hermosillo, Universo de Libros, México, 2021.
Hermann Bellinghausen

 

 

La literatura es uno de los mejores regalos de la vida. Todo aquel que lea con gusto sabe qué significa eso. Se nos van abriendo los libros con sus dones y su belleza, sus certidumbres y sus invenciones. Las generaciones actuales estamos recibiendo el regalo especial, inédito y completo, cerrado y extraordinario, de un prosista que murió hace setenta años y no ocupó ningún lugar en la literatura de su era. Y de pronto, todo junto se revela. Esto ocurre hoy con las novelas, noveletas, cuentos y prosas libres de Sigizmund Krzhizhanovsky (SK), un autor que no existió mientras vivía. No por falta de méritos sino porque nació en un tiempo equivocado para él, pero inescapable: la Unión Soviética de Lenin y Stalin.

A los treinta años, ya abogado, cosmopolita que habla seis idiomas y es todo un universitario, se alista en el Ejército Rojo en 1917 y en sus noches de guardia durante la guerra revolucionaria recita para sí en latín poemas de Virgilio. No bien triunfa la Revolución acude al comisario literario del nuevo régimen, el estimable Máximo Goki, quien lee horrorizado los relatos del escritor en ciernes. Decide que SK jamás publicará sus historias, ora sí que sobre su cadáver (de Gorki), y así quedó decretada la inexistencia de Krzhizhanovsky desde el amanecer de la madre de todas revoluciones.

Confinado a oficinas, archivos y bibliotecas, participa en la redacción de la Gran Enciclopedia Rusa, realiza traducciones literarias y las autoridades culturales aprovechan sus múltiples talentos para tenerlo ocupado y en silencio. Con la obstinación de un escritor verdadero y todoterreno, escribe sin parar con un humor temible y gran libertad, pesimista e irónico, más pariente de Swift y Cervantes que del optimismo realista soviético. De ahí su afinidad con el mítico barón de Münchausen. En 1926 le resultó irresistible continuar en el presente soviético las hazañas rusas del barón originario, fijadas en el siglo XVIII por Rudolf E. Raspe y Gottfried A. Bürger. El barón real y el literario nacieron dos siglos atrás.

Si Bulgákov trajo al diablo al Moscú de Lenin, SK trajo uno tras otro los demonios y duendes del futuro, o de un presente alternativo. “Realismo experimental” llamaría a su método. Contemporáneo sin saberlo de Franz Kafka, Krzhizhanovsky lo leerá con no poca sorpresa hasta la última década de su vida, bien entrados los 1940, cuando ya no escribe casi. Los paralelismos entre ambos son tantos que pueden confundir las cosas. Pero si Kafka contó con la lealtad inquebrantable, aunque voluntariosa, de Max Brod, nuestro K encontró un fiel estudioso y editor en Vadim Perelmuter, quien “consagró una buena parte de su vida a sacar del olvido a este genio ignorado y establecer la edición completa de su obra” (como consigna Catherine Perrel, su traductora al francés). La edición total tomó de 1989 a 2014. O sea, fue publicable hasta la Perestroika.

Los archivos de Krzhizhanovsky sobrevivieron de milagro, quizás por ser poco importantes, en el laberinto de los órganos de seguridad y los sótanos soviéticos. Serían descubiertos un cuarto de siglo después de su muerte, en 1976, cuando Perelmuter da con ellos. De la nada pues, nació un escritor admirable. Ni Kafka ni Bruno Schultz fueron “inexistentes” en sus difíciles tiempos. Ni la mayor parte de los autores rusos que recuperaron la apreciación universal después del deshielo soviético: Zamiatin, Plátonov, Pilniak, incluso Babel, de manera similar a los poetas del llamado Siglo de Plata, censurados por Stalin y sus comisarios. Ninguno existió menos que SK.

Entregado a las epifanías y los abismos del vodka, vivió una larga decadencia. Escribió porque no podía dejar de hacerlo. Alcohólico y derrotado, murió estrictamente inédito. La actriz Anna Bovschek, su compañera de toda la vida, entregó los mecanoescritos casi completos de Krzhizhanovsky a las autoridades culturales, que los sepultaron convenientemente en los fondos de Moscú.

La suya es una historia fantástica. Co mo Memorias del futuro, Carbón amarillo, La nieve roja y otras narraciones distópicas, insoportables para el optimismo por decreto del Estado Soviético, la experiencia de SK parece un invento. Comienza su inexistencia enseguida del triunfo de la Revolución de Octubre, cuando da en frecuentar a los “ciudadanos inexistentes” para la nueva sociedad, remanentes del viejo régimen, personas apestadas pero cultas, inteligentes, en quiebra, convertidas en escoria. Así, desde el principio fue incapaz de cultivar las amistades y las opiniones adecuadas.

Cuando su viuda entrega los archivos, se guarda La nieve roja, relato tan provocador que, ella teme, pone en riesgo la integridad del resto. La noveleta, cardinal en su obra se descubrirá este siglo en Kiev (ciudad natal de SK, si bien hizo su vida adulta en Moscú, y con mayor precisión en las inmediaciones de Rabat).

En otro libro post-póstumo, descubierto en 2012, Calle involuntaria (escrito hacia 1933), una ensoñación de vodka y genio, escribe: “Nuestro tiempo es el tiempo de todos los tiempos […] El tiempo me parece tanto un torbellino de instantes, como una cascada que se desploma hacia el porvenir.” Calle involuntaria, una serie de cartas sin destinatario, confirma cuán irrepetible es Krzhizhanovsky.

Debemos a Jorge Bustamante García, su traductor pionero en México, el cuento “El ganso” y otras joyas (La vida entera y otros cuentos raros de escritores rusos, Verdehalago, 2013). En España lo traduce con fervor Jesús García Gabaldón. Ahora se suman Alejandro Reza Rodríguez y Alfredo Hermosillo al selecto grupo de traductores de SK. Hay traductoras también fervientes al inglés (Joanne Turnbull desde Moscú) y al francés la citada Perrel. Es cosa de tiempo que SK ocupe un digno lugar en las letras, al regreso de un futuro imposible que supo ver con terrible lucidez y toque poético.

Hijo de católicos polacos, nació en Ucrania en 1887. De adolescente tropezó con Crítica de la razón pura: “Antes de eso todo parecía muy simple: las cosas proyectan sombras. Ahora resulta que las sombras proyectan cosas, o tal vez las cosas no existen en absoluto.” Acusará a Kant de “borrar la delgada línea entre el ‘yo’ y el ‘no yo’”. Enseguida descubre a Shakespeare y la ambigüedad de la literatura. Su héroe mayor será, para siempre, Don Quijote de La Mancha.

Esto nos lleva al barón de Münchausen, personaje casi para niños por su extravagantes aventuras, tan exageradas que todos saben falsas pero las creen por el placer de divertirse. El regreso de Münchausen (Universo de Libros, México, 2021), actualiza en los Moscú, Berlín y Londres de los 1920 las andanzas del barón original, de suyo palimpsesto de leyendas.

Desde allí Krzhizhanovsky suelta burlas veras de la burocracia y la absurdidad del sovietismo temprano. Justo el tipo de divertimento ficcional que horrorizaba a Gorki. La verdad revolucionaria no podía permitir fantasías que “envenenaran a la juventud”, sentenció el canónico autor de La madre. Saludemos El regreso de Münchausen como la primera novela traducida entre nosotros de Sigizmund Krzhizhanovsky, un autor fundamental cargado de futuro.

Dice el barón a su amigo el poeta Unding: “Aquí tiene la amarga retribución del mundo: a cambio de una infinidad de palabras recibo silencio.” Hoy Krzhizhanovsky vive una revancha. Quizás lo supo siempre. Al final, Münchausen desaparece en su propio libro. Unding concluye: “El Barón no volverá, porque no se ha ido.”.

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