Maya / Francisco Torres Córdova

- Francisco Torres Córdova - Sunday, 19 Sep 2021 07:55 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Tomado de 'Los lenguas', in memoriam. Colegio Mexicano de Intérpretes de Conferencias, México. Agosto 2021.

 

La tarde inclinada ante un grueso diccionario, siguiendo con la uña afilada del índice derecho la huella de una palabra en nuestra lengua o en la otra, la aprendida a conciencia cuando niña, para la sesión del día siguiente a primera hora; una palabra o dos o tres, una terminología especializada en la producción de cartón o de petróleo, a veces medicina o computación y más, un glosario entero que había que saber decir en la cabina, allá atrás arrinconada al fondo del salón, de pie con el micrófono en la mano o sentada ante una mesa titubeante, el cronómetro, la libreta de notas, los auriculares que le estropeaban el peinado, el calor, oculta a todos los presentes, con voz clara, cálida y precisa. Y a tiempo, para que las palabras no se quedaran atrás, decía, atrapadas en el caos que acecha siempre a dos idiomas enfrentados. Era la tarde así, muchas tardes o mañanas a lo largo de los años, muchos años preparando el tema que había que interpretar de ida al inglés o de regreso al español, con el empeño de una vocación que nos mantuvo, que nos educó a sus hijos, Roberto uno y Francisco el otro, y siempre la buena crianza que nos dio. Y era también el ritual minucioso de hacer la maleta breve y eficaz si había que salir de la ciudad o del país, la ropa adecuada al clima y al evento, los accesorios, el maquillaje, la presentación sobria y atinada, con guiños y detalles de su gusto: los collares, las mascadas, los lentes a tono. Era el viaje entonces, el de los idiomas que se encuentran e intercambian su saber, y el viaje a las provincias, los grandes hoteles, los rústicos hostales, las fábricas y centros de convenciones en la costa, la montaña, las ciudades capitales de todos los tamaños; años de ir y volver, de hacer que las gentes se entendieran desde ese rincón de la cabina, sólo la voz, el ritmo de la voz, suave, concentrada, presencia vaga y decisiva. Y eran los regresos a casa, tarde casi siempre, agotada, silenciosa, hambrienta, los zapatos inmediatamente abandonados en la entrada de la sala, su perra pastor, primero la Kera, luego la Kima y al último la Kisha, que le cortaban el paso a coletazos amorosos cada una a lo largo de sus vidas, y luego la merienda, las sábanas tibias de su cama, su reposo, su respiración que espiábamos sus hijos en la habitación de al lado, en invierno hundida la cabeza en un gorro blanco de lana o de algodón. Y era su casa, su santuario levantado a pulso y el amparo del jardín, y los cuentos y cosas de los viajes que se hizo: Marruecos, Sevilla, Machu Pichu, Delhi, Río de Janeiro y Estambul, Galicia, Buenos Aires, Atenas y Moscú... Una y otra vez los años así, desde sus treinta años si no es que antes, hasta ya entrados los setenta si no es que más, alerta siempre a las palabras, a la nobleza de las lenguas que eran suyas y trataba con respeto. Una vida así, severa con su propio desempeño, su carácter fuerte y discreto su dolor, su inteligencia abierta. Se llamaba Amada Córdova Ceballos, hija mayor de don Roberto Córdova Dosal, diplomático mexicano y juez en la Corte Internacional de Justicia de las Naciones Unidas, en La Haya, y de Amada Ceballos Inzunza, de Culiacán, Sinaloa. Beatriz y Pedro fueron sus hermanos. Nació el 12 de septiembre de 1930. Era intérprete simultánea. El 16 de agosto de 2019 se fue desde su casa por las ramas vigorosas de un laurel. Maya, le decían, a saber por qué.

 

*Tomado de Los lenguas, in memoriam. Colegio Mexicano de Intérpretes de Conferencias, México. Agosto 2021.

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