Las rayas de la cebra

- Verónica Murguía - Sunday, 17 Oct 2021 07:26 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Perdón, pero no

 

El 22 de septiembre pasado la titular de la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana, Rosa Icela Rodríguez, le puso número a la terrible situación en la que vivimos las mujeres de este país, sobre todo las jóvenes de escasos recursos: el feminicidio, de por sí un crimen de lesa humanidad y de altísima incidencia en nuestro país, aumentó ocho por ciento, según cifras emanadas del propio gobierno, en el lapso comprendido de enero a agosto de 2021.

Agosto fue el mes más terrible, con 107 feminicidios, cifra que contrasta de forma tajante con el optimista Tercer Informe de Gobierno que el presidente dio a conocer el 1º de septiembre. En el informe, un documento al mismo tiempo vago y caudaloso, se asegura que el homicidio doloso tuvo una disminución de 3.86 mensual en algunos estados, hecho reportado con bombo y platillo y que se contradice con el aumento del ocho por ciento mencionado. Y estas son las cifras oficiales. Imagine el lector cuál será el número real o “cifra negra” en un país donde no se reporta el 92.4 por ciento de los delitos. Si la cantidad de fosas clandestinas que hay por todo el territorio nacional son un indicador –paradójico, porque las fosas existen para el ocultamiento del crimen– la violencia está más extendida y es más cruel que nunca en la historia moderna del país.

Todos tenemos miedo. En México, el dicho “el que nada debe, nada teme” es una burla cruel. Han muerto 91 mil 619 mexicanos por violencia desde el comienzo de esta administración y puedo asegurar que muchísimos de esas personas no debían nada. Sólo vivían en plazas importantes para el narco, o iban en el camión escogido por el delincuente ese día. O no pagaron el derecho de piso. O iban pasando. O era quincena. O eran
mujeres.

Sinceramente, no sé cómo entender los dichos del presidente acerca de la violencia que nos atormenta. Como todos, sé que Felipe Calderón desató esto, pero yo voté por Andrés Manuel López Obrador porque esperaba, con toda el alma, una solución.

La solución no sólo no llega, sino que su existencia parece no preocupar a quien se ha erigido como el hombre con todas las respuestas. El día de las elecciones, por ejemplo, dijo que los “que pertenecen a la delincuencia organizada se portaron, en general, bien”.

En esa misma jornada electoral, en la casilla 1432 de la colonia Terrazas del Valle, en la calle Paseos de las Lomas, en Tijuana, delincuentes dejaron una cabeza humana. En una casilla de votación. Eso no es “portarse bien”. Arrojar un despojo humano es violencia de la más terrorífica, o si no, que les pregunten a los votantes que estaban ahí, por no hablar de los parientes del muerto.

El presidente asegura que la corrupción es el peor de nuestros problemas. Si entendemos la impunidad de los asesinos como la arista más dolorosa de la corrupción, estoy de acuerdo. Pero la corrupción que a él le preocupa es otra: la que tiene relación con la política, el poder, las alianzas, los votos y, de manera obsesiva, el dinero. Dinero que ojalá se destinara de forma exclusiva y transparente a los programas de ayuda social. Pero enormes porciones de ese capital han ido a dar a las arcas del ejército. ¿Por qué?

En el documento del informe, que se puede consultar en internet, la parte que aborda la lucha contra la violencia es muy reveladora. Hubo muchos cursos en 2021. Concretamente, hubo 5 mil 016 cursos sobre Derechos Humanos impartidos a la policía y el ejército. De ésos, 154 fueron sobre feminicidio. Esta disparidad dice mucho. Y los cursos, sin seguimiento, no funcionan. ¿Por qué no se equipa mejor a la policía, se les mejoran los sueldos, se aumentan las penas a los asesinos, se vigila mejor?

Y sobre todo ¿por qué no es esto, la vida de sus gobernados, la mayor preocupación del presidente, en lugar de obsesionarse con el pasado lejano o aquellos a quienes llama “sus adversarios”? Su adversaria debería ser la violencia que nos ensombrece.

Lo demás, es lo de menos.

 

Versión PDF