Otoño, fiesta de los muertos

- Vilma Fuentes - Sunday, 17 Oct 2021 07:38 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Las voces de Paul Valéry, Guillaume Apollinaire, Hölderlin y Xavier Villaurrutia son invocadas aquí para visitar a los muertos en el cementerio de Montparnasse, en París, durante el otoño, la estación propicia para pensar en lo mucho que la muerte le hace a la vida.

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El otoño es acaso la estación más poética. Emana melancolía y nostalgia. Las noches se alargan y los días se van más pronto cada tarde. La bruma esparce un silencio venido de ultratumba. Los pensamientos vuelan al encuentro de los difuntos amados y el espíritu se pregunta qué insensato significado tiene ser para cesar de ser. “Los sollozos largos/ de los violines/ del otoño/ hieren mi corazón/ de languidez/ monótona.// Todo sofocante/ y pálido cuando/ suena la hora,/ me acuerdo/ de los viejos días/ y lloro// Y me voy/ al mal viento/ que me lleva/ ya, más allá/ igual a la/ hoja muerta.” escribe Paul Verlaine en uno de sus Poemas saturninos, que traduzco en forma imperfecta para los posibles lectores de estas líneas, aunque piense que la poesía no puede ser leída sino en su lengua original.

Natividad en invierno, resurrección en primavera, ebullición de la vida en verano, el otoño acoge a los muertos. Se escucha el murmullo de sus voces en los cementerios. El viento trae sus palabras a los vivos que recorren avenidas y senderos que separan las sepulturas. El paseante puede leer los breves epitafios que resumen una vida. Muchas veces, sobre la tumba, sólo están inscritos un nombre y dos cifras: las fechas de nacimiento y defunción. Como si el tiempo pudiera contarse en años cuando se trata de la vida y la muerte. De tantas esperanzas que extienden las horas y los días de la espera para no caer en la desesperanza. Tantos deseos que se pierden entre sueños truncados y olvidos diarios.

Los vivos conmemoran a sus muertos el 2 de noviembre de cada año. Esta tradición apareció en las comunidades de benedictinos, poco antes del año mil. Ritual católico, brinda la ocasión de ofrecer flores a los muertos amados. Los cementerios se pueblan de visitantes que vagan entre las tumbas. Los pájaros vuelan alejándose en el cielo para escapar a la muchedumbre que rompe el silencio donde duermen y sueñan los muertos.

“Ese techo tranquilo, donde caminan las palomas/ entre los pinos palpita, entre las tumbas/ (…)/ Templo del Tiempo, que un solo suspiro,/ a este punto puro subo y me acostumbro,/ todo rodeado por mi mirada marina;/ y como a los dioses mi ofrenda suprema/ el centelleo sereno siembra/ sobre la altitud un desdén soberano”, clama la voz de Paul Valéry en El cementerio marino.

Es desde lo alto del cementerio de Père-Lachaise donde el ambicioso Rastignac, personaje de Balzac, lanza su desafío a París: “A nosotros dos, ahora.” Cerca del lugar donde resido, en el cementerio de Montparnasse habitan personas a cuyos entierros asistí. Roland Topor, a quien acompañamos con la música de la banda de Beaux Arts. Julio Cortázar, cuyo entierro se retrasó a causa del retardo del entonces ministro de la Cultura en Francia. Jean-Paul Sartre en su ataúd, seguido por un gentío que se empujaba para acercarse a su tumba con el riesgo, como sucedió, de caer en la fosa. En el cementerio de Montparnasse está el sepulcro que encierra los restos de Porfirio Díaz, visitado por algunos mexicanos nostálgicos o curiosos. Se encuentra también, en una segunda parte de ese panteón, la sepultura que Carlos Fuentes hizo construir para sus hijos fallecidos antes que él y donde quiso descansar él mismo para siempre.

Las brumas del otoño se cuelan en los jardines de los muertos.

“En la neblina se alejan un campesino zambo/ y su buey lentamente entre la neblina de otoño/ que esconde los caseríos pobres y vergonzosos// Y alejándose allá el campesino canturrea/ una canción de amor y de infidelidad/ que habla de una sortija y un corazón que se quiebra.// ¡Oh! El otoño el otoño ha hecho morir el verano/ en la neblina se pierden dos siluetas grises”, escribe Guillaume Apollinaire en su poema “Automne”.

Los poetas hablan a veces mejor que los filósofos, y los mejores filósofos, cuando cesan de argumentar, escuchan la palabra inspirada del poeta. Cuando Hölderlin, quien pasaba por haber perdido la razón porque se despedía de sus visitantes llamándolos con los nombres más elogiosos, “presidente”, “majestad”, para deshacerse lo más pronto posible de ellos, escribía al mismo tiempo “Lange haben das scikliche wir gesurt” (Durante mucho tiempo hemos buscado nuestro destino); la cuestión que señala y plantea abre el infinito del pensamiento a quienes pretenden pensar.

Las primeras nieves caen a principios de noviembre en París. En los cementerios, la gente avanza en silencio sobre la nieve que cubre tumbas y senderos. “Porque no basta decir que un cementerio en la nieve/ es como un sueño sin sueños/ ni como unos ojos en blanco.// Si algo tiene de un cuerpo insensible y dormido,/ de la caída de un silencio en otro/ y de la blanca persistencia del olvido/¡a nada puede compararse un cementerio en la nieve!// Porque la nieve es sobre todo silenciosa, más silenciosa aún sobre las losas exangües/ labios que ya no pueden decir una palabra”, escribe Xavier Villaurrutia en uno de sus poemas de “Nostalgia de la muerte”, estas palabras que invitan a visitar a los muertos que yacen silenciosos bajo la nieve.

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