Cinexcusas

- Luis Tovar | @luistovars - Tuesday, 04 Jan 2022 22:50 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
1971, 'annus mirabilis' (I de III)

 

Como bien se sabe, el cine es la más joven de las artes y, lugarcomunescamente, se le asigna el séptimo sitio, detrás de las establecidas como “bellas” por lo menos desde el siglo XVIII, pero existentes desde el arranque mismo de la cultura.

Nacida en el último lustro del siglo XIX, al día de hoy la cinematografía no alcanza siquiera un siglo y medio de existencia, lapso durante el cual, no obstante –y de manera temprana, como queda claro con una revisión simple de su desarrollo y pasos iniciales–, ha logrado alcanzar una madurez notable, lo mismo en la especificidad y la riqueza de su lenguaje, que en su amplitud y penetración temática, entre otros rubros, a tal grado que son muchos los momentos, definidos por períodos anuales, a los que les viene bien la etiqueta de “año de los milagros” o “de las maravillas”, como suele traducirse la locución latina que titula estas líneas.

El transcurrido hace medio siglo, 1971, es uno de ellos. Para entonces, como también es de sobra conocido, el cine ya era prácticamente todo lo que actualmente sigue siendo: una industria poderosa, multi/transnacional, orientada al entretenimiento de modo preponderante, generadora de fuertes flujos económicos y riquezas inmensas, así como un eficaz vehículo de propaganda político-ideológica, sin que por todo eso deje de ser, así deba reconocerse que de manera marginal, lo que se anotó arriba: un arte, un medio de expresión lo mismo personal que colectivo, una elevada manifestación estética y un reflejo ya sea directo, alegórico, metafórico, crudo, sencillo hasta la casi desnudez, elaboradísimo… de la realidad a la que pertenece, del instante histórico en el que se enmarca y del que es tributario ineludible.

La que sigue es una revisión, forzosamente incompleta por la brevedad del espacio, de algunos filmes que justifican el uso del mote “asombroso” para aquel año a principios de la década de los setenta, cuando el cine cumplía poco más de sus primeros tres cuartos de siglo.

El México de los setenta

El año del funesto halconazo del Jueves de Corpus fue también cuando el gobierno mexicano tomó a su cargo el grueso de la producción cinematográfica, dejando de lado a los antiguos productores y obligándolos, como pronto se vería, a subsistir de cualquier manera. Sin embargo, aun apoyado por razones políticas más que de cualquier otras índole, el cine mexicano cobijó cineastas y favoreció producciones que hoy son referentes insoslayables –Arturo Ripstein, Felipe Cazals, Jorge Fons, Jaime Humberto Hermosillo y otros– de la positiva transformación de lo que se había convertido en una filmografía poco menos que impresentable, en aquel entonces periclitada a causa, por ejemplo, de nostalgias imposibles como el “cine de caballitos” (Rafael Aviña dixit), subgéneros extenuados como el cine de luchadores y comedias extremadamente anticlimáticas como las del insufrible Capulina o las de –ay–, unos Polivoces magníficos para la televisión y pésimos para el cine.

En ese contexto se produjo, y de inmediato se convirtió en un hito no sólo cinematográfico, la estupenda Mecánica Nacional, escrita y dirigida por el español nacionalizado mexicano Luis Alcoriza, guionista nada menos que de El gran calavera, Los olvidados, La ilusión viaja en tranvía y El esqueleto de la señora Morales, por citar sólo cuatro trabajos suyos magistrales. Filme coral con epicentro en Eufemio, mecánico automotriz interpretado memorablemente por Manolo Fábregas, Mecánica Nacional es mosaico amplio y lúdico, desmadroso, pero al mismo tiempo crítico y descarnado, de la sociedad mexicana de aquellos tiempos, donde se daban vuelo el machismo, la misoginia, la bravuconería gratuita, el alcoholismo, el influyentismo, el clasismo, la corrupción…, en difícil convivencia con un hippismo de importación deslavado y descafeinado.

Pocos, quizá ningún filme previo o posterior en México, alcanzan la fuerza y la memorabilidad de este retrato social a un tiempo vergonzante y entrañable.

(Continuará.)

 

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