Biblioteca fantasma

- Eve Gil - Sunday, 16 Jan 2022 07:45 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
La nueva Justine

 

Meridiana, la más reciente novela de la autora poblana Beatriz Meyer, publicada por una nueva e interesante editorial, El Tapiz del Unicornio, es extrema y compleja, estructural y argumentalmente. Respecto a lo primero, tenemos una historia que deambula de un siglo a otro; de hombres vulgares a un papa del siglo XI; personajes a los que pudiera objetárseles no tener una personalidad definida porque se trata de un asunto de almas, con una protagonista que linda lo patético, Mercedes, que rehúye del maltrato para buscarlo en otras manos. Resulta tremendamente complicado ubicar a Meche en un árbol genealógico específico. La única que me vino a la mente fue la Justine del Marqués de Sade… un cuerpo que no armoniza con su alma; alguien que inconscientemente se somete mientras deplora la sumisión de quien la habita.

Meridiana empieza como una historia de violencia conyugal, y Meche, en primera persona, desarrolla los pormenores de las espantosas ofensas de Emanuel, su marido, con la naturalidad de quien narra una parrillada al aire libre, como viendo desde fuera cómo su cuerpo es rifado entre los amigos de su marido. Ni siquiera existen motivos por los cuales se ve forzada a someterse al monstruo sádico que juega con sus traumas de la infancia; no hay hijos de por medio. Tampoco lo ama. Ni siquiera le gusta. Cuando hace el intento de escapar, pareciera dejar pistas para ser expeditamente devuelta a la depravación cotidiana. Hasta que se topa con unos papeles de su adorada abuela Arcadia, que representan su pasaporte a la libertad y opta por marcharse al pueblo donde una casa grande, alguna vez majestuosa, y la cabeza de una diosa, aguardan que alguien la habite, la rehabilite, la posea… y la redescubra.

Apenas llegar al que aspira que sea su nuevo y definitivo hogar, Meche advierte que los pobladores se persignan apenas verla, le sacan la vuelta entre cruces, le niegan servicios y hasta la insultan. La cosa no se pone peor gracias a la “venturosa” aparición de Fausta, quien fuera amiga de doña Arcadia, y a quien la gente teme. A los noventa y dos, Fausta tiene un cutis lozano y un busto erguido. La anciana coloca al servicio de Meche a un sirviente haitiano que trabajó para Arcadia, Jean Baptiste, lo más próximo a un caballero andante que, además, no la acecha para cogérsela. Pero un raro mecanismo interno empuja al cuerpo de Meche a hacer lo que desea… como involucrarse con el repulsivo Rodrigo, que poco le pide al mismísimo Emanuel, y además la abusó sexualmente cuando ella tenía trece años y él veintiuno. Rodrigo se encarga de narrarle (¿o inventarle?) una infancia en la que Meche es capaz de cosas aberrantes, incluido el asesinato. Pero ella no recuerda. ¿Pudo el accidente sufrido a los trece años, en que por poco muere ahogada, tender un vaho espeso en su memoria?

Una serie de acontecimientos que perpetúan la humillación, el desprecio y la violencia vividos durante el matrimonio del que viene huyendo, orillan a Meche a buscarse a sí misma: Justine buscando a tientas a Juliette. La casa de su abuela reserva demasiados secretos que tienen relación directa con ella; con la extraña conducta de su madre que la aborrece, al grado de entregársela a Emanuel, consciente de que es un sociópata, y el repudio de la abuela hacia su propia hija, tan desmedido como el amor que sintió por su nieta. Un libro negro. Un diario. Un pacto y un sacrificio. Un sacerdote lascivo del siglo XI que despierta a la demonia, o diosa, dependiendo el cristal con que se mire. Poco a poco Meche va adquiriendo conciencia no sólo de que Arcadia no era una abuela cualquiera; que no es casualidad que Fausta no envejezca y que la niña empapada se le aparece con un reclamo impreso en la mirada. Otra niña sacrificada más. Beatriz Meyer ha escrito una novela extraña, fascinante, sobre intercambio de almas pero también sobre mujeres cansadas de huir de abusos sexuales, que las orilla a transformarse en brujas.

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