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Luis García Montero. Foto: www.lamiradanorte.com

Escribir contra la intolerancia

'No puedes ser así (Breve historia del mundo)', Luis García Montero, Visor, España, 2021.
Marco Antonio Campos

 

Dentro de su ya vasta obra poética, Luis García Montero (Granada, 1958) parece haber escrito, como su admirado Jaime Sabines, un solo libro, y como Sabines, recrea, con el lenguaje de todos los días, imágenes y metáforas, dibujándolas o recreándolas, a partir de las vicisitudes de la vida cotidiana. Muchas de esas imágenes y metáforas parecen salir de una caja de sorpresas. Su poesía está mucho más cerca del paisaje de las ciudades que del paisaje de la naturaleza.

García Montero acaba de publicar hace unos meses en la editorial Visor No puedes ser así, que tiene como subtítulo, con un dejo de ironía, Breve historia del mundo. En una entrevista que hice a Octavio Paz en 1984, a propósito de sus setenta años, me repuso que una de sus preocupaciones esenciales en su última etapa era el drama de la historia; lo es también en este libro para García Montero. Navegaciones, conquistas, colonialismos, evangelizaciones, el inagotable saqueo, la Iglesia católica feroz e intolerante, y desde luego, algo que lo ha seguido y perseguido desde muy joven: el ominoso franquismo. “Una historia de hielo y de cadalso”, diría él. Personajes y hechos que García Montero los vuelve actuales para que mañana, cuando se repitan los mismos hechos con sus variaciones, no se olvide que eso ya fue. En su “breve historia del mundo” se multiplican los personajes que vivieron en su siglo y en un relámpago repetido en el siglo nuestro. Por un lado, hay piezas líricas dedicadas a personajes mitológicos (Prometeo), bíblicos (Adán y Eva) o surgidos de la gran poesía (Agamenón y Helena), y por otro lado, en la historia real y concreta, entre otros, el navegante Magallanes, cuya magnífica aventura terminó paradójicamente en una muerte irrisoria, los grandes poetas y escritores de los Siglos de Oro, quienes sufrieron castigos infames debido a la intolerancia inquisitorial que siempre fue ciega, literatos como Olympe de Gouges, pasada por la guillotina por habérsele ocurrido ser girondina, Mary Shelley, que nos persigue con su monstruo y que es a su vez el monstruo que creamos y nos persigue, Cavafis, del que hace una visita a su casa en una desmedrada Alejandría, o científicos como el desdichado Galileo. Hay en la visión histórica del poeta granadino una desilusión, y más, una desazón, que ya hubo en su anterior poesía y que después de sus sesenta y tres años difícilmente cambiará. “La historia es el error”, dijo Paz en su extraordinario poema “Nocturno de Ildefonso”; tal vez García Montero diría y coincidiríamos nosotros: “La historia es el error y es el horror.”

Del libro tengo especial dilección por poemas como el de Adán y Eva, ubicado en el siglo XX, donde hallamos la terrible imagen final de un campo de refugiados; el de Abelardo sin Eloísa, que recuerda las atrocidades continuas cometidas por la Iglesia católica en el nombre de Dios; el de los varios gobiernos habidos en la Revolución francesa, donde todo fue como “un vestido de fiesta desgarrado”; el del “Empecinado”, que en un juego de espejos con el presente, recuerda a Juan Martín, quien será ejecutado por “no traicionar a España”; el de “1492”, o las dos Españas que encontraba Luis García Montero de niño en los libros de texto en los años resecos del franquismo, cuando eran visibles las señales sangrientas de la dictadura en cada rincón del país. Y, por otro lado, la mayoría de los poemas muy personales.

García Montero prologó la exhaustiva traducción de José Emilio Pacheco de los Cuatro cuartetos de T.S. Eliot, que le llevó al mexicano tres o cuatro lustros terminarla (si es que los poemas mayores llegan a un término en su creación y en su traducción). Como un homenaje a Eliot, García Montero escribe con la misma estructura el “Quinto Cuarteto”, que es una espléndida adaptación y a la vez un poema nuevo, y en el que se combinan versos, ritmos, ambientes y motivos de Eliot con los motivos que García Montero mismo crea y recrea, para darnos un hermoso poema de amor, una rauda mirada al paso de los siglos que en su brevedad caben en una nuez, la muerte plural y las infinitas brutalidades históricas del hombre.

A diferencia de los poemas donde hay un toque histórico o literario, en los poemas íntimos y personales de García Montero se traslucen las huellas que va dejando la cercanía de la vejez, la triste caída al alma de fracasos y humillaciones, la conciencia de nuestro paso brevísimo por la tierra, el amor indeclinable por la esposa Almudena, la preocupación dolorosa por las hijas que van adelante con los pasos que aún ignoran, la ternura y la nobleza, la poesía que es el misterio de lo que somos (“incluso a lo que no tiene respuesta”), o mejor, la Poesía, que ha sido para tantos una tabla de salvación o una vía para no irse por el despeñadero.

Hay versos que nacen como el trino de los pájaros en la arboleda del alma y nos conmueven hondamente, como éstos, donde parece hablarle –habla– a las hijas: “El tiempo desemboca en un domingo/ partido por el no. Resistiré/ sabiendo que no me he equivocado en nada,/ sino en las cosas que yo más quería.” O estos: “Me busca una vez más/ el mundo niño sobre el que envejezco.”

Permítaseme terminar con este poema (“Posteridad”) que tiene algo de Borges y es lo que se llevaría Luis García Montero cuando termine su tiempo: “Una historia de amor, sus habitantes./ Unos cuantos poemas escritos por los otros,/ el color de la tierra de un jardín junto a un río,/ las ramas secas para alimentar/ el fuego de una hoguera que tal vez arderá/ cuando no llegue a calentarme,/ y poco más:/ las palabras Machado, mañana,/ todavía.”

Inquietantes y conmovedores, sus dos últimos libros, A puerta cerrada (2017) y No puedes ser así (2021) muestran que los sesenta años pueden ser, al menos es su caso, una edad lúcida y emotiva.

En una lectura más honda A puerta cerrada y No puedes ser así son libros que van contra la intolerancia de cualquier índole que sea, y a favor de los esplendores que dan a hombres y mujeres el apego fraternal.

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