Bemol sostenido
- Alonso Arreola / Redes: @Escribajista - Sunday, 07 Jul 2024 08:59
Quitarse la camisa. Desabotonarla. Arrancarla. Salir sin ella al escenario. ¿Exhibicionismo? ¿Vanidad? ¿Acaso una tradición rebelde que hoy se pierde en laberintos de superficialidad? Preguntas van, preguntas vienen cuando en la madrugada los algoritmos enloquecen presentando cantantes diversos que coinciden con el torso expuesto.
En el rock clásico, el grunge, el pop, el urbano… estadunidenses, ingleses, africanos, latinoamericanos (no asiáticos)… En casi toda geografía, en este momento, un hombre está quitándose la camisa en un concierto o videoclip. ¿A qué impulsos responde esta trasnochada reflexión?
En el mejor de los casos, pensamos, despojarse de la ropa tendría que ver con entregarse, hacerse vulnerable frente a una audiencia con la que se ha construido un amor que exige abolir la segunda piel, la tela, el obstáculo para el abrazo total. Asimismo, tiene que ver con descamarse, desplumarse antes del banquete sentimental.
¿Se acuerda del cuento “Las ménades” de Julio Cortázar, lectora, lector? Allí sucede que el público (las mujeres sobre todo), enloquecido por la emoción desatada desde el escenario, pierde el control para, literalmente, comerse a los músicos en un arranque de éxtasis. Una maravilla.
En terrenos religiosos hablaríamos de un sacrificio caníbal; de integrar el cuerpo idolatrado a la sustancia propia, como simbólicamente pasa en la eucaristía católica. Un sacramento que canaliza la gracia divina a través del rito sonoro, de pronto materializado en carne.
¿Piensan así quienes cantan y se desarropan sobre las tablas? Es probable que la mayoría ignore el probable origen de esa entrega. Seguro. Pero creemos que algo antiguo los impulsa a “desollarse” y, más todavía, a lanzarse a ese caldo de brazos y rostros transidos que se aprestan para salvar, tocar, sostener, masticar y devolver su cuerpo maltrecho, momentáneamente desposeído, transformado por la confianza del abandono.
Por otro lado, podríamos ser más humanistas. La desnudez en la gráfica humana está presente hace miles de años. En la escultura griega, en la arquitectura asiática, en la imaginería faraónica... Y mire cómo son las cosas: justo fue por la imagen de un faraón con el torso desnudo que un icono del rock decidió quitarse la camisa. Seguro no fue el primero, pero sí ha sido el más relevante.
James Newell Osterberg Jr., también conocido como Iggy Pop, ha hablado sobre esa inspiración egipcia que lo mantiene corriendo semidesnudo por el escenario, superando dolores por escoliosis. De Queen a Charly García, los ejemplos son incontables. Ni siquiera vale la pena intentar mencionarlos. Tampoco sabemos si, finalmente, valdrá la pena hablar de esto un día como hoy. Pero bueno, nos tiramos al tema porque sospechamos algo valioso en los comportamientos primitivos.
Buscando textos relacionados encontramos aproximaciones tan irrelevantes como la nuestra. Una aborda la desnudez como protesta y extensión del arte sonoro. Coincidimos en lo primero, menos en lo segundo. Igual que nosotros, menciona las limitantes obvias en el territorio femenino. Sí, pese al erotismo creciente en la estética del mainstream, aún estamos lejos de que las mujeres –además de Courtney Love y Wendy O. Williams– se despojen de ciertas prendas.
Terminamos compartiendo, a manera de despedida, que una vez participamos en algo parecido al ritual cortazariano citado arriba. Fue en el Royal Albert Hall de Londres, una noche en la que Iggy Pop, precisamente, decidió quitarse la camisa y arrojarse a las primeras filas de la audiencia para compartir su mítico torso. Y nos cayó encima. Y lo abrazamos. Y sonrió con nuestro asombro. Claro: decidimos no comerlo. Lo devolvimos a su púlpito amplificado.
Desde entonces, irremediablemente, somos más críticos con quienes de buenas a primeras y sin haber construido el rito, juegan a Ícaro (des)vistiéndose de dioses. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos.