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Traducir: el difícil equilibrio

'El tiempo de la mariposa', Selma Ancira, Gris Tormenta, México, 2024.
Andrea Tirado

 

El tiempo de la mariposa es el relato personal de una traductora que, aunque no se asuma a sí misma como escritora, después de este “primer intento” –como ella lo nombra–, queda claro que “traducir también es escribir”. Si hasta ahora a Selma Ancira se la había leído a través de las palabras de los autores que traduce al español (Tólstoi, Tsvietáieva, Kazantzakis, Ritsos, entre otros), en este volumen, Ancira devela el mundo –quizá demasiado– discreto del traductor literario. A caballo entre el ensayo y la crónica, la traductora mexicana revela lo que se halla detrás de las traducciones literarias, por lo menos detrás de las suyas.

Por primera vez los protagonistas no son los autores que traduce, sino ella misma. Por primera vez no hallamos su voz oculta entre líneas, sino que son sus propias palabras las que narran la experiencia de la traducción. Para ello, Ancira ha elegido compartir la historia detrás de la traducción de Zorba el griego, de Nikos Kazantzakis. La traductora sumerge al lector en su memoria para recordar cómo llegó la traducción a su vida. A través de anécdotas personales, pone de manifiesto esa verdad que ella misma asegura, que “cuando te cautiva un autor, te sientes capaz de dar la vida por traducirlo”.

Confiesa que Nikos Kazantzakis llegó a su vida por una película que no vio; sostiene que Zorba el griego irrumpió en su vida como música antes que en palabras; asegura que Zorba era una música que invitaba a bailar; aunque, también, revela que de quien se enamoró fue de Irene Papas, la viuda: la representación misma de Grecia. Así, años más tarde, ya estudiante en Rusia y comenzando a aprender el griego, Ancira descubre en una librería una edición encuadernada en tela rojo vino –¿granate, tal vez? – de Zorba el griego y, como si esa música y ese rostro la hubieran marcado, la cicatriz grabada en su memoria hizo que no pudiera resistir el impulso de comprarla para poderla traducir “algún día”. Por fortuna para los lectores hispanos, años después, ese “algún día” llegó. Como si desde entonces Ancira hubiera anticipado una de las reflexiones del narrador de Zorba: “éste es el camino: encontrar el gran ritmo y seguirlo confiadamente”. Como si hubiera intuido que, de lo que se trata, es de estar atento a lo que cada autor “te sopla al oído”.

¿Qué le sopló Kazantzakis a Ancira? Que para terminar su traducción viajara a Grecia. Que regresara a Creta pero, esta vez, a través de los ojos de Kazantzakis, es decir, siguiendo las huellas del escritor cretense. Entonces, para terminar de pulir el primer borrador de la traducción, Ancira (encontrando y siguiendo el gran ritmo) emprendió un viaje al Peloponeso y a Creta. Se trataba para ella de resolver dudas lexicológicas, aunque también “geográficas, arqueológicas y hasta culinarias”. Lo que se advierte de este viaje es que las palabras son caprichosas, que las palabras son engañosas y, muchas veces, escurridizas. Aunque exista en español la palabra equivalente a la que se quiere traducir, no se puede –ni se debe– traducir sólo de manera literal, pues se corre el riesgo de caer en palabras “vacías de contenido”. ¿Entonces? El acto de la traducción como el arte del funambulismo: se trata de hallar un equilibrio entre la literalidad y la creatividad. Es cuestión de seguir al autor sin esclavizarse, porque cuando el traductor se esclaviza quien pierde, según Ancira, es la traducción.

Mediante la travesía de El tiempo de la mariposa, entendemos que traducir es viajar, es andar de oído, pero también, que es recrear un mundo muchas veces ya desaparecido. Sólo viviendo, palpando y habitando esos otros espacios, esos otros tiempos; sólo permitiendo que los olores, los paisajes y la música de otras lenguas penetren en la piel, se hallarán las palabras correctas. Traducir es “ir en busca de palabras”, como bien sostiene Ancira, y esto de manera literal. Es salir de la quietud del escritorio y de la computadora para ir en busca de las palabras allí adonde el autor las concibió y, después, lo mismo que el tiempo que demanda una mariposa: darles tiempo y dejarlas madurar.

 

 

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