Bemol sostenido
- Alonso Arreola @escribajista - Sunday, 07 Dec 2025 01:01
Futuro, viejo amigo
Por décadas entendimos ‒y supusimos‒ que la música popular avanzaba en un ciclo predecible. Cada generación llegaba con sonidos, escenas y formas de entender al mundo y, con ello, se producían nuevos paradigmas estéticos, refrescantes para las industrias creativas. Pero esa lógica se averió. Más que por dicha novedad, hoy se reafirma la memoria. Ello explica por qué el pasado domina las plataformas musicales y por qué la certeza del “no hay nada nuevo” se fortalece en el clima general.
Los artistas que lograron consolidarse antes de la era de los algoritmos obtienen actualmente sus mayores índices de escucha con generaciones de oyentes recién nacidas. Esto sucede no porque estén produciendo obras más poderosas o innovadoras, sino porque cargan con un “capital social” que ya no puede replicarse. Hablamos de la experiencia compartida. En un mundo donde cada cual alimenta su propio feed (muro digital), esos recuerdos comunes se vuelven tesoros.
Otro cambio tiene que ver con “la juventud” en sí. Solíamos pensarla como un motor cultural. Pero ya no ocupa ese rol. Según estudios que hemos sobrevolado (será uno
de los temas en la próxima Feria de la Música de Guadalajara), los jóvenes viven con menos tiempo libre, más vigilancia, menos espacios propios y más presiones económicas. Eso reduce la originalidad de estilos basados en rebeldía o cuestionamiento al sistema en curso. Y no es que hayan dejado de imaginar; perdieron las condiciones para integrar mundos simbólicos fuera de la nube.
En lo tocante a la industria, claro, ésta privilegia el pasado. No es una metáfora melancólica; es un negocio frío, calculado. Muchos fondos de inversión han gastado millones para adquirir catálogos que representan estabilidad y certidumbre. La música nueva, en cambio, es un riesgo. ¡Quién diría que esa cualidad, otrora necesaria e invaluable, se pondría en su contra! La manipulación algorítmica, por supuesto, refuerza el plan: muestra lo familiar, suaviza lo disruptivo y reduce la exposición a sonidos desconocidos. Ya lo sugerimos: la innovación no ha desaparecido, pero dejó de ser rentable.
Donde antes se necesitaban fracturas profundas para marcar un cambio ‒como sucedió con el free jazz, el primer hip hop o la electrónica de los dosmiles‒ hoy basta una pequeña variación sobre algo conocido. Vivimos en una cultura que prefiere la comodidad a la sorpresa, y eso se refleja en toda la cadena: cómo componemos, escuchamos y compartimos música. Sincérese en silencio, lectora, lector: ¿qué tanto se entrega al laberinto de los sonidos ignotos? ¿Verdad que prefiere soslayar toda incomodidad y darle play a las voces conocidas de siempre?
Podemos concluir, valga el absurdo, que el futuro que conocíamos ha desaparecido. Ese viejo que llegaba con regalos traídos de la imaginación y la protesta ha cambiado intereses, así como la ubicación de su guarida. Digamos
que la verdadera innovación ya no se espera en el sonido sino en la infraestructura que lo contiene: otros modos de relación con la audiencia, experiencias híbridas, tecnologías, circulación alternativa y formas distintas de entender la propiedad intelectual… Así, lo nuevo puede no ser un género, artista o canción, sino el sistema cambiante por el cual transita una sustancia más o menos repetitiva.
Ya no podemos esperar el “próximo gran movimiento musical” que lo resuelva todo. Verbigracia: el funk, el punk, el grunge. Esos fenómenos necesitan tiempo, espacio, comunidad y una juventud con libertad para experimentar; entornos donde la novedad tenga permiso de cuestionar la realidad. ¿Seguiremos con la cabeza baja? ¿Quedaremos de brazos cruzados? Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos. l