La explosión como catarsis
- Cinexcusas/ Luis Tovar @luistovars - Sunday, 07 Dec 2025 01:03
El colombiano Rodrigo García tiene sesenta y seis años de edad, un padre célebre hasta lo mítico del que ha sabido desmarcarse para que no lo anden comparando, un parentesco político prominente que no le da ni le quita para su desempeño profesional y, ya en lo suyo, una decena de largometrajes más varias intervenciones en series televisivas exitosas. En su filmografía destacan Con sólo mirarla (2000) y Nueve vidas (2005), ambas escritas y dirigidas por él mismo, y estructuradas a manera de mosaico formado por un conjunto de historias/personajes que, no obstante pudiendo ser vistos de manera independiente, se concatenan de uno u otro modo, ya sea por el tema central o por entrelazamientos narrativos.
Las locuras (2025), su más reciente largometraje de ficción, comparte dicha característica; en este caso se trata de seis relatos sobre mujeres, muy convincentemente interpretadas de manera respectiva por Cassandra Ciangherotti –magnífica–, Ilse Salas –estupenda–, Ángeles Cruz –ídem–, Natalia Solián –muy bien–, Naian González Norvind –bien– y Fernanda Castillo –ídem–, acompañadas de un reparto que va de lo solvente a lo sobresaliente, en el que destacan el actor y también director chileno Alfredo Castro, así como, aun siendo brevísima su intervención, las mexicanas Mónica del Carmen y Adriana Barraza.
Locuras que no lo son
No sería extraño que la idea original de la trama tuviese origen teatral porque el tono histriónico elevado; no obstante haber sido filmada en locaciones de todo tipo –interiores espaciosos, exteriores en planos medios y amplios, etecé– el trazo escénico y, de manera destacada, un estilo dialogal constantemente aderezado por giros y construcciones no del todo usuales para el habla coloquial, cotidiana, dan cuenta de la clara intención de llevar las situaciones dramáticas no sólo a un límite alto, sino a volverlas vehículo de una posible reflexión.
¿En torno a qué? A lo que alude el título: no la locura entendida en el sentido clínico, psicológico o tal vez en el jurídico-legal, sino en el más colectivo y muchas ocasiones ambiguo en el que se califica de “locura” o alienación a toda suerte de comportamientos, conductas y decisiones atípicas, que en medida mayor o menor van contra las convenciones sociales, las desafían, las alteran o como mínimo las ignoran.
Dibujada la historia con rasgos gruesos
en los rubros histriónico y narrativo, encapsulada en un solo día diegético, signado por el simbolismo quizá innecesario –porque poco o nada aporta– de una lluvia que, como las desgracias, en algún momento comienza a caer y ya no para, en contraposición el texto subyacente resulta sutil: la superficialidad de calificar como “locura” la reacción, en este caso exclusivamente femenina, suscitada entre otras circunstancias por un súbito acto injusto en el que se interviene; por una machacona y añosa vejación sufrida a manos de una familia orgullosa de sus prejuicios pero al mismo tiempo sahumada en su doble moral; por la búsqueda precipitada de escapar, a través de un súbito amor erótico, de la desesperación que provoca una vida atiborrada de obligaciones laborales y familiares… Esa superficialidad, esa rapidez para etiquetar como psicosis esta o aquella necesidad vital, aun dando por válida la posibilidad de que ciertas conductas antisociales tengan origen en algún desorden psíquico, pone de relieve algo más profundo y en definitiva más pernicioso: el sostenimiento a toda costa de un status quo eminentemente patriarcal que, al sentirse amenazado por esas “locuras”, de inmediato echa a andar un aparato social/legal/institucional que, en su afán de “normalidad”, suele ser incapaz de reconocerse represor de aquello que, en todos los casos del filme –confinamiento físico, presión familiar, expectativas sociales, dudas profesionales, conservadurismo moral...– sólo son reacciones extremas a condiciones que se tornan insoportables y que, de suyo, son injustas hasta la raíz l