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Ernesto de la Peña y los escollos de la fe

Ernesto de la Peña y los escollos de la fe

'El evangelio de Tomás: controversias sobre la infancia de Jesús', Ernesto de la Peña, Siglo XXI Editores, México, 2019.
David Noria

La iconografía cristiana retrata a Tomás, santo, apóstol y mártir, con un rollo en la mano izquierda que reza “Señor mío y Dios mío”, exclamación apurada tras palpar las llagas del maestro resucitado. Se sabe que después de conseguir las pruebas que necesitaba, el una vez escéptico encaminó sus pasos hacia India para evangelizar, con gran celo apostólico, las cortes y palacios, donde sobrevoló entre nubes e incitó a las princesas a permanecer vírgenes, razones acaso suficientes para acabar pasado por las lanzas alrededor del año 72.

Más de mil seiscientos años después, en la Nueva España el padre Mier prodigó elementos para su propia excomunión al afirmar que la tilma de Juan Diego no era otra cosa sino la inveterada capa de santo Tomás, conocido en estas tierras como Quetzalcóatl, temprano evangelizador de los aztecas. Proponía –en contra de lo que consideraba el cuento fabuloso del Tepeyac– que el destino del apóstol no había sido India exclusivamente, sino las Indias. Para más desconcierto de la curia, apoyó su idea en la toponimia mexicana. ¿No había, en efecto, al oriente de la capital y cerca de San Lázaro, un barrio llamado Tomatlán? Aquello era signo inequívoco del paso del apóstol. Refutando esta monstruosa etimología (prueba de sus “fantásticos, ridiculísimos y vanos cimientos”), un incisivo informe de la época concluye: “He aquí convertido a Santo Tomás en tomate, o al tomate en Santo Tomás.” Acaso en esta humillación etimológica (el rechazo de los colegas) habría que buscar los resortes anímicos que llevaron al padre Mier a Francia para conspirar, en los cenáculos sediciosos de Simón Rodríguez, por la Independencia.”

La duda es el germen de la escisión. De entre el grupo de los doce apóstoles, ha observado Ernesto de la Peña, la credulidad se retribuye con prebendas. Pedro, estereotipo del hombre sencillo, acepta con naturalidad cuanto prodigio se obra ante sus ojos como si de un niño se tratase, al paso que Tomás, hombre de poca fe, alimenta en su interior vacilaciones que lo malquistan consigo mismo y los demás. La figura de este último propició desde los albores del cristianismo una literatura neotestamentaria relacionada con sectas y corrientes mistéricas, al cabo rechazada por la ortodoxia. A raíz del descubrimiento de varios papiros entre fines del siglo XIX y principios del XX, la tradición textual ha agrupado bajo el nombre de Tomás un corpus compuesto por El evangelio de TomásLos enunciados de JesúsEl tratado de la infancia de Jesús según Tomás, escritos entre los siglos IIIV. El libro que Ernesto de la Peña dedicó a la cuestión ofrece estudios y traducciones a partir de la edición de varios especialistas. Por lo pronto esta recopilación tiene el atractivo, como él dice, de provocar “la inquisición nerviosa, hasta malsana, de los apócrifos”.

Aquí vemos al niño Jesús crear pajarillos de barro que cobran vida, las vicisitudes de la joven familia en Egipto, la mezcla de adoración y terror que las hazañas del niño provocan en la comunidad, y los afanes de José por enseñarle a su hijo el alfabeto con maestros infortunados: “Si eres realmente un maestro –dijo Jesús– y conoces bien las letras, explícame el significado de la alfa y yo te expondré el de la beta. Y el maestro indignado le golpeó la cabeza y el niño, adolorido, lo maldijo e inmediatamente el maestro se desmayó y cayó por el suelo sobre la cara. Y Jesús volvió a la casa de José. Y José entristeció y ordenó a la madre que no le permitiera salir de la casa, porque morían los que lo encolerizaban.” Las empolvadas calles de Belén, Egipto, Nazareth y Jerusalén son testigos de un ser ominoso que resucita muertos, se hace obedecer de los animales y los elementos, y desdeña la cerrazón de los preceptos judíos lo mismo que la suficiencia del saber pagano.

¿Qué significan estos fragmentos? ¿Qué lección edificante se les puede derivar? ¿En qué contexto y con qué intención fueron escritos? Sólo por aproximaciones podría decirse algo que, sin embargo, no es nunca satisfactorio (camarillas gnósticas, sincretismos religiosos, atrevimientos heréticos): el sentido finalmente se nos escapa porque estamos ante testimonios de un mundo que no es el nuestro, reliquias venerables, risibles o simplemente archivables, según el caso. Pero una literatura demasiado antigua, caprichosa y fantástica nos ofrece, paradójicamente, una sana certeza derivada de su lectura: la de la necesidad de la duda ante los monolitos que dominan nuestra imaginación. ¿Se cree que la Biblia (signo plurisecular de lo estable) es un texto unívoco y completo? El reconocimiento de la incertidumbre en un tema hoy en desuso podría propiciar una actitud dubitativa sobre las verdades seculares de hoy, acaso no menos caprichosas y gratuitas, en lo ideológico, político, educativo y económico. Mientras unos renovarán arrepentidos su celo y obediencia sectarias como el propio Tomás (“Señor mío y Dios mío”), avergonzados de haberse atrevido a dudar, otros entrarán en la nebulosa y poco reconfortante condición escéptica (que edifica corroyendo), especie de crítica textual aplicada a la vida, flexibilidad ante las posibles interpretaciones y negación a priori de la validez necesaria de alguna de ellas, a condición de evitar la parálisis. Acaso convenga dudaractuar. “Los fariseos y los sabios –dijo Jesús– han tomado las llaves del conocimiento y las han ocultado, no han abierto esa puerta y entrado en el Reino, y a quienes desean entrar no les darán las llaves. Por eso deberán ser tan astutos como las serpientes y tan inocentes como las palomas.” (Evangelio de Tomás, 34.)

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