Insomnio y soledad de E.M. Cioran: una teoría del suicidio

- Alejandro García Abreu - Friday, 15 Nov 2019 14:30 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Se cumplen setenta años del primer libro de E.M. Cioran escrito en francés: 'Breviario de podredumbre'.

Una doble renuncia

En 1940 ocurrió uno de los acontecimientos más significativos en la vida de E.M. Cioran: comenzó a escribir en francés. Posteriormente ocurrió otro: el 18 de noviembre de 1942 conoció en un comedor universitario a Simone Boué, con quien comenzaría a vivir en París en 1947. Antes, en 1946, diversos lectores celebraron otro gesto demoledor: Cioran renunció a su nacionalidad y se declaró apátrida. Implicó una doble renuncia: primero a la lengua –sus primeros siete libros fueron escritos en rumano–, posteriormente a la nacionalidad.

Cuando fue publicado por Gallimard en 1949, Breviario de podredumbre –su primer libro en francés– fue bien recibido por la crítica e incluso fue galardonado al año siguiente con el Premio Rivarol, destinado a enaltecer el mejor trabajo escrito en francés por un autor extranjero. Después del otorgamiento del Rivarol tomó una decisión radical: se propuso rechazar todos los premios que se le concedieran a partir de entonces, incluido el Roger Nimier, que ganó en 1977.

El final

Años después, en 1993, según Simone Boué, Cioran “pierde completamente la razón”. Padeció la enfermedad de Alzheimer. Significó la devastación de una mente. Falleció en París, el 20 de junio de 1995. Boué no escapó de la tragedia. Murió ahogada en una playa francesa el 11 de septiembre de 1997, en vísperas de la corrección de pruebas de los Cuadernos, de Cioran. Los restos de ambos están sepultados en la misma tumba, en el cementerio de Montparnasse.

Los Cuadernos

Los Cuadernos, de Cioran –que comienzan el 26 de junio de 1957 y se interrumpen en 1972– fueron descubiertos, copiados y editados por Simone Boué poco tiempo después de la muerte de su autor. Éditions Gallimard publicó mil páginas de la obra póstuma en 1997. Para las traducciones posteriores, los editores extranjeros decidieron hacer una selección de trescientas páginas.

Una amistad de veinte años y una larga experiencia como traductora al alemán de la obra de Cioran indujeron a Verena von der Heyden-Rynsch a seleccionar los apuntes presentados en la antología Cuadernos. 1957-1972 (Tusquets, 2000). Los Cuadernos resultan un conjunto de esbozos, reflexiones, notas intelectuales y apuntes personales que constituyen “en parte la materia prima de aforismos y fragmentos filosóficos posteriores”, aseveró la editora. Llevan fecha los acontecimientos considerados importantes, como las noches de insomnio y el pensamiento en la muerte.

En la tapa de los cuadernos i, ii, iv, viii, x, se lee: ‘Para destruir’. En el primer cuaderno, Cioran añadió: ‘Todos estos cuadernos, para destruir’, y también en los cuadernos viii y x. Y, sin embargo, los guardó y ordenó cuidadosamente… Lo ayudaron a ajustar cuentas con el universo y sobre todo consigo mismo. Día tras día desgrana fracasos, sufrimientos, angustias, terrores, rabias, humillaciones. Detrás de este desgarrador relato secreto se eclipsa el Cioran diurno, burlón y tónico, divertido y cambiante. Pero, ¿acaso no afirmó en varias ocasiones que sólo tomaba la pluma cuando tenía deseos de ‘pegarse un tiro’?”, escribió Simone Boué en el “Prefacio” de Cuadernos. 1957-1972 de Cioran.

“Es que siempre y en todas partes está solosolo cuando vivo y solo cuando muerto. […] Solo en vida y doblemente solo en la muerte. En junio de 1995, Fernando Savater escribía en El País una despedida emocionante que concluía así: ‘Adonde ahora vas tienes que bajar solo’. Recuerdo también el título con que se reunieron en 1990 en Humanitas algunos artículos de juventud escritos en rumano, ese hermoso título que para mí resume a Cioran: Soledad y Destino”, concluyó Boué.

El suicidio

En 1988 corrieron rumores del suicidio de Cioran en la prensa francesa. No resultaba una idea extravagante por la complejidad del denso entramado de su obra, por su tendencia al desasosiego, por sus reflexiones sobre la muerte voluntaria. Subrayé los siguientes pasajes en Cuadernos. 1957-1972:

2 de agosto de 1957

 

Suicidio de e.: un abismo inmenso se abre en mi pasado. Mil recuerdos exquisitos y desgarradores salen de él./ ¡Le gustaba tanto la decadencia! Y, sin embargo, se ha matado para escapar de ella.

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24 de febrero de 1958

Desde hace unos días, vuelve a rondarme la idea del suicidio. Cierto es que pienso en él a menudo, pero una cosa es pensarlo y otra sufrir su dominio. Acceso terrible de obsesiones negras. Me va a ser imposible durar mucho tiempo así por mis propios medios. He agotado mi capacidad para consolarme.

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Caroline von Günderode. Nadie ha pensado en ella tanto como yo. Me he saciado con su suicidio. [Caroline von Günderode fue una poeta alemana del romanticismo. Se quitó la vida a los veintiséis años de edad.]

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13 de abril de 1965

El médico a cuya consulta fui ayer por lo del intestino me preguntó si “pensaba en el suicidio”. “No he pensado en otra cosa en toda mi vida”, le respondí. Me miró con aire satisfecho, quiero decir bobo.

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Resulta consolador que haya un Piotr Rawicz en París. [Piotr Rawicz, nacido en Ucrania y exdeportado en Auschwitz, vivía en París desde 1947. Su novela, escrita directamente en francés, Le sang du ciel (Gallimard, 1961) fue traducida a una decena de lenguas. También publicó Bloc-notes d’un contre-revolutionaire, ou la gueule de bois (Gallimard, 1969). Se suicidó en mayo de 1982.]

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Kleist y Rodolphe (el personaje de Mayerling) buscan y encuentran los dos a mujeres con las que matarse. Esas propuestas de suicidio en común, ¿a qué pueden corresponder? ¿Será miedo a morir solo o –lo que es más probable– necesidad de acabar en esa plenitud que debe necesariamente preceder a la muerte compartida?

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Adamov se está muriendo en un hospital de París. Esa noticia me ha conmovido más de lo que habría pensado. Las amistades difuntas no son necesariamente amistades muertas. / “…Esa embriaguez de alejamiento que precede y facilita el suicidio.” (Drieu, Récit secret.)

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En mi texto sobre el suicidio, olvidé precisar que en mí el suicidio es una idea y no un impulso. Eso explica las contradicciones, las cobardías, los titubeos que ese gran tema me inspira.

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3 de enero de 1968

Acabo de encontrarme con Celan, al que no había visto desde hacía un año; ha pasado unos meses en un hospital psiquiátrico, pero no habla de ello. Se equivoca, pues, si lo hiciera, no tendría ese aire violento (y que siempre tenemos cuando disimulamos algo capital que todo el mundo ha de conocer). / Cierto es que no es fácil hablar de nuestras crisis. ¡Y qué crisis! [Paul Celan se suicidó en París. Se arrojó al Sena desde el puente Mirabeau la noche del 19 al 20 de abril de 1970.]

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La reflexión sobre la vida no carece necesariamente de fin. Entraña un límite, ya que, cuando rumiamos su objeto, resulta imposible no toparnos tarde o temprano con el suicido, que detiene la progresión del pensamiento, que se erige como un muro ante la reflexión. Así, cuando nos perdemos en la ola de la vida, el suicidio se presenta como un mojón, un punto de referencia, una certidumbre, una realidad positiva: por fin tiene el pensamiento algo sobre lo que rumiar, deja de divagar. / En el vértigo que se apodera del pensamiento en cuanto se aplica a la vida, es decir, a la ola misma, el suicidio parece como un pretil.

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Desesperación “sin motivo”, sin conciencia de desgracia, sin ningún sentimiento de decadencia –desesperación pura– y de nuevo la certidumbre –en modo alguno triste– de que el suicidio es la única salida, el único consuelo, la puerta, la gran puerta. Pasar al otro lado eludiendo a la muerte. La desesperación no me deprime, me eleva. / La desesperación es distinta del desconsuelo, es llama, una llama que atraviesa la sangre.

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Primavera y suicidio son para mí dos conceptos conexos. Es que la primavera representa una idea para la que no estoy maduro o, más exactamente, que no entra en mi sistema.

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16 de junio

El insomne es por necesidad un teórico del suicidio.

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Escribir sobre el suicidio es haberlo superado.

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Cuanto más tiempo pasa, más me acostumbro a las realidades más sombrías (suicidio, horror del nacimiento, etcétera), sin ninguna reserva mental de pena y desolación. Concibo lo irreparable sin tristeza. Estoy inmerso hasta el cuello en el desconsuelo objetivo, evidente, impersonal.
Llanto con ojos eternamente secos.

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7 de diciembre

De vez en cuando recibo cartas desesperadas, inspiradas más o menos por el Breviario y a las que debo responder. Como la mayoría de las veces se trata de pensamientos de suicidio, me esfuerzo por quitárselo de la cabeza a quien me escribe. Pues alentarlo no es posible, la verdad, por mil razones. Lo malo es que mis cartas, forzosamente edificantes, no pueden ser más convencionales
y en contradicción con lo que pienso de verdad. Ese papel de “apoyo moral”, de confesor laico, que he debido asumir, no es la menor ironía de mi vida. Sobrevivir a un libro destructor es siempre penoso para un escritor.

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