De Cartucho a Memorias de Pancho Villa: Nellie Campobello, la niña de la ventana

- Eve Gil - Sunday, 17 Nov 2019 11:05 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Nellie Campobello nació en Villa Ocampo, Durango, el 7 de noviembre de 1900, según documento fehaciente pero objeto de polémicas.

Entre los siete u ocho años de edad, se traslada con su familia a Parral, Chihuahua, escenario de sus relatos. Su padre se incorpora, ciego de patriotismo, al movimiento revolucionario. La madre se vuelve no sólo predominante sino decisiva en la vida de aquella niña de trenzas claras y vivaz mirada color avellana que saluda a los soldados desde su ventana, pues Rafaela, a quien las fotografías muestran como una mujer delgada, de semblante medio atormentado, vela por sus críos, pistola al cinto, cigarro colgando del labio, en una modesta vivienda acondicionada como hospital clandestino para villistas, a quienes cuida con la misma devoción que a sus niños. Este es el ambiente en que se desarrollan las travesuras de la niña para quien la muerte y sus muertos le son tan cotidianos como su muñeca Pitaflorida.

Rafaela tuvo dos hijos más: María Soledad, mejor conocida como Gloria, nacida en 1911, producto de sus galanteos con un caballero estadunidense de origen inglés, Jesús Campbell Morton, y Raúl, “el angelote rubio de ojos azules y espaldas fuertes”, nacido el 1 de febrero de 1919, que, se supo más tarde, fue en realidad hijo de la propia Francisca, es decir, nieto de Rafaela. Tenía Francisca dieciocho años cuando nace Raúl. Alfredo Vargas Valdés y Flor García Rufino han revelado la identidad del padre del niño: Alfredo Chávez Amparán, joven de buena familia que llegaría a ser gobernador de Chihuahua entre 1940 y 1944. Éste enamoró a una Francisca de dieciséis años, pese a ser casado. Una que todavía no sabía leer ni escribir y se desempeña como boletera del Teatro de los Héroes.

Raúl, que sería el único hijo de Francisca, muere el 11 de mayo de 1921. Alcanza a vivir sólo dos años, llevándose consigo a una destrozada Rafaela. En 1923, junto con su hermana menor, Francisca emprende un viaje a Ciudad de México, apoyadas por el padrastro de Francisca y padre de Gloria, Jesús Campbell Morton, quien las relaciona con las comunidades estadunidenses e inglesas de la capital y las acerca a los círculos de la danza.

Aunque veinticinco es una edad muy avanzada para iniciar un entrenamiento dancístico, Francisca incursiona en el baile para acompañar y apoyar a Gloriecita, que empieza a soñar con ser bailarina cuando su papá las lleva a ver a Anna Pavlova, hacia finales de 1924. Tras recorrer diferentes escuelas
de danza, Nellie y Gloria Campbell comienzan su verdadera formación en el ballet clásico, bajo los látigos de Stanislava Potapovich y Carol Adamchevsky, este último compañero de Nijinski en el teatro Marinsky. Al tiempo que se entrenaba como bailarina, la hermana mayor cursó la primaria y la secundaria, y en 1929 publicó su poemario
Yo!, bajo la escueta firma de “Francisca”. Tanto la portada, una niña de piernas largas y musculosas, como el comentario de presentación, corren a cargo del prestigiado Dr. Atl: “Francisca [...] un día se puso a escribir versos... y [...] Aquí están, saturados de luz y de optimismo, espontáneos y bellos [...] vigorosos y flexibles como los músculos de sus piernas [...]”.

A finales de 1929, Francisca y Gloria viajan a La Habana y bailan en el Teatro Campoamor, ya no con cuadros de ballet clásico, sino de danzas mexicanas. Campbell ha pasado a ser Campobello, Francisca se convierte oficialmente en “Nellie”. Allá conoce a Federico García Lorca y al notable poeta Langston Hughes, quienes mostraron gran admiración por su poemario. Algunos de estos poemas serían traducidos al inglés por el propio Hughes, quien manifestó abiertamente su admiración por la bella poeta mexicana, a quien obsequiaba cajas de chocolates.

La Revolución y Pancho Villa: devociones compartidas

En Ciudad de México la esperaba un encuentro decisivo con el escritor Martín Luis Guzmán (1887-1976), director entonces del diario El Mundo y autor de dos clásicos de la literatura mexicana, La sombra del caudillo y Memorias de Pancho Villa. Mucho se ha especulado sobre la naturaleza de aquella relación, pero Guzmán era casado y con hijos, y si bien es un hecho que influyeron mutuamente en sus respectivas obras, al grado de afirmar que el uno no hubiera escrito sin el otro, nunca nadie los vio tomados de la mano ni dejaron de hablarse de usted. Compartían una devoción por Pancho Villa, al que reivindicarían en sus respectivas obras. En 1931 aparecería la primera edición de Cartucho, relatos de la lucha en el norte de México, cuyo título alude al apodo de uno de los personajes, un joven soldado (los niños y adolescentes, según se plantea en estos relatos, formaron parte activa del movimiento revolucionario, y no era raro que un menor fuera pasado por las armas sin miramientos). Sin embargo, la edición definitiva, en la que, se dice, intervino el propio Martín Luis, no apareció sino hasta 1940, junto con Apuntes sobre la vida militar de Francisco Villa y Ritmos indígenas de México, este último en coautoría con Gloria. Respecto a Cartucho, señala Jorge Aguilar Mora en el prólogo a la edición de editorial Era: “Cien años de soledad no hubiera sido posible sin Pedro Páramo y Pedro Páramo no hubiera sido posible sin Cartucho. Ésta anticipa lúcidamente muchos rasgos que definirían el estilo de Rulfo: ese trato constante de las palabras con el silencio; ese parentesco en acción del silencio con la sobriedad irónica, tierna, de frases elípticas, breves, brevísimas, a veces casi imposiblemente breves.”

En 1937 publicaría una especie de secuela de Cartucho en donde se alude de forma mucho más directa a los miembros de la familia que apoyó a los villlistas, aportando textos más redondeados y apegados al concepto tradicional de cuento: Las manos de mamá, cuya protagonista, llamada simplemente Ella, defiende a sus críos como leona y le abre la puerta a la visita nocturna del amor; hace milagros con un par de tortillas tiesas y transforma jirones en ropa para cubrir del frío a sus hijos. Al mismo tiempo que Nellie presenta Las manos de Mamá, se le designa directora de la Escuela Nacional de Danza (END) del Instituto Nacional de Bellas Artes, al frente de la cual desempeñará un papel memorable entre 1937 y 1984. Envejecerá en su cargo, llegando al extremo de enfrentarse a las brigadas de choque del gobierno de José López Portillo, pistola en mano, como la propia Rafaela, cuando en 1977 comienza la batalla por despojar a la Escuela Nacional de Danza del predio que se le había otorgado por decreto presidencial, para cedérselo a la embajada de Cuba. Finalmente, la Escuela Nacional de Danza se traslada a un predio que incluye una casa habitación (que ocuparía Nellie), en la avenida Manuel Ávila Camacho, con la supuesta seguridad de un decreto presidencial. Pero es traicionada y destituida de su cargo de directora, tras cuarenta años al frente de la end. La protesta unánime de la comunidad artística, y el que una muy resuelta Nellie amenace con prenderse fuego en pleno Zócalo, obran el milagro de cancelar los oscuros planes de la oficialidad.

Nellie clama justicia

Irene Matthews, una de sus biógrafas, que la conoció en 1980, describe a una Nellie guapa, cortés y elegante, que la recibió con gran alegría; bailaron y salieron a cenar. La volvió a visitar al día siguiente y Nellie le mostró su casa, sus fotografías y le presentó a cada uno de sus gatos. Cuando Matthews regresó, cuatro años después, con el propósito de entrevistarla, la situación era completamente distinta :“Fue difícil hablar íntimamente porque siempre estaba presente Claudio, interrumpiéndonos o insistiendo en distraerte de modo inoportuno”, refiriéndose a Claudio Niño Cienfuentes, también conocido como Claudio Fuentes Figueroa. Sólo los artistas y los criminales tienen más de un nombre.

Los Cifuentes Belmont -Cristina Belmont, esposa de Claudio, exalumna de Nellie- habían comenzado a rondar a la escritora en 1975, pretextando encontrarse en la más dramática miseria. Sin hijos ni parientes que velaran por ella -Gloria había muerto en 1968, con la salud minada por los excesos-, Nellie prácticamente se hizo cargo de los cuatro miembros de esta estirpe criminal, quienes en 1982 habrían de mudarse como si tal cosa a la mansión de la colonia Tabacalera. Al poco tiempo, despidieron con lujo de fuerza a Carmelita Huerta, devota ama de llaves, se enseñorearon de la casa y se autoungieron representantes financieros de una Nellie a quien dejó de vérsele de la noche a la mañana. Ante la inexplicable ausencia de la querida maestra, se interponen denuncias contra sus “cuidadores”, pero éstos contraatacan cuando en febrero de 1985, último día en que se vio con vida a Nellie Campobello, se presentan a comparecer junto con ella en el juzgado. Nellie, en silla de ruedas, a decir de testigos, parecía totalmente drogada. Sencillamente no era ella, no la vivaz Nellie, la de los pícaros ojos de avellana. Bastó sin embargo su sola presencia para que la pareja fuera liberada de toda sospecha. No se volvería a saber de ella hasta que años más tarde se hallaron unos despojos mortuorios que, según investigación forense de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal de 1998, pertenecían a Francisca Moya Luna, muerta el 9 de julio de 1986 por inanición.

Los asesinos permanecen en libertad, dicen, gracias a vínculos con un expresidente de México, disfrutando la fortuna de Nellie valuada en varios millones de dólares, la cual incluye casas, joyas, documentos inéditos de Pancho Villa y obras de José Clemente Orozco. Nuestra Nellie clama justicia, no sólo como ser humano, también como la magnífica escritora que es, y a la que por siempre recordaremos como la niñita que desde su ventana saludaba a los hombres de Pancho Villa, llena de ternura por sus amigos, tan flacos y tan muertos l

 

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