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- José María Espinasa - Sunday, 17 Nov 2019 11:25 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
El centralismo, lo sabemos, hace pagar factura a los que no migran a las grandes ciudades.

Raúl Antonio Cota en sus setenta años

El centralismo, lo sabemos, hace pagar factura a los que no migran a las grandes ciudades. Así, Raúl Antonio Cota, poeta de Baja California sur, que en los años setenta finales y en los ochenta destacaba en la renovación que sufría la lírica mexicana, ganó algunos premios y publicó varios libros. En los noventa y siguientes prácticamente desapareció del panorama. El azar de encontrar una entrevista con él en la web mientras buscaba otra información y la aparición de un par de libros al abrir una caja, me ha hecho releerlo y constatar la calidad de los poemarios que entonces publicó. La nota a la crónica-entrevista, de Modesto Peralta Delgado, señala que Cota tiene ¡veinte libros publicados!, lo cual quiere decir que no dejó de escribir sino que el centralismo y las modas dejaron de prestarle atención y sus publicaciones dejaron de circular. Me entero también que este 2019 cumplió setenta años.

Los libros que tengo de este autor son De cetáceos y de bestias, De los viajes en general, Premio Latinoamericano de poesía Colima 1984 y Para que la madrugada cante, Premio Nacional Ciudad de la Paz, 1990. El primero y el segundo son sintomáticos de una característica muy suya: la descripción del paisaje y la fauna marina, focas, elefantes marinos, ballenas pueblan los farallones y playas de su escritura.

Cota describe su asombro ante un mundo que casi se podría decir que nace ante sus ojos en plenitud solar, incluso en medio de la tormenta. La vivencia del mar es escasa y anómala en la lírica mexicana y específicamente la que arraiga en la península de Baja California tiene unas características diferenciadas. Cota vive el mar como una razón de fascinación hipnótica; al describir la experiencia de vivir en sus orillas no hay la abstracción de José Gorostiza sino la de quien vive esa “cotidianidad excepcional”, paradoja de lo que es y no es el paraíso. Si agregamos esa condición entre mítica y extraña que tiene la región, estamos ante otra contradicción: una naturaleza poética.

En los años en que Raúl Antonio Cota surgía en la lírica mexicana también lo hacía José Luis Rivas, otro poeta que canta al mar desde su propia condición personal. Cota busca una cierta sencillez en los poemas y se apunta ya algo que se manifestará en Para que la madrugada cante: el juego, el tono de canción infantil que lleva a calificar, antes de que se pusiera de moda, a esos poemas como para niños. Cota intuye que el paraíso está en el mar. Sus textos son un constante ajuste de la mirada deslumbrada y, de pronto, como apariciones, algunos versos de tono misterioso (“las palabras son remos/ que el desierto reclama”). El cuerpo se vuelve todo el ojo que mira: el contacto con la luz y el agua propone una densidad en la cual la persona se mueve desplazando el aire.

Se ha hablado mucho, tanto que hasta es un lugar común, del desierto de arena como un mar mineral en donde la sal ha ganado la batalla al agua. Toda inmersión en el mar es un bautismo, también el contacto con la arena como agua. En un momento Cota habla de un “agua en ruinas”, y más adelante “un sol en ruinas”, sorprendentes expresiones que propone otra manera del tiempo y por lo tanto del apocalipsis. Así, la sensualidad intuida en De los viajes en general se desplaza hacia la inocencia de la canción infantil. Eso le permite ganar transparencia y gracia y desplazar de los ojos a los oídos la manera de relatar el mundo, buscar rimas y aliteraciones, jugar entre las olas. Al releer Para que la madrugada cante me doy cuenta de una de esas bromas que juega la memoria. El libro me gusta y reviso la nota introductoria, esa página oficial que suele anteceder la los premios, y me doy cuenta de que el jurado que otorgó el galardón estaba formado por Ernesto Lumbreras, Javier Manríquez y yo mismo. No guardaba –no tengo aún- ningún recuerdo del hecho. Lo había olvidado completamente. Señalo este hecho por la condición de injusticia severa que muchas veces provoca la desmemoria. ¿Será a eso a lo que Cota se refiere cuando califica al agua o al sol como en ruinas? En fin, el azar me ha devuelto a una lectura que agradezco y hay que rescatar la obra de este poeta para los lectores actuales.

 

 

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