México la pintura y el jardín de la realidad / Entrevista con Carlos Pellicer López

- Elena Poniatowska - Sunday, 24 Nov 2019 07:42 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
“Vivíamos tan cerca que yo podía oír a mi tío a través de la pared”, dice el pintor Carlos Pellicer López, heredero de la famosa casta Pellicer.

Hermano Sol, cuando te plazca, vamos/ a colocar la tarde donde quieras./ Tiene la milpa edad para que hicieras/ con puñado de luz sonoros tramos./ Si en la última piedra nos sentamos/ verás cómo caminan las hileras/ y las hormigas de tu luz raseras/ moverán prodigiosos miligramos.

Carlos Pellicer

 

Pared de por medio, el niño Carlos y más tarde el joven Carlos intuía el momento en el que su tío se lavaba los dientes o sacaba su sombrero de paja para irse a Tabasco. Además de escuchar esa voz fuerte y profunda que lo acompañó toda su vida, retenía las noticias de Tierra Caliente, las del río. “Voy a mis aguas” solía anunciar el poeta porque ante todo Tabasco es acuático.

–Como la casa de mi tío estaba junto a la nuestra porque así quisieron los dos hermanos: Carlos y Juan, mi tío fue una influencia definitiva y me guió desde pequeño: “Mira, niño, si quieres pintar, usa el cuarto en el tercer piso de la casa.” Era un estudio muy raro, lleno de ventanales, muy caliente cuando hacía sol y muy frío en invierno, pero era un estudio privado para mí, un muchachito que no había cumplido ni los veinte, una dádiva maravillosa. Yo entraba a la casa de mi tío todos los días, si estaba él, platicábamos. A veces él subía a revisar lo que yo pintaba, muy serio él, y siempre me llamó la atención lo que sabía de pintura porque me hacía observaciones como maestro de pintura.

 

Dirás como maestro de poesía…

–Toda su vida se dedicó a ver pintura. Mi tío tenía muchos más amigos pintores que poetas. Él quiso y acompañó a Frida a quién, desgraciadamente, no llegué a conocer porque estaba muy chiquillo. No sólo le hizo su museo en la calle de Londres, también le escribió: “Estás toda clavada de claveles./ Fuego a la sangre pegan los pinceles./ Un niño ensangrentado sube al cielo.”

Llegué a saludar a Diego, muy de viejito, ya en las últimas, quince días antes de morir. Mi tío le mandó un chocolate de Tabasco y mi papá nos pidió: “Acompáñenme porque le vamos a dejar esto al maestro Rivera.” Él ya estaba con oxígeno y lo saludamos en la casa-estudio de San Ángel Inn. Lo recuerdo por impresionante.

Por fortuna, el mundo intelectual fue muy familiar para mí y lo sigue siendo, porque desde niño conocí a poetas y a pintores, desde Salvador Novo, que no era nada fácil. Nos llevaban a su casa porque Juan, mi papá, quería mucho a su madre. Mi papá le decía “mamá” a la mamá de Salvador Novo y a mí me incluyó en su intimidad. Nos llevaban a Juan y a mí a caminar por el enorme jardín de la casa, con una alberca siempre vacía y Salvador aprovechaba para decirle a mi papá uno de sus poemas satíricos, espeluznantes…

 

Los de cada año nuevo.

–Y unos peores. Entonces yo me daba cuenta que eran puras peladeces en las que había una carga muy fuerte de agresión, aunque mi papá se moría de risa. Mi papá se llamaba Juan Pellicer, era trece años menor que mi tío, muy buen lector, muy culto y capaz con toda tranquilidad de corregir a mi tío, quién le enseñaba todo lo que escribía.

 

Viniendo de una familia tan talentosa como los Pellicer, ¿no era lógico que escogieras ser pintor?

–Mira, desde chiquillo vi muy buena pintura porque en la casa colgaban paisajes de José María Velasco y de sus discípulos, enormes lienzos del Dr. Atl, bodegones de otros pintores, lo mismo sucedía en la casa de mi tío; por lo tanto, cuando me preguntó qué quería hacer, respondí: “A mí me gustaría estudiar pintura.” “¡Qué bueno, don Carlitos, lo vas a hacer muy bien!” Nunca hubo ningún problema y así he seguido porque me apasiona pintar. Tengo paisajitos que pinté en Tepoztlán, que por fortuna conservo, y ahora que los veo con tantos años de por medio, me doy cuenta de que están bastante bien. ¡Imagínate las porras que me echaban!

 

¿Tu familia iba mucho al campo?

–Muy poco porque mi papá era juez de plaza y todos los domingos teníamos que ir a los toros, por lo tanto salíamos muy poco, ni coche teníamos, pero cuando viajábamos a Uruapan en el Pullman, porque mi mamá es de Uruapan, no sabes cómo me gustaba asomarme a la ventana; hacía una relación inmediata entre el paisaje y los lienzos colgados en los muros de las dos casas y desde muy joven pensé que eso era lo que me gustaría hacer, salir al campo y poner en una tela los árboles, los maizales y los campos de amapola. “Y moví mis enérgicas piernas de caminante/ y al monte azul tendí./ Cargué la noche entera en mi dorso de Atlante./ Cantaron los luceros para mí.” Pasaron los años, hice la preparatoria pensando en estudiar Física cuando un primo me advirtió: “Si vas a estudiar Física, tienes que hacerlo todo el día, no puedes dedicarte a pintar en la tarde.” Protesté: “Si no puedo pintar en la tarde, renuncio a la Física.” Entonces me metí a estudiar pintura, todavía me tocó la Academia de San Carlos del ’66 al ’70, allá hice la carrera. Fui muy feliz por hacer realmente lo que quería. No me fastidiaron los maestros porque desde el primer año tuve mucha suerte. Primero, en la casa, tuve un maestro que era, como debía de ser, un alumno de mi tío…

 

¿Por qué dices “debía de ser”?

–Porque todo venía del lado de mi tío. Él lo sabía todo. “Sube, sobre mis piernas, todo el cuerpo que alcé. Rodea el valle. Hablo, y alrededor, la vida, sabe lo que yo sé.” Alfonso Ayala me dio clases antes de entrar a San Carlos; era un paisajista decoroso pero muy buen maestro. Héctor Cruz me enseñó en primer año, él también paisajista. Luego, en tercer año, me dio clases Nicolás Moreno. La grabadora Celia Calderón, muy buena maestra, me dio pintura y grabado. Francisco Moreno Capdevilla, catalán, era un supermaestro, muy buen dibujante y grabador. Nishizawa daba la clase de materiales pero, por desgracia, cuando iba a tocarme, se fue de sabático. Finalmente, sí me tocó Nishizawa. Como él me relacionaba inmediatamente con mi tío, me tenía paciencia y con él llegué a salir a pintar al campo, con Feliciano Peña también. Para mi enorme fortuna, mi tío era muy amigo del Dr. Atl, muy, pero subrayado, muy, muy amigo porque ahora me doy cuenta de toda la obra que le regaló el Dr. Atl a mi tío. Mi papá me llevaba a su estudio en la calle de Pino (ahora se llama Dr. Atl), en Santa María y me tocó verlo dibujar al carbón. El Dr. Atl es una de las personas más simpáticas que he conocido y un cuentista natural, muy mentiroso y fantasioso pero sensacional. Roberto Montenegro también era amigo de mi papá; un hombre bondadosísimo, absolutamente sabio, de las pocas personas que he conocido que sabe tanto de pintura. México era un jardín, Elena… (“Por las calles aún vemos cargadas de alcatraces/ a esas jóvenes indias en que Diego Rivera/ halló a través de siglos los eternos enlaces/ de un pueblo en pie que siembra la misma primavera.”)

Recuerdo que a los seis meses de haber entrado a San Carlos fui a ver a Montenegro a su taller en la calle de Ejido, cerca del Monumento a la Revolución y le conté que estudiaba en San Carlos. “¿Para qué vas a San Carlos? –me dijo–,todo lo que quieras saber de pintura te lo puedo enseñar yo.” Era cierto, porque Roberto pintaba retrato, naturaleza muerta, óleo, fresco, grabado, ilustraba. Era completísimo y muy humilde, muy discreto. Tuve mucha suerte con todas estas gentes que me rodeaban en la época.

 

A los trece años, el niño Carlos Pellicer tuvo la suerte enorme de trabajar en los meses navideños en la sala Margolín. Su dueño, Walter Gruen, era muy bondadoso, además de ser el marido de Remedios Varo, quien invitó a Carlos a su estudio.

–Remedios iba a Margolín con el cuadro que recogería Juan Martín y yo me sentaba a ver telas preciosas. También me fascinaban las portadas de los discos. Trabajé tres diciembres consecutivos y conocí a mucha gente sensacional. Como el esposo de Remedios Varo era Walter Gruen, un hombre generosísimo, me llevó a desayunar a su departamento en Álvaro Obregón. Más que cuadros vi una cantidad de gatos que pasaban entre los libros. Remedios me regaló una tarjetita hecha por ella. También en Margolín conocí a Chucho Reyes, a Juan Soriano lo veía en casa de los Ussía, los Oteyza, Antonio y su hermano Jesús, marido de Rafita. Vivían en la glorieta de Reforma con Insurgentes en un edificio lleno de refugiados de la guerra de España. Mi papá era muy republicano.

 

Tú tienes facha de español.

Si me pones la kipa, parezco judío. Me dejan entrar a cualquier sinagoga. Los Pellicer somos muy españolizados…En Margolín, Chucho Reyes quiso comprar una cantata: Le roi David y me dijo: “La verdad, lo compro por la portada”, que era de Rouault. Don Javier Barros Sierra era uno de los “clientes estrella” de Margolín. Walter me decía: “Atiéndalo usted, Carlos” y yo me precipitaba. Cada mes don Javier encargaba un montón de discos que Gruen traía de Estados Unidos y teníamos un apartado bajo el mostrador sólo para Barros Sierra, que fácil encargaba veinticinco discos cada dos meses. Cuando le avisaba por teléfono que ya, me respondía: “Lo estaba esperando.” El doctor Palacios Macedo llegaba perfectamente elegante de pijama, pantuflas, bata y clavel en el ojal. A la hora de la merienda, en mi casa contaba de mis clientes. Un día, uno de los empleados me señaló a una mujer guapísima, Alida Valli. “Vine a comprar la Misa Luba”. Así me enteré de una misa de coros negros del Congo que tiene un Kyrie extraordinario. ¡Puras estrellas entraban a Margolín!

 

La tuya fue una adolescencia de alegría planetaria, como diría tu tío ¿verdad, Carlos?

–Si, pero a mi edad ya se piensa en la muerte.

 

¡Pero si eres un pollito, apenas tienes 71 años!

 

De su sobrino Carlos, el enorme poeta Pellicer escribió: “El joven artista que ahora se abre paso al público es mi pariente. Tiene sangre natural. Puede mirar. Sabe pintar. No pinta todo lo que ve. Escoge y crea. Cuando puede uno convertir el caballo en nube y la ola en bruma, los colores nos pertenecen. Tal vez el arte no sea sino solamente esto: una aproximación a la realidad. Y por eso participa de otras cosas.” l

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