Felipe Ángeles y el sentido oculto del siglo XX

- Gustavo Ogarrio - Sunday, 01 Dec 2019 07:46 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
En esta breve y muy estimulante aproximación a la figura del legendario general de la Revolución Mexicana, Felipe Ángeles, se nos ofrece un atisbo a su compleja personalidad en medio de las múltiples turbulencias de la gesta revolucionaria.

Por entre las monótonas voces de los mártires empezó a llegarle la muerte al Estratega […] Para entonces, ya era presa de esa desordenada alegría, tan esquiva, de quien se sabe dueño del ilusorio vacío de la muerte.

La muerte del Estratega, Álvaro Mutis

 

 

En la era de la Revolución Mexicana se juegan, en una tensión casi de acero, al menos dos modos de la experiencia moderna: la transgresión política y económica que revoluciona el tiempo y el espacio históricos, suma y articulación de ideales que se practican en la necesidad de ruptura, en la transformación radical y anti-tiránica que se va perfilando, esto conforme el rechazo a la dictadura de Porfirio Díaz se convierte en ideales políticos que también expresan la heterogeneidad de los conflictos de clase, agrarios, étnicos… una sucesión de guerras civiles que cargan su propio horizonte de sentido: justicia y libertad. Además, también entra en esta tensión de vida y de muerte la posibilidad de que el pasado permanezca, revolucionado o en abierta contrarrevolución, como en la Decena Trágica y su rebelión de generales despojados de pretérito, en su versión oligárquica y en su condición de defensa violenta de un modo dictatorial de lo político que se resiste a morir o a mudar de ropajes.

Por lo anterior, la Revolución Mexicana es también un relato contradictorio; narrativas que evocan su perpetuo antagonismo en una sucesión de presentes… una prefiguración política de lo que sería el siglo xx. Es en este lienzo de sentidos trasversales de lo histórico que la figura de Felipe Ángeles se advierte como enigmática. Una imagen que no engranaba del todo en el tejido político y narrativo de las sucesivas revoluciones, desde sus antecedentes decimonónicos hasta la muerte del artillero Ángeles, el 26 de noviembre de 1919, y cuyo sentido oculto, por transversal y cambiante, requería de una reconfiguración de sus elementos aislados, los cuales le podían restituir de significación en el gran mapa de la Revolución Mexicana.

Felipe Ángeles nos obliga a pensar la misma Revolución desde un ángulo que tiene algo de inédito: el de un estratega que cruzó transversalmente el conflicto armado, que vivió y expresó como nadie el sentido altamente contradictorio de las revoluciones mexicanas; una figura que, en una primera impresión, puede parecer ambigua, disonante, pero que una vez dramatizada y reconstruida se revela como portadora de un significado furtivo de la gesta revolucionaria… el de la incesante lucha que se reacomoda para sobrevivir y pelear mejor, para morir mejor; el de un siempre insatisfecho sentido de la emancipación y de la justicia, que lo mismo ve en Madero el salto inminente a la libertad, que en Villa la lucha junto a los más desposeídos.

Felipe Ángeles: de juventud porfiriana como cadete distinguido, maderista y artillero, en franca esgrima militar ante el zapatismo para evitar el baño de sangre, un zapatismo que le reconoce su esmerada conciencia de la libertad; un general de madurez villista que muere en una versión sacrificial casi de último estratega revolucionario pero que, al gritar las órdenes de su propio fusilamiento, anuncia ya una naciente voluntad emancipadora para todo el país. Todo esto quizás articula la posible semiosis de una figura como Felipe Ángeles: un sentido transversal de libertad y justicia, latente ya en su revelación narrativa e histórica para el siglo xx y, quizás, para un imberbe siglo xxi.

A Felipe Ángeles lo encontramos en este abismo de revoluciones encarnadas en dos representaciones magníficas de su itinerario: la del teatro y la de la historia novelizada, como tramas que le dan cierta unidad al rompecabezas de su posible ambigüedad. Una es la de Elena Garro y su obra de teatro Felipe Ángeles (Teatro completo, fce, 2016), de 1967, cuyo último montaje se presenta en nuestros días; otra es la de Adolfo Gilly y su libro recién publicado Felipe Ángeles, el estratega (Ediciones Era/Cámara de Diputados, 2019).

 

Elena Garro y Felipe Ángeles: la dificultad de matar a un estratega

 

Hasta hace muy pocos años, la figura del general Felipe Ángeles era difícil de ubicar con absoluta precisión en la historia de la Revolución Mexicana. Quizás se sabía algo de su gran talento como artillero, o como un estratega solamente militar, sin atender a la profundidad que el mismo término estratega puede contener en la historia de las resistencias militares y antidictatoriales, en su herencia medieval como un perfil completísimo de político y militar. En fin, a Felipe Ángeles se le veía como un oficial de segundo orden en la nómina de generales revolucionarios que no lograron cruzar el pantano de las ejecuciones y fusilamientos. Sin embargo, ha sido su representación histórica, narrativa y dramática la que
ha cambiado su imagen hacia una definición
más amplia.

Debemos a Elena Garro una obra de teatro en la que se representa el drama histórico de Felipe Ángeles: su voluntad de revolución era también una voluntad política y militar de pelear estratégicamente para terminar con la violencia, pero también con la injusticia. El Felipe Ángeles de Elena Garro lanza una sentencia profundamente sacrificial, un darse a la lucha revolucionaria con una vehemencia que, al luchar a muerte, anhela también el fin: “Entré a México no a combatir, sino a tratar de evitar que esta matanza continúe.” Su imagen se construye en ese contrasentido de anhelos, en esa dificultad de asesinarlo. El general Diéguez y Bautista deben hacer cumplir la sentencia de muerte contra Ángeles bajo el riesgo de crear un mito, su ejecución más bien lo podría transformar en un poderoso símbolo que los devore a todos; y que, al morir, nacerá en el símbolo perenne de la misma revolución:

 

GENERAL DIÉGUEZ: Ven al mundo desde la lejanía del poder. Deberían estar aquí y ver mi mesa inundada de telegramas de Francia, de Estados Unidos, de Inglaterra. El mundo entero pide clemencia para Felipe Ángeles, el gran matemático, el gran estratega, el maestro; deberían ver también la ola de descontentos que avanza por la ciudad y que amenaza con tragarnos a todos.

BAUTISTA: Todo eso, mi general, me asegura que su sentencia de muerte es irrevocable, aunque parezca difícil matarlo, no queda otra.

No le queda de otra a la violencia revolucionaria más que sobrevivir matando. Y es en oposición a esta dialéctica de aniquilación que la imagen de Felipe Ángeles se vuelve emblemática: su propia muerte es el símbolo de la sobrevivencia de los otros.

 

El general encuentra su destino: una historia narrativa de Felipe Ángeles

 

Sin duda, el libro más importante sobre Felipe Ángeles lo ha escrito Adolfo Gilly. Felipe Ángeles, el estratega, es una obra historiográfica y narrativa, un relato que une y articula las etapas de la Revolución Mexicana con el destino del Estratega. Gilly describe así el perfil inicial de Ángeles: “Más por intuición y por algunos rasgos de su persona que surgen de sus escritos, antes que por los testimonios, me ha parecido ver como uno de esos rasgos distintivos una rectitud de carácter que no es común en quienes se dedican a la política y que, dentro de ese mundo, suele llevar consigo el signo de la derrota.”

Tiene que empezar tanto la Revolución Mexicana como el itinerario de Felipe Ángeles un 20 de noviembre de 1910, cuya tarde duradera de armas contra el despojo y la dictadura es ocultada por la Secretaría de Guerra y Marina, al asegurar en diciembre de ese mismo año: “El país está tranquilo.” Gilly nos presenta a un Felipe Ángeles que sigue la “situación mexicana” desde Francia en periódicos franceses, en su primera conexión ideológica con Madero. Ángeles lee las declaraciones de Madero en una publicación socialista, en puente con sus propias ideas sobre el ejército y la educación; esto en un contexto donde se debatía la “legitimidad de la violencia en la defensa de la legalidad republicana”. Los une la idea de una República, más socialista en Ángeles que en Madero.

Felipe Ángeles regresaría de su “destierro encubierto” a México hasta enero de 1912. Antes, la Revolución había viajado ya al norte del país. En ese momento previo al regreso, Adolfo Gilly nos ofrece una segunda definición del personaje:

 

Las matemáticas, el razonamiento abstracto, “el respeto absoluto y fanático de la verdad”, las facultades intelectuales y morales que sólo el aprendizaje de las matemáticas podía activar y consolidar, ese reino de la razón bélica en el cual la astucia es un complemento indispensable, pero un complemento, eran el mundo dentro del cual Ángeles concebía su oficio, el de la guerra.

 

Ya había escrito Felipe Ángeles, en abril de 1908, lo que Gilly identifica como su manifiesto, todavía como coronel; un artículo en el que crítica el conservadurismo de su época, el único posible, el de los altos mandos militares de la dictadura; expresa sus ideas de una “educación universal para todos los mexicanos” y de una “igualdad republicana”.

Posteriormente, vendría la cercanía y confianza con Madero; el ascenso a general brigadier; las decisiones fatales del mismo Madero, como la inexplicable, tajante y suicida negativa de negociar con los zapatistas. Vendría la Decena Trágica… la danza aniquiladora con los sublevados generales porfiristas. Así, Felipe Ángeles, en la historia narrativa de Gilly, se encamina a una de sus últimas definiciones, al incorporarse como comandante de artillería a la División del Norte bajo el mando de Francisco Villa: “Felipe Ángeles, por lealtad y convicción… tomó partido por los perdedores de la tercera guerra civil de la Revolución, aquélla entre villistas y obregonistas…. siguió la suerte adversa de la División del Norte.” Con Villa, Ángeles dirigió “esa obra maestra del arte militar que fue la batalla de Zacatecas”, afirma Gilly.

Felipe Ángeles encontró en las filas de la División del Norte la coherencia transversal de su lucha revolucionaria: la defensa irrestricta de los más pobres, de los más olvidados, de los que se lanzaron a la revuelta sin nada que perder, porque siempre habían sido despojados de todo; el abismo de una transformación radical y violenta de un México ya libre de la jaula de la dictadura porfirista.

Así, Felipe Ángeles alcanza su última definición en la narrativa de Gilly: “el rebelde villista, el demócrata maderista, el hombre educado en sus misiones en Francia y en su exilio en Estados Unidos, el socialista solitario, el místico laico y, detrás de todos ellos, el oficial de carrera educado en la disciplina del Colegio Militar del Antiguo Régimen y fogueado en los combates y en las batallas de la Revolución”; el Estratega en el que se confunden todos estos rasgos frente al pelotón de fusilamiento… en absoluta propiedad del “ilusorio vacío” de su propia muerte l

 

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