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Óscar de la Borbolla

Los espejos rebeldes del pensamiento

Como escritor y como filósofo, Óscar de la Borbolla sabe la importancia que tienen los títulos en la comunicación con sus lectores.
José Ángel Leyva

Como escritor y como filósofo, Óscar de la Borbolla sabe la importancia que tienen los títulos en la comunicación con sus lectores. Un título es, quizás, el primer signo de una buena síntesis o la señal de un buen comienzo, de una obra que habrá de desenvolverse en un discurso centrífugo o centrípeto, incluso fragmentario. De la Borbolla nos coloca ya este anuncio en la puerta de su exposición: La rebeldía de pensar. Un artefacto verbal muy sencillo, constituido por un sustantivo: rebeldía, y un verbo: pensar. Es, al mismo tiempo, una invitación para adentrarnos en sus significados. Sabemos hacia dónde nos conduce, pero ignoramos sus argumentos y los recursos discursivos.

Desde las primeras páginas tomamos conciencia de otro valor intrínseco: no estamos ante un tratado académico de filosofía sino ante una propuesta reflexiva para un público amplio. Una especie de charla o diálogo de un profesor o un divulgador que echa por la borda un metalenguaje y se coloca en ese justo medio donde se desvanece la pedantería y se privilegia el diálogo con un lector supuesto. Es, desde luego, un producto editorial que nace de un principio existencial del autor, la rebeldía como forma de concebir el ser y el estar, la inconformidad como generadora de expectativas.

Si bien Óscar nos desglosa lo básico de un método para pensar: deducción, inducción, análisis, síntesis y crítica, nos confronta con la aseveración de que aún el cumplimiento de tales mecanismos pueden desembocar en el automatismo de la certidumbre, en el confort de las conclusiones. De la Borbolla se ha formado como filósofo, pero en su espíritu palpita con mayor ímpetu el literato y es posible que hasta el poeta, el mismísimo demonio, capaz de confrontar no sólo a Dios sino a sí mismo.

La rebeldía de pensar me ha colocado de nuevo ante un espejo en donde el autor me induce a ver con nitidez el reflejo de la ignorancia. No con humildad, sino con insatisfacción, con ánimo trasgresor e interrogante. Muchas de sus reflexiones fungen como catalizadores de ideas, como silogismos cortantes a la manera de un Ciorán, al que cita más de una ocasión. Afirmando y desafirmando, negando y negando para insistir en la trascendencia del oxímoron, es decir, de la paradoja, de la contradicción que asevera lo que no se ve, pero se sabe.

Aun con ausencia de lirismo, hallo numerosos motivos para entablar un diálogo, una conversación con ribetes de poesía en esta sucesión de líneas reflexivas que nos convocan a pensar desde la exclusión, porque hoy, como nunca, la poesía con la filosofía están fuera de la República, no sólo del mercado, sino del mundo operativo, utilitario, funcional. Fuera de la educación y de la cultura. Incluso, tal vez, ojalá me equivoque, de las transformaciones. No así de las revoluciones y de las utopías, que se alimentan de sueños y deseos, es decir, de libertad.

De la Borbolla afirma que el fundamento del arte, la filosofía y la ciencia es el juego. Pero en un mundo donde lo útil se basa en la ganancia, en la plusvalía, en el trabajo, el juego es un atentado contra la productividad, el éxito, el poder. Quien juega no trabaja y por eso a los artistas, a los poetas, a los filósofos e incluso hasta los científicos locos se les ve como seres improductivos, malos ejemplos para la felicidad.

La rebeldía de pensar es un libro a contracorriente de las consignas y al mismo tiempo es un llamado que nace de la convicción del insumiso, del intelectual desobediente, del ciudadano incómodo que no cesa de criticar y de demandar explicaciones, de confrontar al poder, de exigir un lugar en la toma de decisiones. No es un libro para filósofos, aunque nazca de la filosofía y la reflexión; no es un libro de crítica, aunque sea un instrumento de crítica y un libro para ser criticado; no es, quizás, un libro para la colección Breviarios, aunque sea breve, y sí un libro que, si hubiese sido el editor, lo hubiese puesto como título inaugural de una colección para pensar las cosas o las causas. ¿Por qué?, ¿para qué? Son constantes de este libro que dice argumentar a favor del pensar, que puede también convertirse en nulificador de la acción o en el infierno de la sabiduría.

Es, consciente o inconscientemente, el alegato de un filósofo que, si Platón viviese, lo excluiría de la República, porque se aproxima al pensar y ser de la poesía. De la Borbolla reconoce que lo inútil, lo gratuito, lo paradójico, lo aparentemente contradictorio de la existencia se da en la palabra que quema, en el lenguaje calcinado que refería Juan Gelman, y en esos límites del lenguaje donde el hombre vuelve a nacer en la pregunta, como Sísifo, reiniciando desde abajo con su eterna piedra hacia la cima.

Este libro es una deliciosa charla, una discusión, tal como lo entienden los franceses con el verbo discuter, en el sentido de conversar, dialogar, para aún creer que desde nuestra ignorancia, desde nuestro reconocimiento y nuestro deseo de saber, a la manera socrática, podemos reconocer la utilidad inútil de unos versos: “Y es de tan alta excelencia/ aqueste sumo saber,/ que no hay facultad ni ciencia/ que la puedan emprender;/ quien se supiere vencer/ con un no saber sabiendo,/ irá siempre trascendiendo.”

 

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