La casa sosegada

- Javier Sicilia - Wednesday, 04 Dec 2019 16:04 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Antes de la espantosa masacre de la familia Le Barón; antes de mi carta a Julián y mi “Tercera carta a Andrés Manuel López Obrador”, comía con el poeta Francisco Torres Córdova, la abogada Copelia Zamorano y la fotógrafa Isolda Osorio en Coyoacán.

Las batallas necesarias

 

Antes de la espantosa masacre de la familia Le Barón; antes de mi carta a Julián y mi “Tercera carta a Andrés Manuel López Obrador”, comía con el poeta Francisco Torres Córdova, la abogada Copelia Zamorano y la fotógrafa Isolda Osorio en Coyoacán, en El Entrevero. Hablábamos del horror y la injusticia que no ha dejado de sufrir México desde el ascenso de Felipe Calderón a la presidencia de la República. Hablábamos de lo mucho que hizo el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad (mpjd) y de lo poco logrado desde entonces. Yo, en lo personal, sentía, como no he dejado de sentirlo, ese peso como una inmensa loza sobre mí y me quejaba de que toda esa lucha había sido a final de cuentas y a pesar de sus logros –la voz y la dignificación de las víctimas– una batalla perdida.

Francisco, que leía por esos días un libro entrañable, Ejercicios de sobrevivencia, de un escritor entrañable, Jorge Semprún –una de las grandes conciencias morales del siglo xx–, me recordó un pasaje que tenía olvidado. Ya viejo, Semprún tomaba su acostumbrado autobús de la línea 63 de París, cuando –como Julián Le Barón lo hizo conmigo el día en que colocaba las placas con el nombre de mi hijo Juan Francisco y de sus amigos en el Palacio de Gobierno de Cuernavaca– la mano fuerte y fraterna de un mocetón de Martinica se posó sobre su hombro. El joven le preguntó por un prefacio olvidado que Semprún escribió sobre un libro olvidado de Fernando Claudín. Conmovido, Semprún recordó y habló un poco de ese prefacio y de ese ensayo sobre el movimiento comunista. Quizá también –pensaba, mientras escuchaba a Francisco– le habló de su vida de resistente en Francia y España, de su confinamiento en el campo de concentración de Buchenwald y de su experiencia de la tortura, que es el tema de Ejercicios de sobrevivencia. Al final –continuó Francisco–, Semprún, con la misma fraternidad con la que el muchacho de la Martinica colocó la mano en su hombro, le dijo: “Fueron batallas inútiles.” El muchacho antillano movió negativamente la cabeza y respondió: “No, no; había que darlas; fueron batallas necesarias.” Entonces, Semprún, viejo, sin más razón para vivir que la vida misma llena del dolor y del sufrimiento que su sacrificio y el de tantos otros no había logrado atenuar, entendió que aquellas batallas perdidas no habían sido del todo inútiles. “No hay batallas verdaderas que estén perdidas, Javier –remató Francisco–. La del mpjd es de ésas; era necesaria.”

Salí de aquella comida aliviado y consolado. A fuerza de desdicha uno va perdiendo, como Semprún, la enseñanza del Sísifo de Albert Camus: la fidelidad superior que, en medio de una noche sin fin, levanta la roca y al subir con ella la cuesta afirma la vida y su justicia, a pesar del fracaso.

Tal vez, sin aquella comida, sin aquel recuerdo de Francisco sobre Semprún y la enseñanza que extrajo de aquella anécdota para mí, no habría tenido ni el valor ni la fuerza para, a raíz de la masacre de la familia Le Barón, volver a tomar la roca y prepararme a caminar de nuevo en busca de la paz y su justicia.

Al decidirme y escribir mi carta a Julián y al presidente López Obrador, releí de nuevo el final de El mito de Sísifo que, junto con El hombre rebelde y El Evangelio, marcaron mi vida: “[…] ciego que desea ver y que sabe que la noche no tiene fin, [Sísifo] está siempre en marcha […] El esfuerzo mismo para llagar a la cima basta para llenar su corazón de hombre”.

No sé, sin embargo, si, como Camus quiere, “hay que imaginar a Sísifo feliz”. En todo caso hay que imaginarlo digno de llamarse un ser humano y de compartir con sus semejantes la grandeza y la generosidad de vivir.

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, detener la guerra, liberar a todos los presos políticos, hacer justicia a las víctimas de la violencia, juzgar a gobernadores y funcionarios criminales, esclarecer el asesinato de Samir Flores, la masacre de los Le Barón, detener los megaproyectos y devolverle la gobernabilidad a Morelos.

 

 

Versión PDF