Mercé Rodoreda y Maria Aurèlia Capmany: escritoras catalanas que rompieron silencios

- Marta Nadal* - Saturday, 07 Dec 2019 13:55 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Retrato literario y su contexto histórico de dos mujeres de enorme energía y talento, sometidas por el mundo masculino y el horror de la Guerra civil y la dictadura, que reivindican el poder de su lengua de leche, el catalán, y escriben contra viento y marea y en favor de la vida grandes obras ya emblemáticas de las letras catalanas y del feminismo mundial.

En 2018 se cumplió el centenario del nacimiento de la escritora Maria Aurèlia Capmany (Barcelona,1918-1991). Las instituciones, movilizadas a golpe de efemérides, están obligadas a recordar a sus escritoras y escritores, cuando los ceros a la derecha de alguna fecha recuerdan que algún festejo se debería organizar. Las lucecitas de alarma se encienden y es entonces cuando se pone en marcha el mecanismo de los recordatorios y se inician las campañas en memoria de tal o cual escritor o artista. En realidad, este diálogo con nuestros muertos, los que nos proporcionan esta memoria histórica y cultural para ser quienes somos, debería ser constante. Sea como sea, bienvenido el recuerdo y el homenaje. Así, en el año de 2018, la Generalitat de Catalunya impulsó una serie de actos para homenajear a esta mujer, Maria Aurèlia Capmany, escritora y promotora cultural, social y política que nos permite, además, indagar en el eslabón de una cadena literaria que en Catalunya se rompió trágicamente durante la Guerra civil española (1936-1939).

El desastre bélico conllevó la pérdida y el silencio. Unos pagaron con la vida su republicanismo y catalanismo a ultranza; otros, lejos de su país, huyendo también de las garras del nazismo, tejían de añoranza y de falsas expectativas la ilusión de un retorno cercano –cabe recordar aquí el exilio de muchos republicanos catalanes en México, acogidos por el gobierno del presidente Lázaro Cárdenas. Otros muchos hubieron de resistir en una Catalunya medio muerta, sin voz y sin palabra, donde la propia lengua quedó restringida al máximo, a un uso familiar entre las tinieblas de un franquismo que, me atrevo a decir, todavía persiste.

La necesidad de hablar se impone, a pesar de todo, y es así como esta mujer, Capmany, nacida en la Rambla de Barcelona, de padres menestrales pero tocados por la cultura, educada en un mundo de libertad y librepensamiento, para quien jamás existió la diferencia de sexos, proclama un buen día, a voz en grito: “¡Yo escribiré a pesar de que el mundo se hunda!” Y es que, en realidad, su mundo, su Barcelona, su Catalunya, su horizonte se estaba hundiendo literalmente –o estaba hundido del todo– en aquel tiempo tan gris de la postguerra española. Pero la palabra salva. Es por ello que Maria Aurelia, licenciada en Filosofía en 1942, empieza a escribir, pasado el primer tiempo del shock, para respirar un poco de libertad, la de su propia ficción, y tejer con sus personajes y sus mundos un universo más amable, pero, sobre todo, más justo.

 

Dueña de sí misma

Su primera novela publicada, escrita en 1947, editada en 1952 por problemas de censura, Necesitamos morir (Necessitem morir), elaborada durante el trayecto en tranvía, de una hora de duración, que la llevaba al instituto donde daba sus clases de griego, alemán y filosofía a adolescentes. Su afirmación a través de la palabra es definitiva y nos da muestra de un carácter y de una decisión irrevocable, a pesar de las prohibiciones que imperaban por aquellos años. En una carta del año 1958 a Odó Hurtado, exiliado catalán en México, deja escrito: “Me había propuesto en aquellos tiempos no escribir. En primer lugar, porque estaba convencida que jamás escribiría en catalán, y no estaba dispuesta a hacerlo en ninguna otra lengua, y también por una rabiosa negación de mí misma.” El poder, lejos de sumirla en la negación, la hace dueña de sí misma y, en lugar de convertirse en una víctima más de la aniquilación, se convierte en sujeto que se impone y es capaz de usar su lengua propia, que no es sino su identidad y su manera de sentirse y de pensar el mundo. Poco a poco, Capmany va definiendo su personalidad literaria y, a pesar de las dificultades de edición, sigue adelante con su obra, introduciendo en su narrativa una voz más personal, no tan nostálgica y biográfica como al principio, sino algo más reivindicativa. Y es aquí donde emerge ya no sólo el sujeto lingüístico, sino un sujeto que pretende –y consigue– afirmar la voz de la mujer. Un sujeto que impone ideología a la palabra escrita. Y lo hace bajo el signo del género femenino.

La otra ciudad (L’altra ciutat), de 1955, y sobretodo Betulia (Betúlia, 1956) –transposición del nombre de lugar de una ciudad cercana a Barcelona–, obra que Capmany reconoce como “mi primera novela bien mía”, reflejan la propia situación interna de la autora. Estas obras nos introducen en un mundo de postguerra, dominado por el espíritu carcelario, donde las mujeres deben obedecer al estereotipo casi medievalizante que el poder ha diseñado para ellas, dispuestas siempre con buen humor a las tareas domésticas de cocinar, cuidar, esperar y atender. Pero las heroínas que aparecen en estas novelas de Capmany no obedecen del todo, sino que se mantienen inconformes al orden establecido. La desobediencia, en un primer momento íntima, es el primer paso para llevar a cabo sus ideas, su personalidad, su estar en el mundo sin permisos. Si no de un modo absoluto, sí, al menos, mostrando sus dudas e incomodidades, y al atisbar, aunque de lejos, la posibilidad de cambiar las cosas y poder vivir de acuerdo con la propia voluntad. Todo ello cobra fuerza en la obra de Capmany a mediados de los años sesenta del siglo xx cuando, situada casi como la única mujer intelectual catalana de aquellos tiempos, dota de ideología a la novelística y al ensayo que, a partir de este momento, y gracias a una cierta abertura del régimen, estará en condiciones de publicar.

Capmany puede considerarse, sin lugar a dudas, la pionera del feminismo en Catalunya, referente absoluto para las jóvenes de generaciones posteriores, como así lo manifestó su alumna y amiga Montserrat Roig. Durante el curso de 1952, Capmany se marcha a París, donde estará en contacto con el existencialismo, conocerá las ideas de Sartre y, sobre todo, de Simone de Beauvoir, de quien prologó la obra El segundo sexo (1949), en su publicación catalana de 1968. Es, pues, a principios de los años cincuenta, cuando Capmany toma consciencia de que la problemática que la mujer vive en su país es algo que va más allá de las fronteras. Las voces particulares de distintas mujeres se unen en una sola voz. En este sentido, la filósofa francesa supone para ella una luz en medio del camino que estaba transitando a tientas. Años más tarde, Capmany leerá también a la estadunidense Betty Friedan y publica una reseña de su libro La mística de la feminidad (1963), hoy ya un clásico del feminismo. A partir de ahí, Capmany escribe el libro La mujer en Catalunya: conciencia y situación (La dona a Catalunya: cosnciencia i situación), de 1966, y dos años más tarde, en 1969, la escritora publica su novela de título casi ejemplar: Felizmente, yo soy una mujer (Feliçment, jo sóc una dona). En esta obra se nos traza el trayecto vital de Carola Milà, que consigue construirse a sí misma y vivir en libertad, sintiéndose feliz de ser mujer. Su lucha e imposición ante la hostilidad masculina pone de relieve la capacidad y fuerza de esta heroína, a la vez que su autora denuncia una situación de desigualdad entre géneros que nos acerca al feminismo consciente de su ensayo anterior, ahora dentro de una vertiente netamente literaria.

Capmany se impondrá, pues, de forma ya imparable en la sociedad catalana, y no únicamente en el terreno del feminismo, sino también en los distintos ámbitos que hacen vibrar a su mundo y que a ella le interesan enormemente: la literatura en todos sus géneros y posibilidades, la lengua catalana, el catalanismo, la libertad de expresión, los derechos humanos, la juventud, el ejercicio municipal de la política… Sus publicaciones serán continuas, desde los distintos foros periodísticos y editoriales, ofreciendo, casi al final de su vida, dos volúmenes de memorias, que son una joya literaria y humana: Mala memoria (Mala memòria), de 1987, y Esto era y no era (Això era i no era), editada en 1989. Mujer de una gran lucidez y agudeza, Maria Aurèlia Capmany es, veintisiete años después de su muerte, la expresión de una libertad verbal
y de una modernidad extraordinarias que, hasta el final, se afirmó por la palabra y en la palabra.

 

Mercè Rodoreda y la transparencia de la belleza

Pero, ¿qué modelos siguió Capmany dentro de su propia tradición literaria? Lo cierto es que no pudo seguir a sus inmediatas referencias generacionales porque éstas habían desaparecido en el exilio o en el silencio de la guerra, que lo rompió todo. Tuvo que retomar un eslabón lejano, el de Víctor Català –pseudónimo de Caterina Albert–, una mujer nacida en 1869, terrateniente y comandante de su hacienda, que en sus obras presenta a mujeres al borde del precipicio emocional y que deben salir adelante como pueden, del modo más descarnado a veces, provocando el escándalo entre los lectores del momento.
Por ello la utilización de un pseudónimo masculino; una mujer no podía escribir semejantes atrocidades a principios del siglo xx.

Quien también tomó a Víctor Català como referente y modelo fue la gran escritora Mercè Rodoreda (Barcelona, 1908-1983), autora de la novela La plaza del diamante (La plaça del diamant,1962), la que más fama le ha comportado, y de quien Gabriel García Márquez escribió, con motivo de su muerte y a propósito de dicha novela: “[La plaza del diamante] es, a mi juicio, la más bella que se ha publicado en España después de la Guerra civil. […] Yo la leí en castellano […], y mi deslumbramiento fue apenas comparable al que me había causado la primera lectura de Pedro Páramo, de Juan Rulfo, aunque los dos libros no tienen en común sino la transparencia de su belleza. A partir de entonces, no sé cuantas veces la he vuelto a leer, y varias de ellas en catalán, con un esfuerzo que dice mucho de mi devoción.”

Rodoreda, la mayor novelista catalana de todos los tiempos es, sin lugar a dudas, una voz narrativa de una fuerza extraordinaria que se asoma a la vida literaria catalana a principios de los años treinta del siglo xx, en plena alegría de la vida republicana, en una Catalunya libre y culta que empieza a forjar ciertas infraestructuras públicas –culturales, educativas, sanitarias– de primer orden. Su incipiente voz de estos primeros años, valiente y versátil, con gran dosis de ironía, se sume prácticamente en el silencio a causa de la Guerra civil. La dictadura del general Franco es incompatible con la vida en libertad. Está prohibido vivir. Y Mercè Rodoreda toma el inevitable camino del exilio. En su caso, no hacia México, como Calders, o Tísner, amigo suyo, sino hacia Francia y de allí a Ginebra, donde finalmente podrá librarse más serenamente a la escritura. Autora de La calle de las camelias (El carrer de les camèlies), Jardín junto al mar (Jardí vora el mar), Espejo roto (Mirall trencat) y tantas otras obras –desde poesía a teatro, pasando por el cuento y la prosa poética– Rodoreda es la voz de las mujeres de cada día, del mundo sencillo y vulgar por sumamente cotidiano, que la capacidad literaria de la escritora sitúa como heroínas que luchan, sin saberlo, por una libertad interior que no tienen. Les duele el cuerpo porque les duele el alma. El grito, el recuerdo, la huida, será la denuncia íntima a la opresión a que se encuentran sometidas. No asumen; luchan y ganan su libertad interior.

Aunque Maria Aurelia Capmany no tuvo a Rodoreda como modelo inmediato debido al paréntesis de la Guerra civil, las dos coinciden en el motivo profundo de escribir, que no es otro que el de saber que se es, que se existe. Se afirman por la palabra. Como también por la palabra se afirmó Montserrat Roig (Barcelona 1946-1991), novelista y periodista, luchadora por la igualdad de la mujer en la
Catalunya de la postguerra, que recogió los referentes literario
s de Victor Català (Caterina Albert), Mercè Rodoreda y Maria Aurèlia Capmany, en cuyas obras literarias vemos, una vez más, a protagonistas femeninas enfrentadas a una realidad hostil a la cual plantarán cara: tomando la palabra, rompiendo los silencios l

 

*Profesora de Literatura catalana; comisaria del Año Maria Aurèlia Capmany 2018; prologó la novela Mirall trencat, de Mercè Rodoreda.

 

 

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